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El cumplimiento de toda justicia

Mateo 3.13-17

La escena corresponde al bautismo de Jesús, que es la fiesta que celebramos como Iglesia este domingo. Es un hecho histórico sucedido, según dicen los investigadores, en la primavera del año 28 de nuestra era. Nadie pone en duda que Jesús fue bautizado por Juan en el Jordán, pero no es una idea que le haya gustado a todo el mundo, al menos no a todos los primeros cristianos. Juan bautizaba en la orilla del río Jordán, del lado por el que el pueblo liberado de la esclavitud en Egipto lo había cruzado para establecerse en la tierra que el Señor había prometido a su pueblo.
 
Parece que Juan pertenecía a una familia sacerdotal. En todo caso, Juan se hizo líder de un movimiento religioso alternativo al sistema religioso del Templo de Jerusalén. El judaísmo se había organizado en torno a la Ley de la Pureza. La pureza era el signo distintivo del judío; todo lo extranjero, en automático, era impuro. En consecuencia, el imperio romano, extranjero y opresor, era impuro. El pueblo de Dios había sido sometido en lo que más hería su identidad nacional.
 
Todo en Juan es signo de su movimiento contracultual y contracultural: su estancia en el desierto, que es el lugar del camino hacia la libertad, el espacio en el que Dios atrae a su pueblo para seducirlo y enamorarlo, nuevamente. Juan viste con ropa de animales impuros y come alimentos impuros. Se ubica en el lado "extranjero" del río, como señalando que el pueblo ha perdido su tierra y con ella, ha perdido la bendición del Señor. No es que Juan sea un rebelde, todo en Juan es símbolo de la necesidad de una vuelta a los orígenes, a lo verdaderamente importante, al encuentro con Dios y al establecimiento de un verdadero pueblo de hermanos y seres libres. Juan predica la necesidad de una nueva y auténtica purificación, por eso predica un bautismo de conversión, y por eso bautiza en el río.
 
Quizá Juan haya pertenecido a una familia sacerdotal y él mismo fuera sacerdote. Pero rechazó el sacerdocio y el sistema religiosos incapaces de transformar al pueblo y ayudarlo a evitar la pobreza y el dolor. Juan representa un movimiento alternativo al del sistema oficial, corrompido y aliado de los romanos. Juan se ha dado cuenta que el sistema de pureza del templo, con sus rituales de purificación no están construyendo al pueblo de Dios, no están cambiando el corazón de nadie. El día de año nuevo, Mafalda se levantó muy llena de ilusiones, y preguntó si ya se habían acabado el hambre y la pobreza, si ya no habían guerras ni armas nucleares. Como su papá le contestara a todo que no, ella gritó indignada: "¡¿Para qué cuerno, entonces, cambiamos de año?!"
 
De alguna manera Juan estaba consciente de la necesidad de un cambio interior y profundo que nada tenía que ver con los antiguos ritos de purificación que se daba uno a sí mismo, y por eso invitaba a recibir de manos de otro un bautismo de conversión, simbolizando así que es Dios el que invita al cambio. El bautismo de Juan era único, no se renovaba como los ritos antiguos, para significar así la totalidad y la profundidad del cambio que Dios esperaba. Sólo entonces se podía regresar a la tierra prometida. Algunos permanecieron con Juan. Lo cierto es que un día entre la gente que acudía a bautizarse estaba Jesús, y esto es lo que costaba entender a los primeros cristianos, que Jesús estuviera entre los pecadores, entre los que pedían convertirse y recibir de Dios una oportunidad de comenzar nuevamente la historia. Por eso, en la escena del bautismo de Jesús como nos la cuenta Marcos vemos a Juan resistiéndose a bautizar a Jesús. La respuesta de Jesús a Juan no es menos enigmática: Para que se cumpla toda justicia.
 
La justicia es uno de los grandes temas del evangelio de san Mateo. El primer gran justo del evangelio fue san José, y al final serán justos los que dieron de comer al hambriento, de beber al sediento, de vestir al desnudo. Es decir, justicia es la práctica de la misericordia. Jesús no se formó a recibir el bautismo de Juan porque tuviera pecados, sino por justicia, por misericordia, porque estaba compartiendo el dolor y el sufrimiento de su pueblo, que eran consecuencia del sistema pecaminoso de opresión y de injusticia. La clave para entender ello creo yo que está en los signos que acompañan su bautismo: cielo abierto, la casa del Padre, abierta para todos sus hijos que practican la misericordia; el descenso del Espíritu Santo sobre Jesús en el agua, que recuerda el Espíritu de Dios que soplaba sobre las aguas en la creación del mundo, y que anuncia la creación de una nueva humanidad; y la voz del Padre que proclama que Jesús es hijo suyo y además muy amado, en cuya vida se complace.
 
Lo único que de verdad puede cambiarnos de una vez y para siempre, es la conciencia de que somos hijos del Padre e hijos muy amados, que estemos donde estemos y seamos lo que seamos su amor es incondicional y él no deja de llamarnos "hijo", "hija". Dios no creó simplemente humanos, creó hijos. Pero también no creó simplemente un pueblo, creó una familia. Y espera de nosotros la plenitud de la justicia, la misericordia de quien sigue reconociendo en el otro a su hermano, por más que el otro tenga el rostro manchado o deformado por el dolor, la miseria, el crimen, la injusticia... No nos salvan nuestras buenas obras, cuando son obligadas o interesadas, nos salva el amor del Padre que ha descendido a nosotros y en nosotros se vuelve amor y justicia para los hermanos. Nos salva Él, porque siempre seremos sus hijos, y siempre, a pesar de nosotros, nos seguirá amando.
 

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