Juan 10,11-18
Las Palabras de Jesús forman parte de una larga secuencia narrativa que comienza en capítulo 9, con la narración de la curación del ciego de nacimiento, llevada a cabo por Jesús. Los fariseos no ven con agrado la curación, porque fue hecha en sábado. Jesús, intencionada y provocadoramente, cura en sábado para dejar en claro la voluntad de Dios: el bienestar del ser humano, lo demás está en función de esto. De manera que un hombre que no sabía lo que era ver, comenzó a ver, y fue perseguido por ello. Porque finalmente, lo último que les importó a los fariseos fue que el ciego viera; en realidad, nunca les importó. En este relato de curación, Jesús se presenta a sí mismo como luz del mundo.
El hostigamiento de los líderes religiosos fariseos llegó no sólo hasta el ciego, sino que alcanzó a Jesús. Todo el discurso de Jesús sobre el Pastor por excelencia, frente a los pastores falsos o deficientes es una disputa entre Jesús y los fariseos. Los fariseos le reprochan a Jesús su actitud, y Jesús les echa en cara ser pastores asalariados, de los que no tienen amor por las ovejas y, por lo tanto, no tienen preocupación ni cuidado frente a los ladrones, que vienen a robar, a matar y a destrozar. Es aquí donde Jesús constrasta su propia figura con la de los fariseos. Él se presenta a sí mismo como el pastor por excelencia, el que cuida a las ovejas no porque le paguen, sino porque las ama, porque las conoce a cada una; el que no huye frente cuando ve venir a los lobos.
Recuerdo que alguna vez un compañero de Cuernavaca me contaba don Sergio Méndez Arceo, obispo de Cuernavaca, Obispo de aquella Diócesis allá por los años sesenta y setenta, encabezaba la procesión de entrada de la Eucaristía. La liturgia pide que primero entren los servidores del altar, es decir, los acólitos, luego los diáconos, luego los presbíteros concelebrantes y por último el ministro presidente, sea presbítero o, en su caso, el obispo. Don Sergio entraba primera y los demás tras él. La razón, decía, "porque soy pastor, no arriero".
Tenía razón. El pastor va delante de las ovejas, Jesús mismo dice que sus ovejas lo conocen tanto como él a ellas, que escuchan su voz y lo siguen. ¿Para qué sirve el báculo, sino es para que las ovejas que se distraen vean dónde va el pastor y vuelvan al camino? Yo comento esto porque no es infrecuente que la duda existencial nos visite a cada rato, y nos ponga en la situación de no saber qué hacer o qué decidir. Entonces tenemos la tentación de pedir consejo, pero a veces más que consejo lo que pedimos es que nos digan qué hacer. Tiene sus ventajas, entre otras, que si la decisión no es la mejor o incluso francamente mala, queda la comodidad de culpar a quien nos dio el consejo y lavarnos nosotros las manos y la conciencia de toda responsabilidad. Pero equivale a vivir como ciegos, como eternos menores de edad.
Jesús es pastor, no arriero. Jesús no anda detrás de sus ovejas, arriando, vigilando. Jesús es pastor y va delante. Primero ha curado al ciego y después se muestra pastor. Confía en sus ovejas. Lo que espera es que sepamos escuchar su voz, su Palabra, en la Escritura tanto como en la vida; y que sepamos caminar detrás de Él el camino de la vida entregada generosamente y por amor. Él lo caminó primero. Hay que aprender a escuchar su voz, hay que aprender a caminar como mayores de edad, hay que aprender a discernir, a ser personas maduras y responsables. Mejor es caminar aunque en el camino a veces nos perdamos y a veces nos tropecemos, que no caminar nunca hacia ningún lado. Nadie nos quita el derecho a equivocarnos. A lo que no tenemos derecho es a permanecer en el error, ni a permanecer siendo niños toda la vida.
Hay que confiar que Jesús va adelante, que va abriendo camino. Pero más importante creer que Jesús, el Pastor auténtico y por excelencia, confía en nosotros, sabe que escuchamos su voz y lo seguimos, porque somos ovejas y no borregos, porque nos ha dado la capacidad de escuchar y de ver, de discernir, de decidir y de actuar en consecuencia. En eso consiste el seguimiento a Jesús: en ver como Él ve, escuchar su voz y andar por el camino que Él recorrió primero. No hay por qué sentir miedo. El va delante ahuyentado ladrones y lobos.
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