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Tu Palabra es la esperanza. La Palabra que vino sobre Juan

Lucas 3,1-6

“¿Es un libro católico?”, me preguntaban ayer respecto del libro que traía en la mano, que traigo en estos días, llamado Nuestros orígenes. En busca de lo que nos hace humanos. “Es un libro científico y, de hecho, el autor, el paleoantropólogo Richard Leakey, de Kenia, no es católico, ni siquiera creyente”, respondí. El propósito del autor es explicar científicamente, cómo es que fuimos evolucionando hasta adquirir las cualidades —conciencia, creatividad y cultura—, que nos hacen humanos. 

En el prólogo, el también ecologista y político, cuenta que una vez, en alguna de sus conferencias, una señora ya mayor y visiblemente preocupada, le preguntó si era cierto que los humanos sólo somos un «accidente histórico». Él le explicó la posibilidad de mundos alternativos sin humanos; le habló de la historia de la tierra, del azar y de la evolución. Pero que lo que ella quería escuchar, porque así se lo exigía su propia condición humana —tan necesitada de dar sentido a su mundo—, que no somos un accidente histórico. 

En su obra, por supuesto que dedica un apartado especial a lo que Leakey llama “el telar del lenguaje”, puesto que nuestro mundo es un mundo de palabras y, en muchos sentidos, lo que nos hace humanos es el lenguaje mismo. Decía Ricardo Garibay que si algo no se podía nombrar con palabras simplemente no existía. Yuval Noah Harari ha señalado incluso el papel detonante que tuvo en nuestra evolución el desarrollo del pensamiento simbólico. El lenguaje nos forma, sin duda. De entrada, hablamos el idioma del país en que nacimos, y lo hablamos según los modos, y los acentos del lugar específico en que crecimos y aprendimos a hablar. Es más, hablamos como se habla en nuestra familia, y habrá frases que nos acompañarán de la cuna a la tumba. Estudiar cualquier ciencia, arte u oficio, consiste en aprender un lenguaje propio.

Vistas así las cosas, nadie puede dejar de sorprenderse el poder y la importancia que nuestra tradición religiosa, judeocristiana, ha concedido a la palabra, al punto que hemos identificado a Dios mismo como Palabra; hemos definido a Jesús como la Palabra de Dios hecha carne, que plantó su tienda entre nosotros. En el mundo de la ciencia se puede hablar de muchas posibilidades no comprobables. Existe la posibilidad de que estemos viviendo en uno de muchos universos que han existido, pero nunca ni remotamente podremos vivir para contarlo; existe la posibilidad de que existan otros planetas con las mismas condiciones que el nuestro para dar vida, incluso vida inteligente; pero no los conocemos; exista la posibilidad teórica de viajar en el tiempo, pero al mismo tiempo, decía Stephen Hawking, si en verdad fuera posible, ya estuviéramos invadidos de turistas del futuro. Puesto todo en el plano de las posibilidades, cabía también la posibilidad de que no existiera nada, pero aquí estamos. 

Dios podría no existir, sostienen algunos científicos y sus seguidores. Pero sin Dios no comprenden mejor al universo. Simplemente explican cómo funciona y cómo ha evolucionado a partir de un primer instante, sin que logren llegar más de ese primer instante y de la intencionalidad del mismo. Algunos piensan que la autonomía del universo y sus leyes son signos de que no existe Dios, para otros, esa misma autonomía es el signo de la presencia de Dios. 

“¡Será el sereno!”, como decían las abuelitas, pero ¡qué bella la imagen de la Palabra que ha venido a nosotros para situarnos frente al misterio de Dios revelado en Jesús! Pensar que Dios nos habla; que Dios se pone frente a nosotros como un padre frente a su hijo, como una maestra frente a sus alumnos, como un amigo frente a un amigo, para comunicarnos; mejor aún, para comunicarse a sí mismo. Para ser creída, su palabra debe ser primero escuchada, acogida. Debe anhelarse escuchar esta palabra. El adviento es expectación, la expectación de que en el universo y en la historia resuena última y definitiva la Palabra de Dios, la Palabra por la que Dios lo hizo todo, la Palabra hecha carne. La misma Palabra que un día vino al desierto, sobre Juan el baustista. 

