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Cuidar la casa

Marcos 13,33-37

Nos situamos hacia el final de la vida pública de Jesús. Ha entrado ya a Jerusalén, y ha desafiado al poder religioso judío, que se ha aliado con los representantes del poder político de Roma. Durante esa última semana de su vida terrena, al salir un día del Templo, uno de sus discípulos expresó a Jesús su admiración por la majestuosidad del Templo. Jesús le respondió que un día no quedaría piedra sobre piedra. Los discípulos le preguntaron entonces cuándo ocurriría eso. Jesús respondió con un largo discurso en el que aseguro no conocer ni el día ni la hora, pero los exhortó a estar alertas, y los invitó a observar los signos que distinguirían la hora.

Las palabras del fragmento del evangelio de este día son el final de este discurso de Jesús. Y lo último que dice Jesús es una parábola sobre el dueño de una casa que se retira, y encomienda a cada uno de sus siervos que cumpla su tarea, y al portero que vigile la casa, y les pide que estén atentos, porque no saben cuándo llegará el dueño de la casa, no sea que los encuentre dormidos. Y aclara Jesús que lo que pide a sus discípulos lo pide a todos: "¡Estén atentos!"

Uno pudiera preguntarse qué sentido tiene esta lectura al inicio del tiempo de adviento. Pero es que el adviento no es un tiempo sólo para recordar la venida de Jesús a nuestra historia y a nuestra humanidad en la persona de Jesús y disponernos a celebrar la navidad cantando villancicos. También nos recuerda que un día, al final de todo, vendrá el Señor ha realizar su juicio sobre la historia, a dar la última palabra sobre el sentido de la vida y de la existencia. Pero sobre todo, y más importante, nos invita a prepararnos para reconocer al Señor que está viniendo en el hoy de nuestros días y en el aquí de nuestra historia. 

Y en este sentido, el adviento es ocasión para muchas preguntas. ¿Cómo esperar y, más aún, cómo celebrar la venida del Señor en medio de tanta violencia, de tanta pobreza, de tanta injusticia, de tanta muerte? ¿Cómo descubrir la presencia del Señor en los muchos muertos de esta semana en Sinaloa y en la Guadalajara en que vivo? Jamás me imaginé hablando por celular a mis formandos para pedirles que cambiaran su ruta al Instituto donde estudian porque la ruta habitual estaba cerrada porque en ella se había abandonado, al inicio de la jornada, tres camionetas atiborradas de cadáveres ¿Son éstos los únicos signos que vemos en la historia? ¿Qué más nos faltará por ver? ¿No hay más destino que la resignación fatal de esperar a que venga la muerte y sortear la vida mientras tanto? ¿Se puede seguir creyendo así en Dios? ¿Se puede mantener la esperanza en que un día todo estará como Dios quiere, según su reinado? Y más importante y más decisivo para nuestra fe cristiana, ¿aún hay lugar para el amor y la justicia? 

La última parábola de Jesús da las pautas para vivir mientras llega el Señor en toda su plenitud. El dueño de la casa se ha ido, y a cada siervo suyo, a cada servidor, pide cumplir con su tarea, y al portero pide vigilar. Y al final dice que lo que pide al portero lo pide a todos: ¡estar atentos!, ¡vigilar! Nosotros decimos "casa" y pensamos en cuartos y paredes, en puertas y ventanas, en techos de dos aguas, en jardines con sus rejas, todo según el modelo de casas que nos enseñaron a dibujar en la primaria y que son exactamente iguales a las que vi en los campos de Polonia y que nunca antes había visto más que en el pizarrón de la escuela (en mis tiempos no había internet ni proyectores y los pizarrones eran de gises, de colores, muy sofisticada la tecnología educativa de entonces).

Pero en el lenguaje y en la mentalidad de la Escritura "casa" significa familia. La parábola significa que somos la familia de Jesús, y "familia" en la Escritura no significa "papá, mamá e hijos"; familia en la Escritura es un concepto mucho más amplio, que incluye a toda la parentela, a los compadres y a los vecinos. La familia de Jesús, pues, es la gran fraternidad de la humanidad surgida del amor, de las manos y del aliento de Dios.

Cuidar la casa de Jesús significa cuidarnos. A lo largo de los evangelios Jesús ha pedido a sus discípulos vivir como servidores, y en la parábola final pide a cada servidor cumplir su responsabilidad. Pero también nos pide estar despiertos y vigilar, a todos y a cada uno, como si sólo cada uno fuera el vigilante de toda la familia. A mí todo esto, en el inicio del adviento, me dice que no podemos ser creyentes y seguidores de Jesús si no somos capaces de reconocer su rostro en el rostro de cada uno de los hermanos; que no podemos decirnos sus seguidores si vemos la historia con fría indiferencia. Quien dice: "mientras no se metan con mi familia o en mi casa", no conoce a Jesús; quien dice: "se lo buscaron por malvivientes", seguirá esperando a Jesús y Jesús también lo seguirá esperando.

Aprender a vivir con responsabilidad nuestra tarea en la familia de Jesús, aprender a cuidarnos, aprender a ver en nosotros los que vivimos, en los nuestros a los que se asesina con violencia o con la hiriente lentitud del hambre y la pobreza, porque no son extraños, ¡son nuestros! Y lo mismo los victimarios, ¿qué responsabilidad dejamos de cumplir como familia, para que muchos de los nuestros tomaran el camino de la corrupción, de la injusticia, de la violencia y de la muerte? Mucho menos se trata de estar alertas para descubrir ladrones y asesinos y denunciarlos, Jesús no vino a fundar un cuerpo policíaco ni una agencia de detectives. El Señor pide vigilar para reconocer al dueño de la casa que vuelve. Se necesita mucha fe y mucho amor para reconocer en los pobres y en las víctimas de la historia al dueño de la casa y ponerse a su servicio, para ver e interpretar la historia en clave de misericordia y de justicia, que no es lo mismo que venganza. Cuidarnos significa, creo, levantarnos de la miseria, de toda clase, y no dejarnos caer en ella.

Las primeras comunidades cristianas esperaban el inminente regreso de Jesús como Juez de la historia y Señor de vivos y muertos. Y lo invocaban diciendo: ¡Ven, Señor Jesús! También ésta tendrá que ser la gran oración del adviento, pero no como un llamado para que la historia termine, sino como oración que dé al corazón el aliento y la fuerza para reconocer el rostro del Señor en medio de la historia, entre los vivos y los muertos. ¡Ven, Señor Jesús!


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