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Mostrando entradas de septiembre, 2009

De envidias y otros demonios

Mc 9,38-48 En una de las escenas anteriores, los seguidores de Jesús no pudieron expulsar a un demonio que atormentaba a un muchacho, por el cual suplicaba su papá. Ahora se enteran que "alguien" expulsa demonios en el nombre de Jesús, pero no es del grupo de sus seguidores. Nos pasa mucho a nosotros situaciones similares, nos da envidia cuando el otro puede hacer lo que yo no pude. Más grave cuando se quiere monopolizar la acción o el amor de Dios, que no se deja encerrar por ningún límite. Grave quien pretende ocupar el lugar de Jesús, quien pretende ser maestro y dejar de ser discípulo; grave, muy grave, que no aceptemos y reconozcamos como don de Dios la vida y las obras de tanta gente buena que no es de nuestro "grupo", sea el que sea. Jesús pide a los suyos dejar que el bien se practique, venga de quien venga. Y sentencia: cuidado con escandalizar a los pequeños, a los niños, a los vulnerables, cuidado, pues, con la arrogancia del poder. ¿Podemo

Jesús y el niño en el centro

Mc 9,30-37 Contrariamente a todo lo que se ha visto de él a lo largo de este evangelio, Jesús ahora no quiere dejarse encontrar. Parece que la urgencia o la necesidad de curar, de ayudar, de perdonar, de dar vida, ha pasado a un segundo plano, para dedicarse a enseñar a sus discípulos. Les enseña oor segunda ocasión que el hijo del hombre tendrá que padecer y morir para resucitar al tercer día. La primera vez, Pedro no comprendió la enseñanza. En esta segunda, el resto tampoco comprende. Y además tienen miedo de preguntar. Van de camino, van siguiendo a Jesús, pero no atinan a seguir sus pasos. Ahora discuten quién es el más importante de todos. Siguen pensando según la lógica del poder. En casa, Jesús cuestiona a los suyos: "¿De qué discutían por el camino?" Callan. ¿Miedo, vergüenza? ¿Será muy aventurado imaginar que están entendiendo que a la muerte de Jesús alguien tiene que ocupar su lugar de líder, y eso es lo que ambiciona su corazón, y que no les importe

Tomar la cruz y seguirlo

Mc 8,27-35 El pasaje del evangelio es bien conocido. Antes de esta escena, Jesús ha curado a un ciego, pero la curación es extraña. Jesús unge con su saliva los ojos del ciego, y el ciego no recupera la vista bien, sino de forma imperfecta y Jesús tiene que volver a tocarlo, sólo entonces ve. Este ciego, el ciego de Betsaida, es símbolo del discípulo. Ha estado con Jesús, lo ha visto dominar la naturaleza con su palabra, y con su palabra vencer al mal y a la enfermedad. Pero no ha comprendido la identidad de Jesús, su ser de Mesías e Hijo de Dios, que sólo revelará plenamente en la cruz. En la escena de hoy, Jesús pregunta: "¿Quién dice la gente que soy?". Le responden sus discípulos: unos que Juan el Bautista, el profeta que denunció el pecado del mundo y fue ajusticiado por el poder de Roma; otros le dicen que Elías, el profeta que no murió, sino que fue arrebatado al cielo; fueron respuestas buenas, alguien pudo haber dicho lo que el lector del evangelio ya

¡Todo lo hace bien!

Mc 7,31-37 Estamos ante una "curiosa" escena de curación. En las escenas del contexto, en este evangelio de Marcos, Jesús se ha movido en territorio de extranjeros, ha compartido el pan, y ha aprendido también a incluir en su mesa a los extranjeros. Apenas en la escena anterior una mujer extranjera le ha pedido las migajas de su pan. En la escena que sigue a la curación, Jesús multiplicará los panes a los extranjeros. Aquella mujer le ha arrebato algo más que migajas. A este evangelista le gusta usar escenas de curación para preparar escenas clave del evangelio. En esta ocasión, la curación es de un hombre sordo y mudo. Es la gente quien lo lleva a Jesús. El enfermo es un ser dependiente, no tiene libertad; lo que sucede en el mundo no lo alcanza, no se entera; apenas puede hablar, si tiene algo que decir, no puede hacerlo. Pero, ¿qué puede decir quien no escucha? Jesús recibe al enfermo que la comunidad le presenta. Lo lleva consigo a un lugar a solas, le int