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Ceniza: Rebeldía de esperanza

El año pasado pregunté a Juanito, que me ayudaba en la sacristía en la parroquia, si ya teníamos la ceniza para el miércoles de ceniza. Me contestó que teníamos mucha, qué cuál nicho abría. Le contesté con una de esas palabras tan mexicanas, que al pronunciarlas en voz alta hacen estremecer en sus centros la tierra. Lejos estábamos de imaginar que lo que entonces era una broma de humor negro, se convertiría con el paso del tiempo en una hiriente y dolorosa realidad. En cuestión de días y semanas, el covid-19 ha arrancado de nuestras casas a muchos de nuestros amigos y familiares; y a cambio, nos ha devuelto urnas llenas de cenizas.

 

Comenzamos este miércoles el tiempo de cuaresma con el rito de la ceniza. Me parecería de una tristeza infinita si escucháramos literalmente las palabras del Génesis: “eres polvo, y al polvo volverás (Gn 3,19); como si dichas palabras —que en el relato son una maldición de Dios a Adán por su desobediencia— dieran pie a interpretar la pandemia como un castigo de Dios para nosotros. Mucho habría que decir sobre la adecuada interpretación de los primeros once capítulos del Génesis. Pero leídos desde el Evangelio, hay que descartar sin duda toda maldición, pues el nuestro no es un dios como el que se imaginaba la mayor parte de los pueblos de la antigüedad. Nuestro Dios es un Padre bueno cuyo corazón está lleno de amor; es lo que podemos deducir de las palabras y los gestos de Jesús.

 

Más todavía. La cuaresma es un tiempo de preparación para la Pascua del Señor Jesús, un camino que nos lleva al encuentro con el Señor Resucitado a través de la Cruz. Tenemos, a partir de hoy, cuarenta días para contemplar las cenizas de este miércoles y pensar en las que están en las urnas de nuestros amigos y familiares difuntos, contemplarlas y pensar: ¡Esto seríamos, si no fuera por el amor de nuestro Padre! ¡Éste sería nuestro destino último y definitivo, si no hubieras, Tú, Señor, tomado el polvo de la tierra y le hubieras soplado tu Espíritu! ¡Vidas cercenadas y repartidas en cenizas echadas al viento incapaces de alcanzar el horizonte! ¡Pero nos soplaste tu Espíritu, nos hiciste tus hijos, y por tu Amor, por el Espíritu, nos levantamos de la muerte y, por encima del polvo, nos elevamos tanto que rozamos el cielo para abrazos contigo en la eternidad!

 

Cada año, pero especialmente ahora, en la pandemia, la cuaresma es un tiempo de rebeldía frente a la muerte; y de esperanza en la vida eterna y verdadera que nos viene del amor de Dios, nuestro Padre. No es un tiempo para mortificarnos —para darnos muerte, que es lo que significa esta palabra—, sino para vivificarnos, para llenarnos de vida nueva, de vida cargada de confianza, de esperanza y de amor, como ha señalado el Papa Francisco en su mensaje de cuaresma de este 2021. Es muy pertinente lo que el mismo Francisco escribió en su carta Patris Corde, sobre san José, hablando de él como “padre en la ternura”:

 

         El Maligno nos hace mirar nuestra fragilidad con un juicio negativo, mientras que el Espíritu la saca a la luz con ternura. La ternura es el mejor modo para tocar lo que es frágil en nosotros. El dedo que señala y el juicio que hacemos de los demás son a menudo un signo de nuestra incapacidad para aceptar nuestra propia debilidad, nuestra propia fragilidad. Sólo la ternura nos salvará de la obra del Acusador (cf. Ap 12,10). Por esta razón es importante encontrarnos con la Misericordia de Dios.

 

Pepe Corcueña es el malo de la historia Es el tipo rudo, un verdadero patán, que se ha colado al arca de Noé. Pepe es un personaje que procede la imaginación de un pequeño de nueve años que se llama Noé, como el del arca. Noé es el protagonista de Los mil años de Pepe Corcueña, novela escrita por Toño Malpica. Como un día Sherezada, Noé, cuenta cada día pedazos de una larga historia que debe componer e hilvanar para entretener a Carlos, su malvado cuidador de dos metros de estatura, el malo de la novela. Noé cuenta a Carlos cómo Pepe Corcueña fue interpelado, que no descubierto, por Noé, el del arca, en el compartimento en el que se escondía, en donde dormían las víboras, los alacranes y las arañas. Le hizo saber que él, Pepe Corcueña, no era un polizonte como el mismo Pepe creía, sino un invitado del Patriarca; le pareció que Dios estaba actuando de manera un tanto precipitada al decidir acabar con toda la humanidad por su maldad; así que Noé decidió hacerle una pequeña travesura a Dios y salvar al hombre más ruin. Construyó el arca justo al lado de la casa de Pepe para que éste pudiera colarse. 

 


La historia es bella y tiene muchas lecciones. La más importante, para mí, que nadie puede ser más bueno que Dios. Así que si el Noé de la novela es más bueno que Dios en la novela, el Dios de la vida real es mucho más bueno, infinitamente más bueno, y tierno y misericordioso, que el Noé de cualquier historia. Algún día enteremos el Génesis de cabo a rabo; entender el amor de Dios puede llevarnos más tiempo, unos cuantos miles de años más; o, por el contrario, podemos aceptarlo sin reservas, con toda confianza, que eso es nuestra fe, confianza. Con la esperanza de que nada de lo que es de Dios se pierde para siempre, ni tiene como destino el polvo de la tierra, la cenizas. Con la confianza y la esperanza, como escribe Francisco, de que “lo poco que tenemos, si lo compartimos con amor, no se acaba nunca”; y si eso decimos de las cosas, con mayor razón de las personas. Lo poco que somos, si lo compartimos con amor, no se acaba nunca, no será cenizas por siempre, no morirá para siempre.  

 

Hermanos, amigos. Dios es bueno todo el tiempo. Por encima del pecado y de la muerte, por encima de las ceniza, Dios viene a darnos vida y vida en abundancia. Que nuestra Señora del Consuelo, la dulce y tierna Madre del Señor al pie de la Cruz, y su esposo san José, nuestro protector, nos tomen de su mano en este camino de contemplación. No somos cenizas, somos hijos y nacimos para la eternidad. 

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