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A su imagen y semejanza: la Santísima Trinidad


Juan 16,12-15


Allá en Aldama, en una de las paredes del molino de nixtamal que había en la casa de la familia, y que era uno

de los dos molinos del pueblo, reposa desde hace muchos años una vieja imagen enmarcada de la Santísima Trinidad. No sé qué tan común sea, no he visto muchas así, pero no creo que sea rara. Delante de ella siempre había una veladora de vaso generalmente encendida, la cuidaba mi tía Clemen, aunque ella hace un año que no necesita de la luz de la veladora, porque la luz de la Trinidad y su misterio resplandece en ella. La imagen está cubierta por un vidrio, y el vidrio está cubierto de hollín. Debajo del velo de ceniza, sin embargo, se distinguen perfectamente a las tres distintas personas de la Trinidad. Pero lo de "distintas" es un decir, pues esta imagen lo que muestra son tres 'Jesuses' dispuestos en forma triangular,  pero los tres son idénticos, tres varones jóvenes, con barba apenas distintos en la posición de los brazos, los tres se distinguen apenas por un signo sobre el pecho: un triángulo, un corazón y una paloma.

Mucho tiempo me pareció que era una perfecta imagen de la Santísima Trinidad, cuya fiesta la Iglesia celebra este domingo. Si Jesús era Hijo del Padre, razonaba yo de niño, pues tiene que parecerse a su papá, por lo tanto, el Padre está representado como Jesús porque deducimos que Jesús heredó las facciones de su Papá; y el Espíritu Santo está representado como Jesús porque si es el Espíritu de Jesús (y yo pensaba que el Espíritu Santo era el alma de Jesús y también del Padre, y como según yo las almas eran exactamente igual que los cuerpos, así como los fantasmas de las caricaturas), pues el Espíritu Santo no podía tener otra forma corpórea que la de Jesús, que es la misma del Padre. ¡Muy listo yo!

Pasados los años, y habiendo dejado yo la infancia, descubro que la imagen no es tan buena. Ni modo que de Dios sólo pueda decirse que es una serie de clonados; o que Dios no puede representarse más que como varón y no como mujer, ya el Génesis (1,26) nos dice que Dios creó al ser humano a su imagen y semejanza, hombre y mujer, o sea que hombre y mujer son ambos imagen y semejanza de Dios, porque Dios es a un tiempo comunión de femenino y masculino; o sólo como adulto y no como niño, joven o anciano (o niña o mujer joven o dulce abuelita). En Dios existe la diversidad y precisamente porque en Dios hay diversidad, lo distinto nos habla de Dios. Y si nuestro Dios es Trinidad, nuestro Dios es comunidad, comunión, y sólo somos imagen de Dios en la medida en que realmente construimos comunidad, comunión, desde la inclusión de las diferencias.

Hoy, sin embargo, aprecio un detalle de esta vieja imagen. En el fragmento de su largo discurso en la noche de la última cena, que nos presenta el evangelio de este domingo, Jesús nos promete al Espíritu de la Verdad, que nos iluminará para entender la verdad completa. Y esta frase, y la fiesta de este domingo, me recuerdan un pasaje de la primera carta de Juan, quizá del mismo autor del evangelio (1 Jn 4,2): En esto reconocerán que poseen el Espíritu de Dios: si reconocen que Jesucristo es verdaderamente hombre. La vieja imagen del molino de Aldama sigue dando testimonio de esta verdad: reiteradamente expresa que Jesucristo, el Hijo de Dios y Dios mismo, es verdaderamente humano.

Aprecio y valoro de esta imagen que no calle esta verdad. Solemos decir que nada más alejado de lo divino que lo humano, como si Dios y el ser humano fueran seres diametralmente opuestos. Los cristianos de la comunidad de Juan eran fuertemente cuestionados por grupos que aseguraban que Jesús era Dios bajo apariencia de hombre, sin ser verdaderamente humano. Pues no podía ser Dios y morir en la cruz, Dios no muere. Esta afirmación herética dividió a la comunidad; la Iglesia, sin embargo, siempre sostuvo con valentía que Jesús era a un mismo tiempo verdadero Dios y verdadero hombre, y que en la cruz murió Jesús, murió el hombre y murió Dios.

Pareciera que con el tiempo se nos perdió de vista esta verdad, y este olvido nos lastima tanto como si la negáramos. Jesús es verdaderamente humano; más aún, es el humano perfecto; su humanidad es perfecta porque es humanista y humanizadora. Humano porque en él Dios caminó solidariamente con su pueblo; humano porque su cuerpo transparentó en sus acciones los gestos curativos de Dios, los gestos tiernos de perdón y de acogida de Dios; humano porque sus palabras comunicaron la Buena Noticia del amor de Dios. Ya lo dijo inmejorablemente Leonardo Boff: humano tan humano, como Jesús, sólo Dios.

La imagen de Aldama me recuerda que no hay nada plenamente humano que no sea también auténticamente divino. La imagen de Aldama me recuerda que no hay rostro humano que no nos revele algo del rostro de Dios; la imagen de Aldama, cubierta de ceniza, me recuerda que hoy el rostro de Dios en la tierra vive manchado y oprimido bajo la ceniza de la violencia, el empobrecimiento, la injusticia, la prostitución, la discriminación, el desempleo, los sueldos de miseria, la ignorancia, la persecución, el silenciamiento, la drogadicción, la corrupción, la mentira, la enfermedad evitable, la muerte temprana. Bajo el hollín de todo aquello que nos deshumaniza, que nos vuelve inhumanos, que esconde nuestro verdadero rostro y pisotea nuestra dignidad de imagen y semejanza de Dios, bajo todo eso, nos espera con infinita paciencia la mirada de Dios que se cruza con la nuestra cuando tenemos la valentía de limpiar su imagen oscurecida y maltrada en las imágenes vivas de nuestras calles y nuestras casas. Un día, todos nos veremos a la cara, y reconoceremos la verdad de Dios que nos mira y nos sonríe en ella. Amén.

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