Lucas 15,1-3.11-32
Leo la parábola y me acuerdo de Manolito, cuando ya no quiso ir a la escuela: "¡Estoy harto de la escuela, ¿entienden? ¡Harto!", gritó parado sobre su cama. Y continuó: "¡Así que FINISH! ¡No voy más!". Y sentenció: "¡Así que no me vengan con discursitos, porque no me van a convencer!" Pero luego en la escuela, se desahogó con Mafalda: "Hay que ver la oratoria que tiene la zapatilla de mi mamá"
Después de que yo mismo me fuera de mi casa, mi mamá (mi padre ya había muerto), no salió a recibirme con los brazos abiertos, ni me cubrió de besos ni nada. Ni siquiera me abrió al momento, estuvo según buscando las llaves. Y cuando las encontró, no me puso la ropa más fina ni me llevó a ningún centro comercial ni tienda por estilo, ni me dio las llaves del coche, ni zapatos nuevos. Nada. Así que de repente me dan ganas de pensar que no que me vengan con parábolas, aquí hay gato encerrado. Por supuesto, mi madre me quería mucho y lo último que hubiera querido era que yo me fuera de la casa. Y pensándolo bien, si me hubiera recibido como el Padre misericordioso creo que no habría aprendido la lección.
Lo cierto que quizá James Alison, teólogo británico quizá ha encontrado el gato encerrado: Ha puesto de manifiesto el pasaje del Deuteronomio; 25,15-23, donde se dispone cómo repartir la herencia entre los hijos mayor y menor, y la Ley precisa que si uno de ellos es rebelde y desobediente, y es libertino y borracho y no hace caso ni a los ancianos, que se le apedree, para arrancar el mal de raíz. Con esta parábola contada por Jesús, queda claro que por rebelde y desobediente que sea el hijo, por borracho y libertino, el padre nunca querrá la muerte de sus hijos, que sigue siendo padre, y lo que siente es preocupación y angustia, porque su enojo es temporal y siempre querrá la vida de sus hijos.
Alison además señala que en el judaísmo en tiempos de Jesús estaban definidos los textos bíblicos que se leían y comentaban en la sinagoga. Y pareciera que Jesús estuviera comentando los textos leídos en la fiesta que primero fue de la Dedicación del Templo, y más tarde de la Expiación o Purificación. Dichas lecturas contaban la historia de José, el hijo de Jacob, el hermano menor vendido por los mayores como esclavo a los egipcios, donde terminó como segundo del Faraón. Cuando se reencontró con su padre y sus hermanos, fue José quien corrió al encuentro de su padre, echó sus brazos al cuello y lo cubrió de besos. O sea que también los hijos y no sólo el padre sabe amar.
Porque también estamos hablando de relaciones entre hermanos. El mayor que no quiere entrar a la casa, a la fiesta, porque siente envidia, enojo por el hermano que ha vuelto, que estaba muerto y ha vuelto a la vida. Caín que vuelve del campo y no se alegra de que vuelva Abel, el hermano menor al que mató. Hermano menor también fue Jacob; Esaú el mayor. Jacob ganó la primogenitura y la bendición de Isaac, su padre. Por lo que Jacob huyó y se encontraron hasta después de muchos años, cuando aún iba de camino, Esaú salió al encuentro de Jacob y, lo mismo que el Padre de la parábola, salió a su encuentro, le echó los brazos al cuello y lo cubrió de besos. El hermano mayor también se sabe reconciliar.
E incluso, siguiendo a Alison, cabe la posibilidad de que la parábola sea leída en clave cristológica: que Jesús, siendo el unigénito, en su Encarnación se hace solidario de los pequeños, se hace hermano mayor, y su parte de herencia, la gracia y la misericordia de Dios, la dilapide pródigamente con pecadores, publicanos, prostitutas y extranjeros, contaminándose con la impureza de éstos, como si de cerdos se tratara, y habiéndose quedado sin nada, pensara en volver con su Padre, pero fue llevado fuera de la ciudad muerto colgado en la cruz, hecho maldición; y que, muriendo en la cruz, expiara los pecados de la humanidad. En la fiesta de la Purificación, el sacerdote pedía al Señor: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no merezco llamarme hijo tuyo." Fue entonces que el Padre lo levantó y volvió a la vida; le puso la estola, literalmente dice el evangelio, vestidura sacerdotal; le pusiera el anillo en el dedo, lo mismo que el Faraón con José cuando lo hizo su primer ministro; y le puso sandalias en sus pies. Moisés, cuando dejó la casa donde creció como hijo, se fue durante cuarenta años, al cabo de los cuales le habló el Señor y lo envió de regreso a Egipto, a hablar en su nombre para llevar a su pueblo camino a la libertad, como todo un profeta. Pero no podía estar calzado en su presencia. Jesús sí pudo estarlo. Es más que Moisés y fue más que un profeta. Pero pareciera que con estos gestos, el Padre constituyó a su hijo menor, el preferido, a un mismo tiempo, Sacerdote, Profeta y Rey, lo mismo que hace con nosotros en el bautismo.
Cuando hay problemas en una relación de pareja, sucede que a veces una de las dos partes dice a la otra: "No eres tú, soy yo". Pero alguna de mis amigas decía alguna vez: "No soy yo, eres tú, porque yo soy a todo dar. " Con la parábola, queda claro que en la relación con el Padre y entre nosotros, el problema somos nosotros, los que nos sentimos hermanos mayores, sabiendo en el fondo que todos somos iguales; nosotros, que sentimos envidia y nos enojamos; nosotros, que juzgamos y etiquetamos a los demás como si aún viviéramos bajo la ley de la pureza. Nosotros, porque Él es bien a todo dar.
p. Miguel me agradan mucho sus comentarios, realmente son un alimento para todos. saludos. mi oración con usted.
ResponderEliminarGracias, Gustavo. Que el Señor nos bendiga y san José nos proteja.
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