Juan 20,19-31
“Las palabras se las lleva el viento”, decimos. Pero es mentira. Independientemente de lo que digan los juristas para sus efectos, y la mediana objetividad de los escritos, las palabras habladas tienen vida, y no se las lleva el viento. Las traemos con nosotros siempre, en el corazón y sobre la piel, como se llevan los tatuajes. Para bien y para mal. Un “te amo” de ayer puede confortar y puede herir, a veces al mismo tiempo. El “te odio” que ayer nos desahogó, hoy nos taladra el alma. La muerte de la persona que recibió nuestras palabras hace la diferencia. Igual o más intensas son las palabras que se nos quedaron atoradas y no quisimos decirlas, y cuando quisimos ya era tarde.
Hay tres palabras mágicas en la vida, suelo decir a los jóvenes, que abren puertas y las dejan abiertas: por favor, gracias y perdón. Luis Rojas Marcos, psiquiatra español radicado en Nueva York —cuya trayectoria profesional ronda los cincuenta años—, dice que para vivir mejor hay que decir con más frecuencia “cuéntame”, “perdona” y “te quiero”. Un día, sentada a una mesa cubierta con mantel a cuadros, frente a un plato de sopa, con cuchara y rebanada de pan de caja, abstraída, codos sobre la mesa y barba sobre las manos, Mafalda se decía a sí misma: “Señorita Mafalda (punto) De mi mayor estima (dos puntos) En vista y considerando… que la sopa es (coma), tal cual sabemos (coma) una porquería (coma) vería con sumo agrado que no la tomáramos (punto) Sin otro particular…” Entonces le gritó su madre desde la cocina: “¡Mafalda! Tomá esa sopa de una buena vez!” Traída al mundo real, indignada, colérica, Mafalda respondió en el mismo tono: “¡Ya tuviste que interrumpir el dictado de mi conciencia!”
Uno de nuestros grandes problemas, dice el Dr. Rojas, es que ya no hablamos, ni siquiera con nosotros mismos, como cuando éramos niños y nos animábamos y consolábamos a nosotros mismos, hasta que nos dijeron que eso era cosa de locos y nos dio vergüenza. Mucho menos con los demás. Y con todo lo que nos tragamos, terminamos por colapsar y derrumbarnos. Es entonces que necesitamos hablar. Y buscamos quién nos escuche. A mí me pasa con frecuencia. Las dos cosas, lo de escuchar y lo de necesitar que me escuchen. De lo mismo, de nuestros miedos, de nuestras tristezas y de nuestras angustias. Lo alegre brota solo; lo que nos lastima, lo que nos duele, entre la vergüenza y más miedo, lo callamos.
¿Qué sintió Tomás? ¿Coraje contra sí mismo, vergüenza por haber fallado a Jesús, por haber andado de valiente y jactancioso diciendo “¡vayamos a morir con él!” cuando los demás tenían miedo de ir a Jerusalén por el peligro de muerte que representaba para Jesús, y a la hora de la verdad, dejarlo morir solo? ¿Qué se decía mientras no estaba con los demás? ¿Qué quiso decir que no dijo, porque no le alcanzó el coraje o el tiempo?, ¿acaso “perdón” y “te quiero”?
La muerte de los que amamos pone todo en perspectiva. Además, el dolor de la muerte, el duelo, es largo y tormentoso. Todos hemos tenido sueños en los que soñamos a nuestros difuntos y los vemos tan vivos y tan hermosos que el miedo se nos diluye y entre lágrimas y risas vamos soltando todo lo que no dijimos. Hasta que despertamos a media noche, sudorosos y pasmados, descubriendo poco a poco que era un sueño. Otra vez y nada más. Yo soñaba a mi mamá, y de fondo Fernando Delgadillo cantaba “Bienvenida”: ¡Es de verdad, ya estás aquí…!” Dejamos todo a medias, pensamos que siempre hay tiempo para reparar, para recomponer, para reconciliarnos. “Siempre hay tiempo”, dice la canción de Delgadillo, para desdecirse inmediatamente: “Mentira. La dicha se va en tantas formas. Y te fuiste tú…” El tiempo es poco y mal hacemos esperando el “momento oportuno”. Mercedes Victoria Mayol, escritora y directora comercial de Malpaso Ediciones, escribe:
Esperamos
El momento adecuado
El instante perfecto
Los planetas alineados
O alienados… ¿Qué se yo?
Esperamos
El amor de nuestra vida
La media naranja
El alma gemela
Que la luna se entregue
La lluvia de verano
El sol en el invierno
A que pase la tormenta
A que nos parta un rayo
Y pasan las horas
Los días
Los años
Ausentes de presencias
Que pasan
Desesperan
Y se van
Porque no despertamos
Ni luchamos
Ni vivimos
Lo extraordinario se aleja
Y la vida se va
Cansada de esperar
A mí me sigue fascinando la figura de Tomás. Me conmueve su desesperación, su hartazgo, su ir y venir por las calles de Jerusalén, dando la cara a una ciudad que puede humillarlo y ejecutarlo como a su Maestro, apenas pasen los días de la Pascua. Me conmueve que a pesar del peligro ya no es el miedo lo que lo mueve, que se atreva a salir a caminar, y contar a las piedras del piso y de los muros, al sol impúdico del cielo sin nubes, lo cobarde que fue, lo estúpido que se escuchó diciendo a los demás: “¡vayamos a morir con él!” y que el Maestro sí esté muerto y él siga absurdamente vivo, sin ganas. A lo mejor quería, como el Ruletista de Cartarescu, encontrarse con la muerte, y la muerte se le escondió para burlarse de él y de su cobardía. Me encanta que reclame, que ponga palabras a su frustración y exija ver y tocar la carne de Jesús, si es que estaba vivo, como decían los demás que estaba.
Ver y tocar la carne de Jesús. La humanidad herida de Jesús. La humanidad restaurada de Jesús. La resurrección no es una idea, decía el P. Federico Altbach la mañana de Pascua, si no una experiencia. No hay experiencia de resurrección para quien espera sin atreverse a arrancarle el futuro al cielo, al destino, a Dios o a quien se deje. No hay experiencia de resurrección para los que no ponen palabras a su dolor y a sus miedos ni cuentan sus historias. No hay experiencia de resurrección para los que no se atreven a tocar heridas, ni propias ni ajenas. No hay experiencia de resurrección para los que no aman con pasión y de verdad, hasta el extremo. “Señor mío y Dios mío”, dijo Tomás al final a Jesús. Pero a lo mejor, como Jaime Sabines (Tú sabes cómo te digo que te quiero cuando digo: «qué calor hace», «dame agua», «¿sabes manejar?», «se hizo de noche»... Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías, te he dicho «ya es tarde», y tú sabías que decía «te quiero»), a lo mejor Tomás estaba diciendo a Jesús “Perdón” y quizá también “te quiero”.
En vida hermano en vida, el tiempo se va y jamas regresará, lo único real es el presente, el ahora y mañana puede ser tarde.
ResponderEliminarExcelente. Muchas gracias por compartir 🙏🏼