Juan 10, 27-30
Los versículos que escuchamos en esta parte del evangelio corresponden a palabras que el evangelista ha puesto en boca de Jesús. Pero no son palabras dichas al viento. Se trata de una escena bien construida (Jn 10,22-42) que tiene su escenario: el Templo de Jerusalén, durante la fiesta que recordaba la dedicación o unción del altar. Mientras Jesús paseaba por el pórtico de Salomón, se le acercaron los judíos, lo rodearon y le preguntaron: "Si eres el Cristo (el ungido), dínoslo claramente." Jesús les contesta que ya lo ha dicho antes y no le han creído, ni siquiera a las obras que ha hecho. Pero ellos no le creen porque no son ovejas de su rebaño.
Este diálogo y la ocasión sugieren que Jesús es el verdadero altar y el verdadero templo, el único y verdadero ámbito de encuentro con Dios; y que lejos de ser un altar en el que se sacrifican vidas, en Jesús el ser humano encuentra vida plena y verdadera, vida definitiva. Sorprendente voltereta se confirma con la imagen de Buen Pastor que Jesús asume para sí: lejos de esperar la muerte de sus ovejas, les da vida.
Mis ovejas, continúa Jesús, escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán para siempre, nadie puede arrebatármelas. Escuchan su voz y lo siguen porque en él encuentran vida y defensa de su vida. No hay que perder de vista que estas palabras las dirije Jesús a sus adversarios, no son palabras para los discípulos. Son palabras de advertencia para quienes hoy amenazan la vida de los seguidores de Jesús. A ellos, a los que hoy les quitan la vida poco a poco en drogas o vicios; a quienes amenazan su vida o la arrebatan violentamente; a quienes secuestran la paz y la justicia, que se besan cuando Dios reina; a los que les roban lo poco que ganan con mucho esfuerzo; a los que pisan su dignidad impunemente; a quienes los cazan como si fueran animales o criminales por ser pobres y extranjeros; a ellos Jesús les dice: ¡Doy vida eterna a mis ovejas, y nadie podrá arrebatármelas! Y la garantía de su palabra está en que "el Padre y yo somos uno".
Al terminar estas palabras, los judíos quisieron apedrear a Jesús. "¿Por cuál de mis obras buenas?", les preguntará él; "por ninguna de ellas, sino porque siendo hombre, te haces Dios". La historia no parece haber cambiado mucho desde entonces, nos cuesta trabajo creer que lo más humano que tenemos es lo que más nos asemeja a Dios; y que entre más débil y vulnerable sea el ser humano, más refleja al Dios siempre solidario de sus hijos. Más trabajo les costará a los adversarios de Jesús que nunca acabarán con él, pues es uno con el Padre, y el Padre lo ha levantado de entre los muertos, y vive la vida eterna que desde ya nos comunica.
A un año de haber iniciado esta rica experiencia de compartir desde la Palabra, un fuerte abrazo a todos ustedes, que se dejan alcanzar por la voz del único Buen Pastor, lo escuchan y lo siguen. En la vida plena que a todos nos regala, abrazos y mi gratitud por este año que hemos caminado juntos.
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