Juan 21,1-19
La historia comienza en una noche fría, de fracaso y soledad. Estaban reunidos siete discípulos de Jesús. Pedro rompió el silencio y la pasividad cuando dijo: "Voy a pescar". Los demás lo siguieron quizá sólo para salir del tedio de aquella madrugada. Pero la pesca no dio frutos, y al fin de la jornada se encontraron con las redes vacías. Estaban solos. Pero amaneció, con debilidad primero y con contundencia después; una tenue línea blanca sobre el horizonte, luego nubes rojizas, el primer canto de las gaviotas y la brisa; llegó el Señor Jesús a la orilla de sus vidas, se interesó por ellos, los llamó y les ordenó echar de nuevo las redes. Todo cambió.
No fue reconocido ni en su cuerpo ni en su voz. Fue reconocido en el signo de una pesca abundante tras una larga jornada de fracaso. Todos habían vivido con Él, pero no todos fueron capaces de reconocerlo. Fue el Discípulo Amado quien lo hizo: "¡Es el Señor!", dijo, y nadie lo puso en duda. Quien contempló e interpretó la pesca como un signo de amor, supo que era la acción del Señor Resucitado.
Pedro sintió vergüenza de su desnudez, se ató la túnica y se arrojó al mar. El Señor lo había sorprendido, como si se tratara de aquella noche en que negó conocer al Maestro y ser discípulo suyo, y ahora la mirada de Jesús lo sorprendiera en su traición, y desnudara la verdad de su corazón cobarde. Aquella otra noche, junto a unas brasas, Pedro trataba de calentarse un poco; esas brasas fueron testigos de sus negaciones. Ahora, Jesús volvía, se hacía presente, y sobre unas brasas, que le recordaban su cobardía, la presencia de pan y peces asados le invitaban a un nuevo encuentro con el Señor. Y la mañana comenzó a calentarse y el día supo a vida.
Pan y peces fueron lo que tomó y multiplicó Jesús para alimentar a una multitud cansada que lo buscaba para nutrir su vida. Panes y peces, ¡su propia vida! es lo que ahora el Señor Resucitado devolvía a Pedro para fortalecer su fe y su amor. Para que no volviera a tener hambre, para que nunca más volviera a negarlo. El desayuno estaba puesto, la mesa estaba servida; el Señor Resucitado reconstruía la comunidad de los suyos como una comunidad que se alimenta de su Señor. Jesús los invitó a poner algunos de los peces que ellos mismos habían pescado, porque también en nuestro trabajo está la acción del Señor Resucitado.
Y señala el evangelista que fue la tercera vez que Jesús Resucitado se manifestó a los suyos. La tercera vez, es decir, la vez plena y definitiva; no harán falta más apariciones, porque el Discípulo, el buen discípulo, el discípulo que se sabe y se experimenta amado, ve llenas sus redes que antes estaban vacías, y comprende que es el Señor. No verá su rostro ni reconocerá su voz, pero siempre sabrá que es Él y lo gritará con emoción.
Después de comer, Jesús se dirigirá a Pedro, se olvidará de su apodo por un momento y lo llamará por su nombre y su apellido: "Simón Hijo de Juan, ¿me amas?" Dos veces le hará esta pregunta, dos veces responderá Pedro: "Sí, Señor, sabes que soy tu amigo", y Jesús le pedirá: "Apacienta mis corderos, cuida mis ovejas", ¡sé pastor de todos! Y por tercera vez insistirá el Señor, arrancando del corazón de Pedro sus propias palabras para conocer su verdad a la luz del día: "Simón Hijo de Juan, ¿eres mi amigo?" "Tú lo sabes todo, tú bien sabes que soy tu amigo".
Muchas veces, en repetidas y dolorosas veces, nos preguntamos si Dios nos ama, si en verdad Dios es amor. Y el Señor nos devuelve la pregunta. Porque el problema no es Dios, sino nosotros, que dudamos de Dios y lo negamos; nosotros que vemos su rostro sufriente y ajusticiado y decimos 'no lo conozco'; nosotros que buscamos brasas que calienten el silencio y la soledad de tantas noches oscuras de violencia y muerte; nosotros que vemos vacías nuestras redes después de jornadas enteras de querer pescar un poco de paz y de justicia; nosotros, que dejamos que la vida se nos escape cuando se nos pierde la fe. ¿Me amas más que éstos, eres mi amigo? Entonces cuida de los débiles y los pequeños.
Un día nuestras redes quedarán colmadas, nuestros corazones encontrarán brasas que les den calor de esperanza; y sobre las brasas encontraremos al Señor, y sabremos que es Él, dejaremos de hacer preguntas; levantaremos nuestra mirada, nos toparemos con la suya, le diremos que Él lo sabe todo, que lo amamos y somos sus amigos, y nos pedirá que cuidemos a sus ovejas. Y las amaremos con el mismo amor con que hemos sido amados y, si es preciso, daremos la vida por ellas. Amén.
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