Este domingo 3 de enero la Iglesia celebra la fiesta de la Epifanía o manifestación del Señor Jesús, una fiesta que antiguamente se celebraba el 6 de enero, y que ahora se celebra el domingo siguiente al año nuevo para favorecer la participación de la gente en la celebración eucarística.
La fiesta de este día toma su nombre de la lectura del evangelio: san Mateo 2,1-11, que nos narra la adoración que de Jesús hacen los llamados "reyes magos" o "santos reyes"; que no eran reyes ni eran magos en el sentido de que hicieran magia o aparecieran juguetes en la noche del 5 de enero para los niños que se portan bien (lo que puede ser muy formativo para los papás, pero no es muy evangélico que digamos, pues Dios no discrimina y hace salir el sol sobre buenos y malos). Se trata más bien de astrólogos, gente que ponía toda su inteligencia y todo su empeño en encontrar el sentido de la vida en el estudio de los astros.
Pues bien, estos "magos" evidentemente no pertenecían al pueblo judío, que como bien leemos en el evangelio, puede saber dónde ha nacido "el rey de los judíos" por medio de las Escrituras; estos "magos" buscan también al verdadero Dios y terminan por llegar a Él, y es lo que celebramos este día: la manifestación universal de Jesús como único Señor, Salvador para todos los pueblos. En este día, el texto sugiere interesantes puntos de consideración; es decir, fuertes sacudidas para nuestra buena conciencia cristiana.
El primero. El texto no presenta simplemente una manifestación de Jesús para los no judíos. Nos habla de una manifestación universal del Señor, y su aceptación por parte de la gente marginada y despreciada, así como su rechazo por la gente de poder, acomodada en su situación de privilegio. Es más, me atrevo a decir que lo fundamental del texto no está en la manifestación de Jesús en sí, sino en su aceptación, y es una fuerte llamada de atención que los sacerdotes y los maestros judíos, sabiendo por las Escrituras quién es y dónde está el que "ha nacido rey de los judíos", no se pongan en camino para adorarlo, como sí hacen los magos. Triste, muy triste nuestra vida si la Palabra de Dios no nos dice nada, no toca nuestro corazón ni lo mueve para dar vida y gozar de ella.
Segundo. Hoy es muy sensible y acuciante la pregunta de si necesitamos o no de la Escritura, de la Iglesia, de la comunidad para llegar al Señor. El texto nos presenta a eruditos paganos buscando al Señor, pero topándose con la ayuda de las Escrituras y de la historia del Pueblo de Dios para llegar al Mesías esperado. No ha bastado la buena voluntad. El Pueblo de Dios ha recogido en la Escritura el testimonio de su encuentro con su Señor, y ha guardado esa memoria, no para recitarla, sino para revivirla. El Pueblo encuentra a Dios en su historia, no es que la estrella que vieron los "magos" se haya descompuesto a medio camino o se haya norteado e ido a parar en Jerusalén antes que en Belén por error.
Tercero. Más que una anécdota, el texto nos está anticipando la gran historia del Evangelio: la aceptación de Jesús por la gente sencilla y marginada, como los magos y María y José (que aunque el texto no lo menciona, la casa en que encontraron los "magos" a Jesús que era la de José, que entonces andaría trabajando, pues todavía la navidad no era temporada vacacional, y los niños de entonces, como los de ahora, comen y ensucian pañales aunque sea el día de los "reyes magos", y alguien tiene que pagar la comida y los pañales). Y también el rechazo y la persecución a muerte de parte del centro político y religioso. Aunque no lo leemos este domingo, no podemos perder de vista que Herodes no quería saber dónde estaba Jesús para ir a adorarlo, sino para matarlo. Recordemos el letrero sobre la cruz: "Jesús de Nazaret, rey de los judíos". A este amante de la vida, denunciador de las injusticias y vocero de la justicia, la solidaridad, la fraternidad, el perdón y la paz, no le permitieron vivir; un proyecto de vida como éste es peligroso para quien vive a costa de la dignidad de los demás.
Feliz semana y muchos regalos de los "reyes magos".
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