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La fe de las viudas

Lc 18,1-8

Un texto fuerte y doloroso. Quizá porque estoy pensando en las viudas de Pasta de Conchos y en las mujeres de los mineros de Chile (protegidos acaso por san José, cuyo nombre lleva la mina del accidente) que evitaron la viudez, quizá porque viene a mi mente el recuerdo de mi madre viuda. Lo cierto es que el evangelio nos habla de una viuda. De una viuda que exige sin descanso justicia para ella frente a su enemigo.

La parábola de Jesús está situada en un contexto sobre la venida del Hijo del Hombre al final de los tiempos, y esto viene subrayado hacia el término de su narración. El evangelista introduce este microrrelato en el gran relato de su evangelio partiendo de la necesidad de orar siempre, sin desanimarse. Pero a mí me parece que la parábola no es una simple ilustración sobre la necesidad de la oración constante. Porque no me parece que Dios pueda ser equiparado a un juez sin escrúpulos ni conciencia, que "no teme a Dios ni respeta a nadie". Semejante ser no puede ser imagen de Dios.

Creo que la parábola de Jesús apunta hacia otra dirección: Orar, sí; pero, ¿para qué? Vislumbro una clave en los personajes. Los personajes de la parábola parecen estar tomados del México de nuestros días. Una mujer viuda, no necesariamente anciana, y quizá sin hijos; una mujer abandonada al desamparo en una sociedad machista, y que no parece tener nada ni nadie más que a sí misma. Y un juez que no se interesa por la justicia; en México la justicia duerme, decía un día y otro Germán Dehesa.

Desde su indefensión, la viuda suplica justicia. Pedir justicia desde la debilidad y el desamparo, aquí está la clave. En la parábola contada por Jesús, la viuda obtiene justicia de parte del juez, cuando éste se cansa de la molestia que le provoca ella; con tal de no verla más atiende a su reclamo. Entonces viene el punto de inflexión en la narración de Jesús. Si el juez, siendo malo como es, accede a las súplicas de la viuda, ¡con mayor razón Dios, que es siempre bueno, hará justicia a sus predilectos, las víctimas de injusticia, que claman ante Él día y noche! Dios les hará justicia y no los hará esperar. Sólo que al final, Jesús se pregunta: "Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe en la tierra?

Lo que ha sucedido esta semana en Chile es un fuerte golpe a nuestra conciencia nacional, y me provoca sentimientos encontrados.En nuestro México bicentenario, como en todo el mundo, hay viudas, y como ellas muchos débiles y despreciados, que claman justicia a humanos que no llenan su lugar como jueces, porque no temen a Dios ni respetan a nadie, porque no son sensibles al dolor y a las lágrimas de una mujer que representa la incertidumbre y la miseria de un hogar que se ha resquebrajado por la muerte, la miseria y la injusticia.

La viuda del evangelio me recuerda a las viudas de Pasta de Conchos, el juez me recuerda a nuestro sistema de (in)justicia; los antiguos griegos y romanos representaban a la justicia como una virtud ciega; en México además de ciega es sorda; y es, como la de los antiguos, un ser de piedra, sin carne, sin vida, sin corazón; ellas, las viudas, siguen clamando justicia día y noche. Y Jesús dice que a ellas Dios las escuchará y les hará justicia inmediatamente, que no las hará esperar.

A mí las preguntas me vienen todas a una y en tropel, ¿por qué entonces ellas y muchos como ellas seguimos clamando justicia día y noche y no parece que alguien nos escuche? ¿Qué pasa, que Dios no responde ya, inmediatamente, como dice el Evangelio? ¿Por qué nuestros jueces no dan justicia? ¿Por qué no se rescató a los mineros? ¿Por qué no dejan rescatar a los cadáveres? ¿Por qué negar a las familias el consuelo de despedirse de los suyos y a los muertos el descanso del sepulcro? ¿Cuándo será el día en que sus gritos taladren la tierra y nos alcancen? ¿Hasta cuándo la esperanza es una virtud y no un girón podrido y desgarrado de un traje de minero?

Sólo tengo las preguntas, y no tengo las respuestas. Pero lo sucedido en Chile me dice que Dios actúa cuando lo escuchamos. Porque creo que la clave de la oración no está en que Dios nos escuche, sino en que nosotros lo escuchemos a Él; en Chile lo escucharon, y el Hijo del Hombre vino a los chilenos y encontró fe en ellos. Y en México, ¿qué ha encontrado? ¿Qué encontrará? Yo espero que, en medio del dolor y la injusticia, encuentre la fe de los que no queremos cerrar los ojos y que nos echen la tierra encima sin antes haber visto aquí la llegada del Reinado de Dios y su justicia.

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