Mateo 23,1-12
Una escena sin escenario preciso, pero con auditorio bien definido: la muchedumbre y los discípulos. No se puede perder de vista que estamos hacia el final del Evangelio, con Jesús en pleno conflicto con el poder religioso de Jerusalén, aliado al poder político de Roma. Al dirigirse a la gente y a los discípulos, Jesús les asegura que en la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y fariseos. Y les pide: "Hagan todo lo que les digan, pero no imiten sus obras."
Uno está tentado a creer que, en principio, el texto es denuncia contra la hipocresía, y que todo se trataría de una cuestión personal o de rivalidad entre Jesús y los fariseos. En ese caso, Jesús estaría diciendo que la enseñanza de éstos es buena, y como tal hay que seguirla; pero los fariseos entonces serían unos hipócritas, incongruentes, que dicen una cosa y hacen otra. Sólo que hay un pequeño inconveniente: A lo largo del Evangelio, Jesús ha rechazado la enseñanza de los fariseos y los escribas. ¡Es inconcebible que al final Jesús venga a validar la enseñanza de los fariseos! Por eso hay que leer el evangelio en su conjunto.
Sin embargo, la frase está dicha: En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. En este evangelio de Mateo, Jesús se preocupado por dejar claro que no ha venido a abolir la Ley (de Moisés) ni a los Profetas, sino a darles plenitud. Lo que Jesús propone es el rescate o la primacía de una manera de interpretar la Ley, desde la línea profética. Interpretación según la cual Dios formó un pueblo de hombres y mujeres libres, al cual encomendó de manera especial el establecimiento de un nuevo orden social con base en la justicia, en la compasión, en la misericordia y en la fraternidad; en todo lo que encierra, pues, el amor.
Parece más bien, en una segunda instancia, que Jesús pide escuchar la verdad de donde venga. Es decir, los escribas y fariseos han hecho una errónea interpretación de la voluntad de Dios, con base en la pureza y la ritualidad, pero leen los textos sagrados, las Escrituras; y cuando leen los textos sagrados, hay que escucharlos.
Viéndolo bien, quizá los fariseos no eran hipócritas ni incongruentes. Quizá eran perfectamente coherentes, tan coherentes que por eso era fácilmente distinguible su error en la interpretación de las Escrituras. Con ello no estoy justificando la incongruencia; si el error en la interpretación es censurable, la hipocresía lo es en mayor grado. Pero el error puede ser más peligroso que la hipocresía, al menos el hipócrita sabe que miente, ¿pero quién convence al que está convencido de tener la razón y actuar con bien? Desde este punto de vista, tendríamos que volver la vista una y otra vez hacia la Escritura, hacia Jesús y el Evangelio, ésa tendría que ser la primera voz que escuchamos y con la cual confrontar nuestras decisiones.
A partir de esta lectura, lo que sigue en el discurso de Jesús es perfectamente lógico y coherente. Si el problema fariseo no es la hipocresía, sino la interpretación, lo que sigue es el desenmascaramiento del error en la interpretación: la búsqueda de la propia perfección, el lucimiento del ego engrandecido hasta el punto de la soberbia. El proyecto de Dios va no en la línea del egoísmo, sino de la fraternidad. Por eso a nadie hay que llamar Padre, porque en el Pueblo de Dios sólo hay un Padre, que está en los Cielos, los demás somos hermanos. Por eso no se pueden echar las cargas encima de los demás, ninguna. En la lógica de la fraternidad, en la lógica del Reino de Dios, las cargas se comparten solidariamente. Al menos ésa fue la propuesta de Jesús: "Vengan a mí todos los que están fatigados y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy sencillo y humilde de corazón, y encontrarán descanso para sus vidas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera." Por eso Jesús pide no tener más Maestro que él mismo, porque no hay otra enseñanza más que la suya, que se integra en la tradición de los Profetas, para interpretar correctamente la voluntad de Dios.
Otro punto me llama también fuertemente la atención. Las palabras de Jesús suenan a algo así como a táctica de resistencia civil pacífica. Con ellos, Jesús se metió más en el conflicto, y sus seguidores no están exentos de él. Pero me da la impresión de que Jesús dijera: "Si ellos tienen el poder, haz lo que te piden, porque tienen el poder. Eso no significa que tengan la razón. Pero si te empeñas en poner en práctica lo que piden, los resultados dirán quién tiene la razón." Así, alguien con autoridad y poder suficientes puede decidir, por decir algo, declarar la guerra al crimen organizado sin instituciones confiables y limpias de toda corrupción, aceptando pagar el costo en vidas humanas. El tiempo dirá si los resultados son de paz, justicia y vida digna; o si por el contrario, son de más muerte, más violencia, más crimen y menos Estado. Se puede actuar con toda la buena voluntad y equivocarse. Lo peor de equivocarse no está en la equivocación, sino en la terquedad de mantenerse en ella, nada más por el puro orgullo de no reconocer y rectificar. El tiempo, juez de vivos y muertos, juez incorruptible, no dejará de decir quién tuvo la razón, ni dejará de humillar a los que se engrandecen, y de engrandecer a los humillados. También la esperanza, no podemos perderlo de vista, es una virtud cristiana.
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