Juan 8,1-11
Un día mientras su papá trabajaba con sus plantas, Mafalda dijo, señalando una semilla con el dedo meñique: "Mira, papá, se te ha caído una semilla." Le respondió el papá: "¿Y eso de señalar con el meñique? ¿Es una novedad?" "Y...", contestó Mafalda, "me dio no sé qué señalar a una inocente semilla con el índice", y, extendiendo el índice, afirmó con voz fuerte: "¡El dedo índice está tan usado en política!..." Y más tarde continuó para sí: "¡Es increíble la importancia del dedo índice! Un patrón pone su índice así", y puso extendió horizontalmente el dedo índice, "¡y tres mil obreros quedan en la calle!" "¡Ahh!", pensó, "¡éste debe ser el maldito índice de desocupación con que escorchan tanto!"
Pareciera que la página del evangelio habla de dedos. Por un lado, el dedo de los acusadores, fariseos, que no están interesados ni en la Ley de Moisés, ni en la voluntad de Dios, ni mucho menos en la mujer sorprendida en adulterio; tampoco el adulterio mismo. Por otro lado, el dedo de Jesús quien, en vez de responder inmediatamente a la pregunta, se agacha y escribe en la tierra. Alguna vez leía un comentario sobre este texto, y comentaba el autor que seguramente a sus detractores les habrá parecido el gesto de un niño idiota frente a una pregunta seria. Pero no se trata de ninguna idiotez. Muy por el contrario, Jesús responde con un lenguaje altamente simbólico. Su postura es la de Dios, y en Jesús Dios se abaja al nivel de la tierra, al nivel de la humanidad. En sus manos el barro de la humanidad nunca es destruido, sino siempre re-creado.
Esta semana, cerca de Roma, el Papa Francisco y la curia vaticana tomaron ejercicios espirituales; el predicador, el P. Ermes Ranchi, siervo de María, puso por tema general: "Las preguntas desnudas del evangelio". Entre ellas, reflexionó sobre las de esta página de hoy: "¿Dónde están los que te acusaban? ¿Alguien te ha condenado?" A estos acusadores, el P. Ranchi los llamó: "hipócritas", "comediantes de la fe", gente que pretende defender la verdad a pedradas, personas que han hecho de Dios un "enemigo del ser humano". Por supuesto, éste no es el Padre de Jesús, el Dios bueno del Evangelio.
No sé si Jesús haya pensado en la historia de sus padres, si haya pasado por su cabeza que quizá María podría haber estado en una situación similar, de no ser por la misericordia de José. José fue misericordioso con María porque primero Dios fue misericordioso con él. José se habría sentido engañado por una infidelidad de María, tal vez sospecharía de una violación, tan común en aquella época de parte de los soldados romanos cuando incursionaban en los pueblos de Israel y de Judá para sembrar el terror. Como quiera, decidió repudiarla en secreto. Con ello habría evitado la lapidación de María, en caso de que hubiera sido víctima de abuso; y al mismo tiempo habría querido evitar con ello que se manchara el honor de su familia, el honor de David, su antepasado. Dios tuvo misericordia de José, de su corazón lastimado, por el desconcierto, la desilusión y las burlas de los demás. Le habló en sueños y le pidió no tener miedo. Le explicó la verdad del embarazo de María, y él la recibió en su casa haciéndose cargo del niño como un verdadero padre.
Confrontados por la respuesta de Jesús, los acusadores, los comediantes de la fe, se retiraron poco a poco comenzando por los más viejos, en crímenes y en años, como cuenta el relato del profeta Daniel. Al final, en palabras de san Agustín, quedaron solos la miseria y la misericordia. A la misericordia no le importó la miseria, sino la mujer; no le importó la miseria, sino la dignidad de la hija de Dios; no le importó el pasado de miseria, sino el futuro de gracia, la esperanza de la conversión. Fue Mafalda con Manolito y le dijo, mostrándole el índice: "Aquí donde lo ves, de un dedo como este depende el destino de la humanidad. Basta que alguien lo apoye sobre un botón de disparo de un cohete nuclear, para que el mundo salte en pedazos. ¿Hay algo capaz de superar el poder de semejante dedo?" Y mostrando a su vez su propio índice vendado, respondió Manolito: "¡Una puerta!". Más grande que la ley es la gracia; más grande que la miseria siempre es la misericordia. Nunca olvidemos las palabras del Apóstol: "Si nuestro corazón nos acusa, Dios es más grande que nuestro corazón."
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