Jueves Santo
Comienza Pascal Quignard su breve relato La frontera con esta nota: "En el año 1979 escribí que esperaba que se me leyese en 1640." Y es que con el paso del tiempo, las cosas a veces pierden su claridad. Seguro Miguel de Cervantes Saavedra también querría que su Quijote fuera leído siempre en 1605, el año de su publicación. Así entenderíamos, por ejemplo, cómo logra hacernos un retrato social de su protagonista por medio de su comida. Escribe Cervantes al inicio de su novela: "Una olla algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda." Sabiendo que la vaca es más barata que el carnero inferimos que don Quijote es más pobre que rico, el salpicón de las noches, hecho de sobras lo confirma; las lentejas el viernes reflejan su disciplina religiosa: no comer carne; en cuanto a los duelos y quebrantos, se trata de huevos con jamón o chorizo; la expresión era usada por cristianos recién convertidos del judaísmo, que comían la carne de puerco con dolor por quebrantar la prohibición de sus días pasados o de sus ancestros. Y el palomino, un pequeño lujo a la semana.
Quizá a Jesús también le gustaría que lo escucháramos con el corazón puesto hacia el año 28 o 30, en que tuvieron lugar los acontecimientos celebrados esta noche. Quizá lo comprenderíamos. La cena de pascua celebraba la libertad de los hebreos luego de haber sido esclavos en Egipto. La cena de pascua consistía en pan ázimo, hierbas amargas, cordero asado y vino. Seguro que Jesús siempre celebraría la libertad de su pueblo. Pero parece que la de esa noche fue más bien una cena de despedida. Algunos biblistas piensan, y creo yo que con razón, habida cuenta además de que la Iglesia oriental celebra desde siempre la Eucaristía con pan con levadura, que quizás Jesús celebró esta fiesta con este pan, no con el ázimo. El pan ázimo, sin levadura, es un símbolo del pueblo elegido, que no se contaminaba con los pueblos extranjeros; es un signo de la Ley de la Pureza. Y Jesús, que no tuvo miedo ni asco ni recelo de los extranjeros; Jesús, que no tuvo asco de los enfermos, que no tuvo miedo de comer con los publicanos ni de dejarse tocar por las prostitutas, ¿se identificaría con el pan ázimo? Creo que se identifica más con el pan con levadura; quizá por eso pidió a los suyos ser levadura que fermenta la masa. El pan de Jesús, en todo caso, se identifica con su comensalía abierta. En su mesa hay un lugar para todos, y con todos se comparte el pan: lo mismo los buenos que los paganos, los publicanos, los leprosos y las prostitutas.
Cuando escucho la negativa de Pedro para dejarse lavar los pies por Jesús, me pregunto si a la Iglesia no le pasará lo mismo que a Pedro. Me pregunto si de tanto poner el acento en la humildad de Jesús nos hemos olvidado de que lo que Jesús busca es lavar los pies de los suyos del polvo de su camino no por darnos ejemplo de humildad, sino para hacernos dignos de sí, para que tomemos parte con él, como dice la narración del Discípulo Amado, para que estemos con él, siempre; para asegurarse de que todos tengamos un lugar a su mesa, sin límites, sin exclusiones. A veces ponemos el sacerdocio católico en función del poder de las palabras y las manos del sacerdote. Pero el sacerdocio de la Iglesia no está en función del poder, sino en función de la misericordia. La labor del sacerdote es lavar los pies de quienes como él caminan por la historia, llevarlos a la mesa del Señor y ofrecer a todos del Pan y el Vino del Señor, el Cuerpo partido en la cruz, la sangre derramada y servida en una copa, para renovar la fuerza y la alegría de quienes viven desesperados, desesperanzados, cansados, hastiados y vacíos, hambrientos de Dios y sedientos de su alegría.
Seguro hubo también vino. Dice el Papa Francisco: "Nadie va a una fiesta a tomar té." A Jesús más de una vez lo acusaron de "comilón y borracho". El vino es un signo de fiesta. El pan restaura nuestras fuerzas. Pero el vino es alegría. El pan nos ayuda a seguir caminando, a seguir luchando; pero el vino nos ayuda a sentir esperanza y volver a sonreír. Cuando alguien me dice que da la Eucaristía bajo las dos especies con un poco de vino porque es simbólico, pienso si la sangre de Jesús derramada en la cruz fue simbólica o generosa. El amor no es simbólico, el amor es real y encarnado, y lo mismo la esperanza y la alegría cristianas: no son ingenuidad, son realidad de Dios encarnada en el corazón de quienes se unen con su Señor en la comunión.
En uno de los pasajes más conocidos del Quijote, el de las bodas de Camacho, Sancho Panza, por cierto bueno amigo del vino, puede comer a placer. Le dice el cocinero: "Hermano, este día no es de aquellos sobre quien tiene jurisdicción el hambre." Esta noche es noche de uno de esos días. Esta noche no hay lugar para el hambre y la sed de Dios; esta noche no es de aquellas sobre las que tiene jurisdicción el juicio y la condena. Esta es noche de amor generoso. Después de cenar y de cantar los salmos, cuando ya había sido vendido y traicionado, Jesús estará solo. Los suyos serán cobardes y huirán, excepto el Discípulo Amado y María Magdalena, que estarán junto a la cruz y junto al sepulcro. Pero en el Huerto estará solo; los demás volverán más tarde. Y cuando vuelvan, volverán a la mesa de su Señor, en el Pan los estará esperando el Cuerpo de su Señor, y en el vino de la copa rebosante estará su Sangre. Porque el amor además de generoso es fiel. Y ésta es la noche de su derroche.
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