Juan 13-31-35
Estamos en el contexto de la Última Cena, la noche en que Jesús se despidió de sus amigos mostrando el sentido de su vida en el servicio a los suyos como un esclavo con su señor: lavando los pies. El texto es famoso y hasta tiene canción popular, muy socorrida la tarde de cada jueves santo. Jesús dijo a sus amigos: "Les dejo un mandamiento nuevo: ámense unos a otros como yo los he amado; por el amor que se tenga unos a otros, todos reconocerán que son discípulos míos."
Varias cosas hay que comentar. La primera y más importante es recordar que los evangelios están escritos en griego, y que en griego hay tres distintas maneras de decir 'amor', las tres expresan algo del misterio de Dios. La primera es 'eros', el amor de pareja, comunicado especialmente en la intimidad sexual (distinto, obviamente, de la 'porneia'); la segunda es 'filía', el amor de amistad, por el que sentimos gusto por estar con quien nos simpatiza; la tercera, es 'ágape', el amor de servicio, como el que sienten papá y mamá por sus hijos.
Insisto, se trata de tres distintas dimensiones o expresiones del único misterio de Amor total que es Dios. Pero la palabra que emplea Jesús para hablar del amor que espera de nosotros es 'ágape'. Sería una verdadera promiscuidad si nos pidiera amarnos con 'eros', y una verdadera esquizofrenia si nos pidiera 'filía'; lo que Jesús espera de nosotros es servicio y solicitud de unos por otros.
El segundo punto a comentar tiene que ver con la palabra 'mandamiento'. Juan es un evangelista que recurre frecuentemente a la ironía, y pienso que cuando habla de mandamiento lo hace en sentido irónico. A lo largo de este evangelio, Jesús ha tenido distintas disputas con los judíos, que esperaban obtener la salvación mediante la observancia de los mandamientos. La propuesta de Jesús es diferente: no salva la observancia de los mandamientos, sino la práctica del amor. No hay más 'mandamiento' que el amor.
Pero el amor nunca es mandamiento, pues no surge por obligación, ni por mucho esfuerzo, sino siempre como respuesta agradecida de quien se sabe y se ha sentido previamente amado. La primera carta del apóstol Juan confirma esta idea; habría que leer esta carta en paralelo con este pasaje del evangelio, al menos los versículos 4,7-16: "Amémonos unos a otros porque el amor procede de Dios... quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor... El amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros... Si Dios nos amó así, también nosotros debemos amarnos unos a otros... Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él."
El tercer punto que quiero comentar viene también anotado en este pasaje de la carta de Juan: "Si Dios nos amó así, también nosotros..." En el evangelio, Jesús espera que nos amemos como él nos amó. Y al inicio de este capítulo 13 del evangelio, la voz del narrador nos introduce en el realto de la pasión y gloria de Jesús con estas palabras: "Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo." La frase tiene dos sentidos, y no es ninguna ambigüedad, pues así quiso expresarlo el evangelista: Jesús nos amó hasta el extremo de su vida, hasta su muerte; y nos amó hasta el extremo del amor: hasta darnos su vida entera, sin reproches ni regateos.
Lo que Jesús espera de nosotros es esto: amarnos en la solicitud y en el servicio, mutuamente, hasta el extremo, como respuesta al amor con que el mismo Jesús nos ama, no por mandato. En esto, y sólo en esto, el mundo nos reconocerá como seguidores de Jesús, lo demás es añadidura. Quien piense que Jesús nos ordena 'caernos bien' y se desgaste intensamente en esto, lo único que ganará es la necesidad de un psicoterapeuta. Pero cuando se descubre en el otro la imagen de Dios que somos cada uno, y lo reconocemos como hermano, sentiríamos el impulso de hacer algo por él cuando lo veamos en necesidad.
Y un cuarto punto, para poner de manifiesto el alcance del amor de Jesús y, en consecuencia, del que espera de nosotros. Antes de estas palabras de Jesús, el Maestro anuncia la traición de Judas; y después de ellas, las negaciones de Pedro. Tal "envoltura" a las palabras de Jesús no son casualidad literaria. El amor de Jesús, el amor de Dios, no se limita; Dios ama intensamente, hasta el extremo, también a los traidores y a los cobardes que lo niegan. Los niños, sabios como el que más, lo cantan muy bien: ¡El amor de Dios es maravilloso! ¡Nadie puede estar afuera de él! ¡Grande es el amor de Dios!
Nadie puede negar, entonces, que Dios ame a los pederastas. Pero también a los niños, y en primer lugar a los que han sido víctimas. Y porque los ama a ambos, lo mejor para ambos es la justicia como servicio al Cuerpo de Cristo, y la justicia pronta. Por eso la exigencia y la necesidad de un sistema de justicia humanitario y eficaz. Por amor a unos y otros, no se puede solapar a nadie el menor daño, menos aún a quien se confía de alguien como se confía la oveja a su pastor.
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