Decía el Cardenal Carlo María Martini, jesuita, biblista y Arzobispo de Milán, señalado por los medios, en su momento, como posible sucesor de Juan Pablo II, que los libros sólo tienen una idea y que, una vez que ésta ha sido descubierta, ya se podía hacer a un lado el libro que la contenía.
Con el libro El mundo y sus demonios. La ciencia como una luz en la oscuridad, de Carl Sagan (1934-1996), recordé la cita del Cardenal Martini, porque me parece que la idea del libro está expuesta en el primer capítulo que, junto con la introducción, prometía mucho. Sin embargo, en lo que a mí respecta, el libro, de 25 capítulos, pudo acabarse con el primero, llamado “Lo más preciado”, siendo esto “más preciado” que tenemos como humanidad es, en opinión de Sagan, la ciencia. Mucha soberbia. Teniendo particularmente a la medicina como telón de fondo, a Sagan le molestaba que la superstición tuviera aún raigambre popular, a despecho de los avances de la investigación científica y de su método; en esto estamos de acuerdo.
Un día corría Mafalda, y Felipe detrás de ella. Le gritaba ella: “¡Apúrate, Felipe! No quiero perder el noticioso. ¡Seguro dirán algo del “Mariner” y las fotos de Marte!” Llegaron a casa, prendió Mafalda la radio, y escuchó: “ …Y bombardearon intensamente Vietnam del Norte… Ginebra: No se llega a un acuerdo sobre desarme nuclear… Jordania: Un nuevo tiroteo con tropas de Israel…” Le respondió Mafalda: “Lo sorprende es que haya vida en este planeta.” Lo que sigue en el libro de Sagan es una serie de reflexiones en torno a la existencia de vida extraterrestre. Le di la oportunidad al libro a ver si había algo verdaderamente interesante, y estaba por dejarlo ya a un lado, cuando pasó comparó los avistamientos de ovnis a los avistamientos de brujas en la edad media, y luego a las apariciones de la Virgen María.
En este último caso, Carl Sagan resume el patrón de apariciones en los siguientes elementos:
1. aparición mariana a una persona sencilla, del pueblo llano;
2. envío de la persona por parte de la Virgen a la autoridad civil o religiosa con un encargo específico;
3. petición de una prueba por parte de dicha autoridad. En este punto, Sagan ironiza por el hecho de la Virgen María no previera que se le solicitaría una prueba;
4. envío del mensajero con la prueba solicitada;
5. concesión de lo pedido. Y Sagan nuevamente ironiza: ¡¿por qué la Virgen María no acudió directamente a la autoridad a presentar su solicitud, y a dar pruebas fehacientes de su procedencia celestial!?
Sin duda que la ciencia es un bien muy preciado; no sé si el más, yo pienso que no. Me parece que la razón misma desborda los alcances de la ciencia. Tampoco se puede prescindir o relegar a un segundo lugar al espíritu humano. Pues lo racional y científico no agotan lo humano. Incluso para mí es sorprendente, por decir lo menos, que un científico y más uno de la talla de Sagan pretendan leer los relatos bíblicos como si fueran informes científicos, sin percatarse de su carácter mítico y poético. Los mitos y la poesía comunican mucho de la verdad del ser humano y de su mundo, un mucho que la ciencia es incapaz de comprender y compartir. De no ser un divulgador científico, esta visión de Sagan daría ternura.
Sin menospreciar ni prescindir del aporte científico, y de lo mucho que se han beneficiado la humanidad en general y la religión misma en lo particular, me parece que la lógica científica no es la única lógica, aunque dicho así suene esto absurdo y paradójico, pues toda lógica establece relaciones de causa-efecto. Creo que no hay ningún filósofo de la ciencia que niegue que también la practica y el pensamiento científicos tienen sus propios condicionamientos políticos, económicos, sociales y culturales en general.
Astrónomo del primer mundo, en el contexto de la competencia económica, tecnológica y militar de la Guerra Fría, Carl Sagan pensó en términos de poder, de competencia, de superioridad. Quizá por ello fue incapaz de comprender la otra lógica, la lógica de lo pequeño, de lo sencillo, de lo pobre; la lógica del evangelio que no supo leer, la lógica de Dios, en el que no creyó. Ya lo decía Pascal: “Hay razones del corazón que la razón no entiende.”
Como astrónomo, sabía que la Tierra no es el más grande, ni el más antiguo ni el más destacado de los planetas, ya no se diga del universo, ni tan siquiera de la Vía Láctea, la galaxia a la que pertenecemos. Nuestro sol es una estrella muy común y más bien pequeña; lo mismo vale para nuestro sistema solar. Sin embargo, es en este planeta donde existe la vida, la vida inteligente y la vida espiritual. Todo esto evidencia la lógica de Dios.
Jesús mismo revela esta lógica y vive conforme a ella: siendo Dios se hace humano, y humano entre los esclavos; siendo humano, se hace pan; como humano muere crucificado, maldito; como pan, es partido para ser devorado. Va de lo más a lo menos. En sus gestos y en sus palabras muestra la primacía de los pequeños, de los pobres y de los sencillos. En más de una ocasión, el Papa Francisco ha señalado de manera enfática que la Iglesia que pone su seguridad en la riqueza no es la Iglesia del Señor.
Sí, es verdad, la Virgen de Guadalupe pudo haber ido directamente al Obispo Zumárraga, o a Hernán Cortés, el conquistador, ¿cómo habría podido, entonces, Juan Diego y con él el pueblo mexicano, el pueblo vencido y humillado, saberse importante y querido para el Dios que los misioneros le predicaban, y que parecía ser el mismo Creador en el que ya creían? ¿Cómo creer que, a pesar de su pobreza, eran valiosos para Dios? ¿Cómo creer que no eran inferiores a los hombres blancos y barbados, si la Virgen se hubiera manifestado con la tez blanca del conquistador? ¿Cómo asumir que, en su pequeñez, para Dios eran tan grandes y tan amados como cualquiera? Sí, es verdad. En la lógica del poder. Pero no en la lógica de Dios, el verdadero Dios por quien se vive; el dueño del aquí y del junto, el Creador de todo. No tampoco para su Madre.
Cuando se quiere ser el primero y tener más, la lógica de la competencia nos pone la etiqueta de rivales y nos lleva a la destrucción. Cuando se acepta ser el último, la lógica del Reino nos descubre que somos hermanos y nos pone al servicio de la fraternidad. Por eso era preciso que fuera Juan Diego, el más pequeño de los hijos de esta tierra; y no ella, la Señora del Cielo, la que fuera con el Obispo. En esta lógica de humildad y pequeñez, era preciso narrar en poesía el amor y la belleza de Dios en la ternura maternal de nuestra Señora de Guadalupe. Eso, y no una relatoría, es el Nican Mopohua.
Vistas así las cosas, el milagro guadalupano no está en la aparición de la imagen en sí, sino en su mensaje según la lógica de Dios. A mí me conforta, porque muchos son los momentos en que la sensación de pobreza, de pequeñez, de impotencia me desbordan, como al común de la gente, empobrecida y humillada que, como Juan Diego, piensan que, en este país, las cosas importantes son de la gente importante. Gracias a la Morenita del Tepeyac, las cosas importantes se construyen desde abajo y entre todos.
Así que, entre las estrellas del cielo matemático de Carl Sagan, y las estrellas del manto cálido, tierno y maternal de nuestra Madre de Guadalupe, no hay mucho que pensar. Yo me quedo con la Madre, y que ella me lleve al cielo de su Hijo.
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