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Volveremos a querernos

Juan 3,14-21


Hace unos días mi amiga Bere me mandó uno de esos mensajes que circulan en las redes sociales que decía: “Hoy me dijeron qué bonita, y me emocioné. En realidad me dijeron “qué bonita manera de $%”·$%, pero yo siempre me enfoco en lo positivo.” Y en realidad el mensaje no me lo mandó directamente a mí, sino  al chat de mi grupo de la secundaria. Pero yo siempre me enfoco en lo positivo.

Algo así pasa con las palabras que Jesús dirigió a Nicodemo. Descontextualizadas, parecen una romántica declaración de amor de Dios. Pero las palabras son más fuertes. Jesús ha expulsado a los vendedores del Templo de Jerusalén, ciudad en donde, al tenor del cuarto evangelio, pasó varios días, y donde varios creían en él por los signos que hacía. Pero la voz narradora del evangelio nos dice que Jesús conocía el interior de los hombres y por eso no se fiaba de ellos. Uno de esos hombres que creía, o quería creer en Jesús, era Nicodemo. Pero Nicodemo buscó a Jesús de noche, y lo aduló por los milagros que hacía, ¡como los hombres de los que desconfiaba!

Así que hay que leer las palabras de Jesús a Nicodemo con un tono de natural confrontación por no atreverse a creer plenamente en el amor de Dios a la luz el día. Porque Nicodemo buscó a Jesús de noche, como los ladrones, porque quizá le daba miedo o vergüenza ser visto con Jesús. A veces así nos pasa en la vida. Como Nicodemo, nos hemos construido tanas y tan falsas imágenes de Dios, de un Dios duro e intransigente a quien queremos tener contento o cuyo favor y voluntad queremos comprar a costa de sacrificios y de observancias. Y, sin embargo, Dios está lejos de eso. Por eso, Jesús le ofrece el signo de la serpiente en el desierto.

La serpiente era la representación de Baal, el dios de los cananeos. Cada cierto tiempo, la serpiente cambia de piel, por eso era para ellos símbolo de inmortalidad; como se desplaza reptando, es decir, teniendo su cuerpo en contacto con la tierra, era símbolo de fecundidad, de fertilidad; y como sus ojos no tienen párpados, su mirada penetrante era símbolo de sabiduría. Inmortalidad, fecundidad y sabiduría. Tres atributos que  hicieron pensar a los cananeos que la serpiente era dios.

Jesús ofreció a Nicodemo el signo de la cruz y se comparó con él. Así sería levantado el hijo del hombre. Él mismo sería levantado, de la tierra en la cruz, y de la cruz de entre los muertos, para ser contemplado. Los israelitas entre los cananeos se habían sentido seducidos por sus cultos y sacrificios a la serpiente, olvidándose de la voluntad de Dios expresada en el Decálogo. Y sigue pasando hasta nuestros días. Es más fácil prender una veladora a san Judas que dejar de mentir. Es más fácil echar una moneda a una alcancía, que dejar de robar. Un día, un vendedor tocó a la puerta de la casa de Mafalda. Salió Guille, su pequeño hermanito; saludó con su chupón en la boca: “Buenaz tadez, ¿qué dezea?” “Buenas tardes” respondió el vendedor, “quisiera hablar con una persona mayor”. “Enzeguida”, dijo Guille, para, a continuación, sacar un banco, pararse encima de él, quitarse el chupón de la boca, y decir: “Buenaz tadez, ¿qué dezea?” La exaltación de Jesús en la cruz, humano como nosotros, es la mejor expresión del amor de Dios. Aunque a Nicodemo le costara creerlo.

A veces nos da miedo soltar nuestras falsas seguridades religiosas, o nos da vergüenza reconocer y celebrar nuestra fe en público, mucho más regirnos en público por ella. Pero Jesús se ofreció como signo, lo mismo que la serpiente. A saber qué pensó Nicodemo entonces. Entonces y más adelante, cuando Jesús murió en la cruz, y él ayudó a José de Arimatea a colocarlo en el sepulcro.

A veces el miedo y la vergüenza nos hacen abandonar a Dios, a Jesús. Pienso en un cóver del cantante argentino Vicentico; la versión original es una cumbia, de 1995, cantada por Gilda. Pero como ni remotamente puedo bailar cumbia, prefiero la versión del argentino. Se llama “Paisaje”, y la recuerdo pensando en Jesús y en Nicodemo, y en todos esos momentos en los que por el miedo y la vergüenza nos dan ganas de abandonar a Dios y a la Iglesia, como si pudiéramos divorciarnos de Él:

Una vez los dos pensamos "hay que separarse"
Mas deshicimos las maletas antes de emprender el viaje.


Hasta me gustan estas palabras para hablar de José y su reacción frente al embarazo inesperado de María, su esposa. Cuando no entendía nada y, ante los celos, la decepción, la vergüenza, la humillación, la deshonra… pensó que lo mejor era separarse, hacer las maletas y emprender el viaje. Sólo que la voz del Señor a través del ángel lo hizo cambiar de planes y abrirse al plan de Dios. Y hacer a un lado todo lo anterior. Y deshacer las maletas y quedarse. Y recibir a María como esposa. Quizá le diría, como Vicentico en la canción:

No se piensa en el verano cuando cae la nieve
Deja que pase un momento y volveremos a querernos

Y nada más porque no se inventaban aún las cumbias, pero ¡qué gusto imaginar a José bailando con María, llorando de emoción por la felicidad compartida!

Quizá Nicodemo, meses después de su cobarde búsqueda de Jesús en la noche, haya vuelto a sentir vergüenza, pero esta vez frente al cuerpo de Jesús clavado en la cruz; vergüenza por no haberlo buscado como hacen los hombres, a plena luz del día; vergüenza por haber sentido miedo de encontrarse con la única Luz que podía iluminar la noche de sus miedos y de sus dudas. Quizá después de depositar el cuerpo del Maestro en el sepulcro de José de Arimatea, haya salido corriendo, llorando, al Templo de Jerusalén, a orar y pedir perdón por su cobardía. O quizá ahí mismo, frente a la piedra del sepulcro, haya orado a Jesús con palabras semejantes a las de “Paisaje, una vez que hubo comprendido que en la absoluta indefensión y debilidad de aquel hombre se contenía todo el misterio del amor de un Dios que un arrebato de locura se puso en las manos de los humanos para descubrirles el sentido de la vida, la verdadera sabiduría:

Tú no podrás faltarme cuando falte todo a mi alrededor.
Tú, aire que respiro en aquel paisaje donde vivo yo.
Tú, tú me das la fuerza que se necesita para no marcharse.


En una de ésas, en este tiempo de cuaresma, tiempo para abrir el corazón de Dios, podríamos decirle que sí, que efectivamente muchas veces el miedo y la vergüenza nos han alejado de Él, pero es que… “no se piensa en el verano cuando cae la nieve”, Señor, así que sólo “deja que pase un momento ¡y volveremos a querernos!”

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