Juan 11,1-45
Debería leerse hasta el versículo 52; habría que leer el evangelio de corrido de principio a fin. Juan es un maestro en el arte de contar. En este capítulo cuenta la historia de la llamada resurrección de Lázaro. Pero de Lázaro apenas nos da datos. El centro del relato es Jesús. Todos los personajes hablan con Jesús o hablan de Jesús. Ellos buscan al Maestro, o el Maestro se encuentra con ellos. Las palabras que importan son las de Él, o las que lo confiesan como Maestro y Señor. Maestro y Señor de vida plena.
Siguiendo la evolución narrativa de Jesús en el relato, llaman la atención varios puntos. Primero, que se haga del rogar para atender al llamado de Marta y María, las hermanas de Lázaro, en que le piden vaya a curar a su hermano, a quien tanto ama. Jesús dirá con mucha tranquilidad que esa enfermedad no terminará en la muerte, sino que mostrará la gloria de Dios y la de su enviado. Deja pasar dos días, y cuando llega a Betania, Lázaro tiene cuatro que ha muerto. Pero cuando llega ante el sepulcro, llora. ¿Por qué llora? ¿Porque lo quería mucho? ¿Y por qué, entonces, si lo quería, no acudió inmediatamente a curarlo? La gente que contempla la escena tiene razón en sorprenderse: ¡si pudo abrir los ojos del ciego de nacimiento, que era un desconocido, bien pudo evitar la muerte de su amigo!
Segundo. ¿Por qué Jesús pide primero la fe de ambas hermanas, y luego saca vivo a Lázaro del sepulcro? ¿No era más fácil que primero saliera el exdifunto y como consecuencia de ello, que las hermanas y no sólo ellas tuvieran fe en Jesús? Tercero, ¿por qué Jesús habla de sí mismo como vida y resurrección en presente y no en futuro, puesto que Lázaro todavía no ha sido devuelto a la vida?
Cuarto. ¿Por qué el narrador apenas describe la resurrección de Lázaro mismo, y al mismo Lázaro, en apenas dos o tres trazos, cuando bien pudo aprovechar para describir su cuerpo, y quizá hasta hacerlo hablar sobre la experiencia de la muerte y del sepulcro? ¿Qué no es duda universal la pregunta sobre la muerte?
Quinto. El relato no termina en la recuperada vida de Lázaro, que finalmente volvería a perder, y a saber, dicen algunos, si no fue una descortesía de Jesús haberlo hecho pasar dos veces por el trance de la muerte. Lázaro volvió a la vida, y ciertamente a consecuencia de ello mucha gente, cuenta el evangelista, creyó en Jesús. Pero los líderes religiosos del pueblo decretaron la muerte de Jesús por la vida del pueblo, temiendo que se armase una revuelta de tal magnitud que provocara la furia de Roma. El posterior juicio contra Jesús será mero trámite, su muerte estaba ya decidida ¡por dar vida al pueblo! El relato terminará orientado hacia la muerte de Jesús. Pero la gloria manifestada con Lázaro saliendo del sepulcro deja entrever la gloria de la resurrección de Jesús.
Juan es un narrador que gusta mezclar los planos de sentido; le agradan el doble sentido (no el albur) y la ironía. Sabe que Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre. Creo que nos hace contemplar al Dios hecho hombre en varios momentos y desde distintas perspectivas. Primero vemos al Dios y luego vemos al hombre. Primero vemos al Dios que tiene que el control sobre la vida y sobre la historia, y luego vemos al hombre que ama y llora. Pero al final es el mismo. El Dios que ama y llora y, sin embargo, no pierde el control de la historia y manifiesta su gloria en la vida.
No siempre son mencionados, pero en todo el relato están presentes los discípulos. Y los discípulos somos nosotros. No es a Lázaro, sino a nosotros a quien se dirigen los gritos de Jesús ante el sepulcro. Porque los muertos no oyen. Es a nosotros, a quien hoy, no mañana, Jesús nos dice a gritos que los sepulcros deben estar vacíos, que los hijos de Dios nacimos para la vida y la libertad, por eso ninguna venda puede mantenernos atados e inmóviles. Nos los tiene que decir hoy Jesús a gritos, porque necesitamos la fuerza de su Palabra para salir de esta oscura y terrible fosa en que se ha convertido el país, para romper las vendas del odio, la injusticia y los provocados sentimientos de venganza con que día a día se pretende tenernos atados.
Pero nacimos para la vida y la libertad. Tenemos que creerlo y confesarlo para poder contemplarlo, para poder vivirlo. Y aquí hay algo más que la mera vida biológica. De lo contrario, ¿dónde queda el sentido de luchar por la libertad y la dignidad, por el sentido de vivir, por la paz y la justicia, lucha en la que muchos han dejado su sangre? Ir a Jesús para creerlo, dejar que Jesús venga a nuestro sepulcro y su palabra nos llame a la vida verdadera.
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