Juan 20,19-31
Se trata de uno de los principales personajes de esta escena, y es ampliamente conocida en la cultura popular su postura de “hasta no ver, no creer”. Generalmente, de Tomás solemos hacer un juicio negativo, y le criticamos su falta de fe, le criticamos que no haya creído al resto de los apóstoles que Jesús estaba realmente vivo. Advirtió que no creería si no metía sus dedos en las heridas del Maestro.
Pero tampoco se puede perder de vista la valiente y decidida actitud de Tomás cuando, páginas atrás, Jesús decide ir a Jerusalén para resucitar a Lázaro, una vez que los suyos trataban de disuadirlo para evitar que fuera capturado. Tomás dio ejemplo de fidelidad y valentía: “Pues entonces vayamos también nosotros para morir con él”.
El evangelio lo llama Tomas, el Gemelo. Pero nunca se nos dice quién es su gemelo. Y tal parece que no es un descuido del narrador, sino un recurso suyo para involucrar al lector y obligarlo a tomar una postura. Y en efecto, ¿quién no se siente animado por ejemplo de Tomás, para seguir a Jesús, aun a riesgo de perder la propia vida? ¿Quién no ha sentido, como Tomás, la necesidad de tocar a Jesús vivo y resucitado? ¿Quién no quisiera cerciorarse de que, ciertamente y contra toda duda, está vivo y glorificado aquél que fue arrebatado injusta y brutalmente de la tierra de los vivos?
¿Quién no quisiera, como Tomás, tener la seguridad de que es el Crucificado y no otro, cuya vida ha sido rescata de la muerte por el Padre? ¿Quién no quiere vivir con la certeza de que no es el pecado ni la muerte injusta las que tienen la última palabra sobre la historia? Más que ante un hombre al que le falta fe, estamos ante un hombre lleno de amor y pasión por Jesús.
Ama a Jesús, y con todas las fuerzas de su corazón desea verlo, abrazarlo, escucharlo, vivir nuevamente de su Palabra. No le basta que otros digan que está vivo, quiere por sí mismo experimentar la Vida Nueva de Jesús. ¿No se parece en esto a nosotros? ¿No desearía el evangelista que todos y cada uno de los miembros de su comunidad estuvieran dispuestos a seguir a Jesús hasta la muerte?
¿De quién es gemelo Tomás? ¿De quién, si no de nosotros, que deseamos tocar las heridas del Señor, no por morbo, sino para contemplarlas y celebrar el triunfo de la vida sobre la muerte? ¿De quién, si no de nosotros, que deseamos tocar las heridas del Cuerpo de Jesús, que es la Iglesia, en la historia de hoy, y saber que han sido curadas y la vida ha sido restaurada? ¿De quién, si no de nosotros, que nos resistimos a enterrar a nuestros muertos sin la esperanza de que un día verán la justicia? ¿De quién, si no de nosotros, que nos negamos a que a nuestra patria se le escurra la vida por su costado abierto y desgarrado por una lanza de violencia absurda? ¿De quién, si no de nosotros, que queremos ver a Jesús, y que creemos que lo veremos?
¿De quién va a ser, entonces, gemelo Tomás, si no es de nosotros mismos? ¿Cómo, entonces, vivir sin la esperanza de que un día el Señor se dejará ver en medio de su pueblo pobre, herido y humillado, y como a Tomás y a los suyos nos dará el regalo de su paz? ¿Cuándo será el día, Señor, en que, contemplando las heridas de tu pueblo, te reconozcamos vivo y glorificado? Dichoso Tomás, que vio lo que creyó con todo su corazón.
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