El mundo parece estar marcado por los hombres del poder, de todo tipo, según escuchamos. La narración del evangelio no sólo nos sitúa en las coordenadas del tiempo, sino que nos pide situarnos en el mundo y en la historia, desde las coordenadas de la Palabra de Dios. Pero hay que anhelarla, desearla, acogerla y gustarla, meditarla, contemplarla, dejar que resuene una y otra vez. A veces nuestra historia parece no tener sentido, no entendemos esta lógica social que cada vez más nos lleva a destruirnos y a destruir nuestro planeta. Cuando la Palabra viene a nosotros, cuando aceptamos que Dios se pone a nuestra altura, o nos considera a la suya, para hablar de tú a tú, aprendemos a narrarnos de otra manera. Aprendemos el lenguaje de Dios y nos dejamos transformar por él.

Dice Daniel Kahneman, psicólogo israelí, nacionalizado estadounidense, Premio Nóbel 2002, por sus estudios sobre las motivaciones de las decisiones económicas, que nos encanta el chisme. Que en las oficinas suelen reunirse los empleados alrededor del dispensador de agua a comentar vida y obra de los compañeros de trabajo. Pero en la lógica de Dios, la Palabra nos invita a entrar en nosotros mismos, a depurar nuestro lenguaje, incluso el lenguaje religioso. Hablamos mucho de lo que no habla el evangelio: novenas, mandas, condenas, pecados y castigos, y dejamos de lado las palabras de Jesús: Reino, justicia, paz, amor, misericordia, alegría, fraternidad. Si escucháramos a Dios, si nos dejáramos seducir por el silencio en todo lo que tiene de contracultural en una sociedad de ruidos deshumanizadores, aprenderíamos a comunicar a Dios.

Pienso en Pescador, el canto que acompañó la visita de Juan Pablo II a México en 1999. En realidad, a mí el canto me descubre su sentido pensando en Jesús, el Señor, Palabra eterna, más que en el Papa. Refleja lo que vivimos, en estos días de dolor, de violencia, de muertos y desaparecidos, de hambre, de insensibilidad de la gente del poder, de impotencia, de injusticia, que son la mayoría que no puede comprarla. :

Voy navegando sin timón; 
en mar abierto, me abandona la razón. 
Apenas si sobrevivo, 
como un niño perdido. 
Busco algo que no hay en mi interior 

Mas de repente llegas tú;
y, en tu palabra, el faro de la blanca luz. 
Llévame a puerto seguro, 
donde hay un futuro 
donde exista un cielo más azul. 

Tu palabra es la esperanza 
que buscamos tantas almas 
Pescador; tú serás el viento nuevo. 
 
Tú serás el amigo, 
que nos lleve a un mundo nuevo 
en tu gran corazón infinito 
en tu gran corazón infinito.

Sí, cuesta a veces continuar 
en el naufragio y entre tanta obscuridad. 
en medio de un mar que calla, 
y la fe que nos falta. 
Voy en busca de un poco de paz. 

Mas de repente llegas tu 
y en tu palabra; el faro de la blanca luz. 
Llévame a puerto seguro 
donde hay un futuro 
donde exista un cielo más azul. 

Tu palabra es la esperanza 
que buscamos tantas almas 
Pescador; tú serás el viento nuevo. 

Tú serás el amigo, 
que nos lleve a un mundo nuevo 
en tu gran corazón infinito. 

Tu palabra es la esperanza 
que buscamos tantas almas 
Pescador; tú serás el viento nuevo.

¡Dichoso el hombre y la mujer de quienes pueda decirse, como de Juan, que vino sobre ellos la Palabra del Señor!

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