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Ceguera del corazón

Juan 9

Ha de ser terrible eso de detenerse frente a un semáforo en rojo y no darse cuenta de cuándo pasa al verde porque te ha venido una ceguera blanca. O ser oftalmólogo, y regresar a casa pensando qué sentirá ser ciego, como está aconteciendo con la población de la ciudad en que vives, y querer comprender a qué se debe, mientras te sientas en un sillón y te dispones a leer, para descubrir que tú mismo tienes ya la ceguera blanca de la que adolecen tus pacientes. Así lo narra José Saramago, en Ensayo sobre la ceguera, una extraordinaria parábola tejida con crudo realismo, sobre lo que pasa con la humanidad cuando está ciega. La última persona que conserva la vista es precisamente la esposa del médico, la cual en un momento dado afirma: "Iré viendo cada vez menos, y aunque no pierda la vista me volveré más ciega cada día porque no tendré quien me vea."

En la antropología blíbica, los ojos y el corazón están conectados. De tal manera que la vista es reflejo del sentido de la vida; los ojos no sólo nos permiten descubrir lo que está fuera, sino también mostrar lo que tenemos dentro. Un día Mafalda se diseñó una especie de traje de astronauta con una caja, impulsado con un sifón de agua, un vuelo a chorro. Cuando hizo la demostración frente a Felipe y Manolito, Felipe expresó: "¡Sorprendente!" Y continuó muy contento: "¡Nunca pensé que un sifón brindara estas posibilidades técnicas!" "¡Y comerciales!", añadió Manolito, a su vez muy entusiasmado, "esto puede llevar la cotización del artículo a niveles muy interesantes!" Mafalda y Felipe le estamparon el traje en la cabeza. Manolito se lamentó: "¡Las generaciones son tuertas si les falta el ojo comercial!"

La narración del ciego de nacimiento se mueve en el nivel de la luz del corazón, del ojo de la fe, el ojo de la luz que es Jesús mismo. Lo importante es el sentido de dicha curación.  La ceguera física de la narración es un pretexto para desnudar la ceguera espiritual. El sentido de la vida para este hombre comienza cuando Jesús lo ve. Jesús ha visto a un hijo de Dios, a un hermano; Jesús ha visto su necesidad. El ciego, gracias a su curación, al recuperar la vista, y poder levantarse y caminar. Lo triste es que la gente de Dios, los fariseos de la sinagoga discuten no sobre la vida plenificada de este hombre que estaba a la orilla del camino como un muerto, viviendo de pedir limosna, sino sobre la condición moral de Jesús, no les alegra la curación, se molestan por el quebrantamiento del sábado. Lo triste es que en lugar de ver a un hijo de Dios curado, sólo sean capaces de ver pecado. Hay gente que es así. Frente a Dios y frente a los demás sólo ven pecado, su mirada es parcial, ciega. Son incapaces de ver a Dios, su propósito de vida y vida en abundancia. 

¿No tendrían, los padres del que fue ciego, que festejar y sentir júbilo porque su hijo estuviera curado, en lugar de sentir miedo y acoso por parte de la gente de la sinagoga? ¿No merecía el ciego celebrar la luz conocida, el haber sido re-creado por Jesús, y alabar por ello a Dios, en vez de la persecución a la que fue sometido? Esto exhibe la ceguera espiritual de los que, diciendo conocer a Dios, sólo ven pecado; incapaces de ver con compasión y misericordia. Cuando en 1968 el Papa Pablo VI prohibió el uso de anticonceptivos llamados "artificiales", sin mayores argumentos teológicos, pero con miedo de desacreditar el magisterio de papas anteriores, Hans Küng, el teólogo suizo, comentaba el texto papal diciendo que, precisamente porque hay que tomarse en serio las palabras del sucesor de Pedro, había que alertar cuando estas no iluminaran, no apuntaran hacia la vida a través de la luz del discernimiento, sino que introyectaran en la conciencia de los fieles más miedos, más peso innecesario, más escrúpulos. ¿No tendríamos que sentirnos liberados en el encuentro con Jesús? ¿No tendríamos que sentirnos aliviados a la vista de Jesús, porque su mirada es siempre compasiva, y mientras otros ven pecado, él ve necesidades? ¿No tendríamos como Iglesia, estar constantemente buscando que la gente vea con la luz de Jesús, y destierre las tinieblas del miedo y del pecado?

Lo interesante es la relación del ciego con Jesús. Pasa de ser visto por Jesús a conocerlo. Su conocimiento es gradual pero fundamental. A veces me preguntan algunas personas que por qué les pasan cosas malas, por qué a ellos, por qué ahora. Mi respuesta es: contempla la cruz. Y casi en automático me replican: pero es que Jesús era Dios. Jesús era un hombre. Dios se tomó en serio la encarnación en Jesús. Tomó enteramente el ser humano, incluyendo el dolor, el sufrimiento, las tentaciones, la debilidad e incluso la muerte. Jesús es humano, también nosotros; somos barro pero tocado por Dios, con su Soplo, con su Espíritu. Por eso somos su imagen y semejanza. ¿Y el pecado? El pecado no es humano, es inhumano, deshumaniza; la humanidad no es excusa para pecar. Y entonces, si Jesús es humano, ¿no tiene que ver con Dios? ¡Claro! Dirá después el que ciego curado: Es un profeta, habla de Dios, su compasión habla de Dios, su solicitud por la vida habla de Dios. Que la humanidad de Jesús transparente la divinidad es posible porque viene de Dios. Y si este hombre que habla de Dios y viene de Dios nos ve con compasión, nos levanta y nos invita a caminar, a hacer camino detrás de él, merece ser reconocido y adorado como Señor de vida plena. Lo triste es que siga habiendo gente que ve pecado en lugar de necesidad de Dios, gente ciega, que por decir que ve, permanece en su pecado. Nosotros creemos en Jesús, y en la luz del amor que destruye el miedo y la parálisis. 

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