Núm 6,22-27
Primero de enero, año nuevo, y solemnidad de santa María, madre de Dios. La primera lectura de este día es una antigua fórmula de bendición, que el texto mismo remonta a los días de Moisés:
"El Señor te bendiga y te proteja;
el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te conceda su favor;
el Señor te muestre su rostro y te dé la paz."
Una lectura muy adecuada para los dos motivos de fiesta de este primer día del 2010. Como siempre que iniciamos algo, invocamos la bendición de Dios y su protección. Reconocemos que todo cuanto inicia procede de aquél que es Dios de Vida y de la Historia. Esto inicia porque Él está con nosotros, Él es quien nos ha llamado al camino y quien nos impulsa a caminar; Él mismo es nuestro camino. Él nos bendice porque de Él sólo proceden palabras buenas; y de Él sólo se pueden decir buenas palabras.
Iniciar el año nuevo supone haber concluido, superado el año anterior. Supone que, en medio de cuantas dificultades hemos vivido, el amor de Dios ha podido abrirse paso para permitirnos las ilusiones y las esperanzas de vivir algo mejor en este futuro que hoy se ha vuelto presente. Significa que a pesar de los muchos males y amenazas, Dios nos ha protegido, y por eso seguimos invocando su protección.
La tercera invocación pide la paz. Este día la Iglesia ora especialmente por la paz, uno de los bienes más grandes de que pueda gozar la humanidad: la paz, siempre tan frágil, siempre tan amenazada, siempre tan breve, siempre tan necesaria. La paz como don de Dios significa no que Él se hace del rogar para que la disfrutemos; significa que es sagrada y como tal hay que buscarla, construirla y defenderla. Nuestros días y nuestras calles son testigos de la paz y la justicia que anhelamos.
Dos invocaciones nos hablan del rostro de Dios, que brille y que nos sea mostrado. Curiosamente, en los tiempos de Moisés, la idea era que nadie podía ver el rostro de Dios y seguir viviendo. Y sin embargo, se pide contemplarlo. La Sagrada Escritura nos muestra a Moisés no viendo el rostro, sino la espalda de Dios. Todo esto significa que nadie puede terminar de comprender lo que es Dios, nadie puede decir que lo ha conocido totalmente, y sólo reconocemos de Él las huellas de su acción en nuestras vidas, cuando la leemos y releemos en clave de fe.
Y sin embargo, nuestra plegaria es que el Señor nos muestre su rostro. Esto equivale a decir: "Señor, que sepa descubrir los signos de tu presencia en mi vida, que sepa ver en la mirada limpia y sincera tu mirada; que descubra tu acción en las manos que se unen y se tienden para curar, para bendecir, para ayudar, para sostener, para construir y dar paz. Que te descubra solidario entre los necesitados y vulnerables."
Saber reconocer el rostro de Dios. En María, Jesús conoció un rostro de Dios. La maternidad de María es divina, porque su hijo es Dios concebido por la acción de Dios mismo, que dejó su huella en la naturaleza y en la historia de María; el Dios que la llenó de vida encontró en María un rostro para mostrarse a sí mismo. Y Jesús lo reconoció. Como todo amor, el amor materno es divino y revela el rostro de Dios. Siempre que amamos mostramos a Dios.
Que el Señor nos muestre su rostro. Que seamos lo suficientemente sensibles para reconocer el rostro de Dios en los hombres y mujeres que este año nos amarán y nos harán el bien. Esto les deseo, la triple bendición de Dios: que los proteja, les muestre su rostro y les dé su paz. Mi abrazo para cada uno.
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