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Tercer canto: el canto de Dios

Marcos 16,1-8

Conmovedoramente hermosa la escena del evangelio. Tres mujeres que van de madrugada al sepulcro de Jesús para embalsamar su cuerpo, preocupadas por quién les moverá la roca que lo cubre. Ellas iban con el recuerdo del Maestro y con todo su cariño en el corazón.  Van pensando en que sus fuerzas no serán suficientes para entrar en las entrañas de la muerte, pero no les importa. No hay piedra que las haga desistir del homenaje de amor y gratitud que quieren ofrecer al hombre que les dio vida cuando andaban por la historia muertas sin morir. 

Conmovedora la escena. La fuerza que brota de la contemplación de la tumba vacía. La muerte  desgarrada y vencida por dentro. La tarde del viernes santo es un presente condenado al pasado. El futuro está abierto, tanto como el sepulcro que no pudo contener la vida perfecta en el amor, la vida de Jesús, el Señor.

Ellas no lo vieron en ese momento, pero la presencia de Dios inundó lo que fue el lugar de la muerte. Lo vieron vacío, y supieron que era verdad. La presencia de Dios las invitó a no tener miedo, y a ponerse en camino, detrás de su Señor, como cuando estaba vivo, porque se ha levantado de entre los muertos, y vive con vida nueva, plena y definitiva.

Conmovedor escuchar la voz de la roca que se desliza sobre el suelo cantando vida y libertad. Conmovedora la fuerza de la voz de la presencia de Dios, que canta que el Hijo, el Señor, está vivo. Conmovedora la luz que canta vida en medio de la noche. Conmovedor el canto del agua que corre sobre la tierra diluyendo las pisadas de la muerte. Conmovedoras las mujeres que saben dejar atrás sus miedos y se ponen en camino otra vez a Galilea, adonde todo empezó, adonde las espera la lucha contra el dolor, la exclusión, la injusticia, la violencia y la muerte.  

Conmovedora la fuerza de la esperanza, los hijos que saben ponerse de pie y luchar para abrir paso al futuro. Ésta es la noche de las mujeres de Juárez, la noche de los niños de Sonora, la noche de los enterrados en las fosas clandestinas, la noche en que contemplamos rotas todas nuestras ataduras. No lo parece, pero están vencidos los que lucran con la muerte. Ésta es nuestra noche, ésta es la noche en que nosotros nos hacemos el canto de Dios. Somos sus notas, somos su voz, no tenemos miedo, nos levantamos sobre la fe, la alegría, la esperanza y el amor. Cantemos. Cantemos vida y libertad.

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