Lucas 13,1-9
En los últimos versículos del capítulo 12 de Lucas, encontramos a Jesús enseñando a la gente a reconciliarse con sus adversarios, antes de que éstos los lleven ante los jueces y éstos a su vez los encarcelen y no los dejen salir hasta que hayan pagado el último centavo. Perece que los oyentes de Jesús estuvieran en deudas económicas, y pareciera que cuando de dinero se trata, la reconciliación en principio no fuera difícil. Pero hay situaciones en las cuales la reconciliación parece más bien imposible. Mientras Jesús está hablando, llegan unos, no sabemos quiénes, quizá gente enviada por escribas y fariseos, con quienes hemos visto discutir a Jesús, y quieren ponerle una trampa. Llegan a contar a Jesús que Pilato ha hecho matar a varios galileos, mezclando su sangre con la de los sacrificios. Seguramente la escena tuvo lugar en el templo de Jerusalén, durante la pascua, época del año en la que la afluencia de peregrinos rebasaba la capacidad de los sacerdotes, y entonces el pueblo podía ofrecer sus sacrificios de animales por sí mismo.
El comentario lanzado es una bomba. ¿Condenaría Jesús el ataque a sus paisanos galileos, formados en el nacionalismo, y encendiendo el ánimo de la gente en contra del Procurador Pilato y el Imperio Romano? Con ellos, podría ser fácilmente acusado de subversión, castigada por los romanos con la crucifixión. ¿O excusaría a Pilato, con lo cual le disculparía no sólo la masacre, sino también la profanación del Templo? Con ello, quedaría, lo menos, enteramente desacreditado a los ojos del pueblo.
La respuesta de Jesús es dura y difícil de comprender de buenas a primera: "¿Piensan que aquellos galileos murieron así por ser más pecadores que los demás? Les digo que no; más aún, si ustedes no se convierten, también perecerán del mismo modo." Primero, hay que observar que Jesús destaca la dimensión de pecado que hay en la muerte de los galileos. Pero deja en claro que no murieron como castigo por sus propios pecados. Y segundo, y aquí está la clave, Jesús no pide a quienes le llevaron la noticia ni a la demás gente que lo escucha arrepentimiento, sino conversión, cambio profundo.
Esta semana vimos todos a la Maestra Elba Esther en la cárcel; apenas hay quien se atreva a defenderla, y la opinión pública casi de manera unánime considera que se ha merecido y hasta ganado a pulso estar donde está, chistes incluidos, yo mismo he lanzado la pregunta de si no estaremos ya viendo los signos del fin del mundo; con eso de que los meteoritos caen en la tierra, el Papa ha renunciado y hasta Elba Esther está en la cárcel, somos testigos de lo que hasta hace un mes sólo pasaba en la atrevida imaginación de unos cuantos. Sin embargo, casi nadie se atreve a afirmar que estamos ante un caso de desinteresada justicia.
Pero creo que si el Señor Jesús estuviera entre nosotros nos diría: "¿Creen que son mejores que la maestra? ¡Pues yo les aseguro que si no cambian su manera de vivir en sociedad, acabarán como Elba Esther!" Y es que el problema no es ella; el problema todo aquello que ha hecho que ella sea lo que es, aquellao que compartimos todos con ella, y no estoy hablando de una pecaminosidad innata en el ser humano, sino de la venia y la complacencia con un sistema corrupto e interesado que nos rebasa, del que renegamos, pero ante el cual nos rendimos seducidos por las delicias del poder y del dinero. Y porque siempre tenemos una excusa para justificarnos, porque creemos y afirmamos que nosotros no somos Elba, aunque acabemos haciendo lo mismo.
Así que la advertencia del Señor no está demás. Porque evidentemente no nos gusta reconocerlo ni aceptarlo. Dice algún psicólogo que cuando alguien no te caiga bien, algo tiene de ti. De modo que la verdadera reconciliación social, lo mismo con la reconciliación del propio yo, nace de la aceptación de aquello en lo que transigimos con el sistema corrompido y corruptor, con humildad y sin excusas, sin sentido de culpa, que la culpa no ayuda en nada. Dice Catón que el domingo es el día en que pedimos perdón al Señor por los pecados que cometimos el sábado y que volveremos a cometer el lunes.
Lo que sí ayuda es el duro esfuerzo de cambiar. Sí, es verdad, lo hemos intentando muchas veces, y cada vez tenemos la sensación de que es por demás, que es imposible salirse del sistema. La parábola de la higuera que cuenta Jesús a continuación es tan emotiva como dolorosa. La verdad de un planta que no da fruto y ocupa terreno inútilmente. Pero también la verdad de un viñador que se resiste a arrancarla y perderla, que removerá la tierra de alrededor, y le echará abono, porque confía una y otra vez en que por fin nos demos cuenta que el problema no ha sido Elba, sino la sociedad que la ha formado, como el problema no es la higuera, sino la tierra de la que ha brotado, que es a ella a la que hay que abonar y remover. Y cuando la tierra es infértil, la higuera muere. Vivir en un sistema creador de Elbas es vivir en el plano de la muerte. Dios quiere a su viña, por eso la cuida. Por eso Jesús invita a pensar la justicia en el horizonte de la reconciliación y no de la venganza. Hay mucho que cambiar. No es fácil, pero Dios confía en que es posible.
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