Juan 20,19
Diez cosas que he aprendido del amor es una novela de la escritora norteamericana Sarah Butler, sobre una hija y un padre que saben mutuamente de su existencia, pero no se conocen y, sin embargo, comparten un hábito: escribir o relatar su vida a partir de listas de diez elementos: diez cosas que averiguado sobre mi padre, diez cosas que he sabido sobre mi hija, diez cosas que viví esta mañana, etc. Y así se va contando la novela.
Yo he aprendido diez cosas sobre el amor a partir del misterio pascual de Jesús, desde esta escena del cuarto evangelio.
1. Sólo el amor da sentido a la vida y, por lo tanto, sólo el amor da sentido a la muerte. Porque la muerte está en relación con la manera de vivir. La vida de Jesús fue de total gratuidad en el amor, y eso fue lo que molestó y estorbó a muchos, por su anunciar y hacer vivir que todos somos hijos amados del Padre. Y que Dios todo lo perdona, todo lo cura, en todo acompaña y confía y respeta los momentos en que nos toca dar testimonio de fidelidad en la cruz. Cuando se vive en clave de amor, la muerte corona la vida que se ha llevado. Cuando no se le ha dado sentido a la vida, cuando no se ha amado a nadie, se tiene miedo a morir, un miedo que no es el de la incertidumbre, sino el de la vergüenza de no haber servido para mucho, porque no se siguió con pasión ninguna causa, no se entregó sin reservas a nadie. Jesús pudo haber vivido más. Pero entre huir y amar al extremo, optó mantenerse fiel al amor y amar al extremo. Aún en la cruz, Jesús supo morir. Por eso pudo decir: "Todo está cumplido". A pesar del asesinato, murió dignamente.
2. El amor no excluye el dolor, ni el sufrimiento ni la muerte. El amor no nos inmuniza frente al sufrimiento. Decía Joaquín Sabina: "Amores que mueren nunca matan"; es decir, si el amor no lleva a entregarse, a desgastarse, si gana el miedo y el egoísmo, si el amor muere, no era verdadero amor. Quizá la mejor imagen sea el de las madres al dar a luz; el dolor es terrible, pero el amor experimentado es insuperable frente al hijo tanto soñado y por fin tenido en los brazos. Al final, no importa el dolor, sino el amor. El amor no excluye la cruz.
3. El amor resucita. El amor de verdad no muere. Lo experimentamos viendo al Padre levantando a Jesús de entre los muertos, cuando no olvidamos a la gente que nos amó y que ha muerto; cuando nos rebelamos a la muerte injusta y terrible de la gente que es asesinada. En nuestro país se mata mucho, por poder, por miedo a la verdad. Defender la verdad, en el caso de los periodistas asesinados, es de alguna manera resucitarlos, dejar que no mueran. Recordar a los padres y a los abuelos, sus gestos de ternura, la vida que nos dieron, cómo nos enseñaron a hablar, a caminar, a orar; seguir caminando, seguir orando, seguir viviendo, es resucitarlos. Comprendemos que en nuestra carne, en nuestra manera de vivir algo de ellos sigue viviendo, no los dejamos morir. Y Dios tampoco.
4. Aunque somos fieles y amamos, podemos equivocarnos. Le pasó a Magdalena, amaba a Jesús, pero cuando vio la tumba vacía pensó que se habían robado el cadáver. No siempre comprendemos todo a la primera; a veces nos equivocamos. Los que aman a veces se equivocan, pero el amor no es una equivocación. Cometemos errores y hay que asumirlos en nombre del amor, que todo lo perdona.
5. El amor comienza con cosas pequeñas. Al amor le bastan cosas pequeñas para crecer, para expresarse, como pasó al Discípulo Amado. Cuando vio los lienzos doblados, comprendió que estaba vivo el Señor. Para otros serían poca cosa, para él fueron suficiente. Ante eso, su mirada cambió, y lo que era poca cosa, se convirtió en un signo de eternidad, de la resurrección de Jesús.
6. En consecuencia, el amor hace que lo pequeño se vuelva grande. El amor nos hace lanzar la vista no al horizonte, sino más allá, hasta lo imposible, aunque se empiece con lo pequeño. Hay en las redes sociales el video de un niño checheno, algunos dicen que sirio, que corre con su hermanito bebé en brazos, para salvarlo. Al parecer sus padres han muerto. Uno diría que es una ingenuidad que el niño logre cuidar, alimentar, salvar al bebé. Pero el amor de lo pequeño hace cosas grandes. Y si nos vamos a quedar aquí con lo frío de lo racional, ¿para qué nos sirve la fe? La resurrección de Jesús ha introducido la eternidad en la historia, ha hecho de lo imposible una cuestión de tiempo, que se aguarda con esperanza.
