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La fuerza de su Palabra

Lucas 5,1-11

Lo vio y lo reconoció. Cualquiera de nosotros, lectores del evangelio, también lo hubiéramos reconocido, como lo hizo Simón, cuando lo vio venir hacia su barca. Lo vimos leer y comentar la Escritura en la sinagoga de Nazaret, y vimos cómo la gente de Nazaret se llenaba de asombro por la sabiduría de las palabras que salían de su boca. Lo vimos dejar Nazaret para irse a vivir a Cafarnaún, y en la sinagoga de Cafarnaún lo vimos expulsar a un demonio que poseía a un hombre, y la gente que atestiguó la escena comentaba con asombro: "¡qué fuerza tiene la palabra de este hombre!" Y ahí mismo en Cafarnaún, lo veremos entrar en la casa de Simón, cuya suegra estaba enferma, postrada en cama. Y Simón verá, y nosotros con él, cómo Jesús se acercará a ella y la curará sin tocarla, sólo con su palabra. Y el narrador nos dirá cómo Jesús andaba llevando la Palabra por las sinagogas de Judea.

De modo que Simón sabía quién era Jesús cuando lo vio venir a su barca. Había oído hablar de la sabiduría y la fuerza de su palabra; él mismo había atestiguado que las palabras de Jesús dan vida. Jesús subió a su barca y comenzó a proclamar su mensaje; ¡otra vez la sabiduría y la fuerza de sus palabras! Pedro comprendió que Jesús necesitaba su barca porque la gente se aglomeraba en la orilla del lago. Pedro maniobró y la barca recorrió la orilla una vez y otra, de modo que las palabras de Jesús pudieran llegar a todos. Cuando Jesús terminó, pidió a Pedro dejar la orilla, dirigirse hacia dentro, a lo profundo y echar las redes. Las redes que ya habían lavado, tras el fracaso de una jornada en la que el sol salió y las encontró vacías. La propuesta era absurda, ¡pero era él quien lo pedía! Y obedeció: "¡Porque tú lo dices, porque he visto la fuerza de tu palabra y confío en ella, confiando en tu palabra, echaré las redes!"

Echaron las redes y las recogieron repletas. Roma decía que sus dioses habían dado al emperador poder sobre mar y tierra. Sólo el César era señor de lagos y mares, pero la palabra de Jesús mostraba una fuerza superior a la del César; ¿hasta dónde llegaba la fuerza de sus palabras? Simón sintió miedo, era natural, ¿cómo estar con un hombre así, sin más, cuyas palabras desafían al mal, a la enfermedad, al dolor, a la muerte, al fracaso, a la soberbia de los poderosos? Y otra vez sintió la fuerza de las palabras de Jesús: "¡No tengas miedo!" Porque Jesús no quiere deslumbrarnos con su Palabra, sólo quiere decirnos lo mucho que nos ama, y compartir con nosotros la vida como amigo. Y Simón sintió que no podría vivir lejos de aquel hombre y de sus palabras; de la vida y de la libertad que comunicaban. Dejó redes y barca, y lo siguió. 

¿Quién que lea esta escena no se pone en las sandalias de Simón? La narración del Evangelio nos invita a escuchar en el corazón las palabras de Jesús. Palabra de Jesús es el Evangelio y Palabra es también la Eucaristía. Todo Jesús es Palabra de Dios, y en todo nos dice que Dios nos ama; cuando la vida es una rutina sin sentido, la Palabra nos dice que Dios llega a dar luz y libertad; cuando el dolor nos invade y la muerte nos ronda, la Palabra resuena y da salud y vida; cuando el fracaso llega, la Palabra viene a llenar el vacío de nuestra frustración; cuando los poderosos nos humillan, la Palabra nos levanta y nos mantiene en la esperanza; cuando el miedo nos embarga y creemos a Dios distante, la Palabra invita a no tener miedo. 

Yo, como todo el mundo, en mí y en mi país, he sentido todo eso, muchas veces; y no pocas todo junto: frustración, desesperanza, dolor, miedo. Pero también he sentido cómo la Palabra resuena en mí y me da vida. La busco en la Escritura y en la Eucaristía, pero la busco también en mi vida y en la gente. La Palabra de Dios sabe rasgar el silencio. Dios habla y da vida. Dios me dijo y comencé a existir, Dios me sigue nombrando y nombrándome me ama y me da vida. Y cuando más lo necesito, en el silencio y en la soledad de lo que no se comprende, su Palabra vendrá y lo llenará todo; y cuando llegue la noche de la muerte, ahí su Palabra resonará y me llamará por mi nombre. De aquí a entonces, tengo dos tareas; la primera, escuchar su Palabra; la segunda, hacerme Palabra y decir claro y fuerte que Dios es vida y es Amor.




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