7. El amor lleva su ritmo. No toda la gente ama y comprende a la misma velocidad. Somos distintos. Pedro caminó más lento que el Discípulo Amado, llegó más tarde al sepulcro, vio lo mismo que éste y, sin embargo, todavía no acababa de creer. No siempre entendemos todo a la primera. Pero eso no significa que no sepamos amar. Hemos de comprender a los que aman con lentitud, a los que son más tardos de reacción, a los que les cuesta creer, a los que tienen miedo de creer, de soltar seguridades, de abrir caminos. No los hemos de forzar, sino respetar. Y respetar el paso de Dios en sus vidas, y Dios camina a la velocidad que quiere, y acompaña a cada uno de manera personaliza porque así ama Dios, teniendo para cada uno un espacio y un momento en su infinito corazón.
8. No hay amor sin formar familia, sin formar comunidad, sin formar Iglesia. El Discípulo Amado ya sabía que era verdad que el Señor había resucitado, pero esperó a Pedro. El amor siempre espera, aglutina, vincula, crea comunidad. Por eso, desde el inicio la resurrección formó a la Iglesia. Hay gente que dice arreglárselas muy bien a solas con Dios. Qué bueno que se tenga una relación personal e íntima con Dios. Pero el amor de Dios en su vida, ¿no la lleva a amar a nadie? ¿No invita a buscar a nadie? ¿No hay nadie a quién ayudar a creer, a esperar, a dar consuelo y esperanza, a quien levantar, a quién impulsar? ¿Nadie con quién compartir el pan, nadie con quién reír, con quién llorar? ¿De verdad no hay nadie para el amor? El amor une y forma familias. Dios mismo es familia y es Amor.
9. Por sorprendente que parezca, el protagonista, que es Jesús, no aparece en escena. A veces quisiéramos tener experiencias más fuertes y tangibles de Jesús, de Dios. Pero no necesitamos ver o tocar, necesitamos creer. Necesitamos amar, y en la experiencia del amor, de la fe, de la esperanza, en la experiencia de atrevernos a creer en lo imposible y hacer de lo imposible cosa de tiempo, y ahí nos encontramos con el Señor. Parece ausente, cuando vemos las calles o los noticieros. Pero la presencia del amor siempre es discreta, oculta, pero no por eso es menos real ni menos intensa.
10. Este no es el final del relato. En la siguiente página del evangelio Jesús se dejará ver. El amor cristiano colmará nuestras inquietudes y hará realidad nuestros sueños, nuestros anhelos. Ahora se nos invita a creer con intensidad, a esperar con intensidad, a amar con intensidad. San Pablo habla de tres virtudes para los bautizados: la fe, la esperanza y el amor. De las tres, la única que permanecerá es el amor, una vez que Dios sea todo en todo, y no haya ya necesidad de fe ni de esperanza, y el amor se nos dará en plenitud. Seremos uno con el amor, uno con el Amado, sentados a la misma con Jesús, y con todos aquellos que nos enseñaron a creer en su nombre, a amar y a esperar, con Pedro, con el Discípulo Amado, con Magdalena, formando una sola familia, una sola Iglesia, experimentando una misma realidad, con ellos y con el Señor. Con ellos, difuntos y resucitados.
Una muy buena propuesta estructurada acerca del aprendizaje de un tema como el Amor, con mayúscula, que puede tener mil y un enfoques, tantos como podamos darle cada uno desde su propia experiencia. A mí me ha sido muy útil para animarme a hacer la propia. Muchas gracias por compartirlo. Bendiciones
ResponderEliminarMargarita Morales Escudero
Gracias, Margarita.
ResponderEliminarHermosas y sabias palabras Padre.
ResponderEliminarA veces por nuestros problemas no nos damos cuenta que el amor que nos enseñó Jesús es lo que nos fortalece, nos anima y nos levanta! Ese amor de nuestros hijos, de nuestra familia de nuestros amigos y sobre todo el de Dios es el verdadero e inigualable! Todo mi Amor, mi Fe y mi Esperanza a Dios nuestro Señor!
Cyntia
Gracias, Cyntia.
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