Juan 8,1-11
Deborah Crombie es una escritora americana que tiene una interesante novela, que trata sobre una poeta que se habría suicidado, pero de la que su biógrafa, Victoria, sospecha que más bien fue asesinada. La investigación la lleva a un punto tal que ella misma aparece muerta. Su único hijo, Kit, de once años, descubre a un vecino suyo, Nathan, resembrando unas florecillas que ya había arrancado. A kit le intriga. Pregunta. Nathan responde que, a veces, recordar ayuda. Nuestra religión es una religión de memoria, de recuerdo, para descubrir el paso de Dios en nuestra historia. A propósito de esta escena, que bien a bien no se sabe si es de Juan o de Lucas, es bueno recordar, por ejemplo, que en el Antiguo Testamento no hay ninguna Ley que, en caso de adulterio, pida lapidar a la mujer, y sólo a ella. ¿Por qué, entonces, llevan ante Jesús sólo a ella, y no al varón involucrado?
Es bueno recordar también que el Deuteronomio pide a quien acusa el testimonio de dos testigos; para acusar hay que levantar la mano, y para ello, también hay que dar la cara. Jesús pide, además, a quienes levanten la mano, que también sean irreprochables. Pero todos tenemos, como se dice, cola que nos pisen. La dinámica de Jesús de bajarse a la tierra del piso y luego levantarse para ver de frente a los acusadores de la mujer, sugiera la dinámica de la misericordia de Dios, que se baja a nuestra altura, comprende el barro del que estamos hechos, y da la cara por nosotros ante los acusadores. Los fariseos lo han olvidado, no lo recuerdan. Parece que tampoco recuerdan lo oscuro de su pasado. Se quejaba un día Miguelito frente a sus papás: “¡«Portate bien»! ¡«Portate bien»! ¡Uno no puede portarse SIEMPRE bien! ¡Todos los hijos del mundo nos portamos unas veces bien y otras mal! ¡Claro!... ¡Querer ser padres de un hijo que NUNCA se porte mal es CÓMODO! ¡Querer ser padres de un hijo que JAMÁS les dé trabajo es FÁCIL! ¡Pero es ANTIDEPORTIVO, váyanlo sabiendo!” Pretender acusar y condenar pretendiendo ser nosotros irreprochables, es hipocresía, vayámoslo sabiendo.
Erri de Luca, el poeta italiano nacido en 1950, relee y recupera la memoria del Pueblo de Dios, masticando una y otra vez todos los días los textos sagrados del Antiguo Testamento, aunque no sea creyente. Relee de tal manera que nos recuerda que entre el hombre y la mujer, la mujer salió completa, terminada de las manos de Dios; en cambio, el varón necesita ser retocado por la circuncisión.
En su relato Y dijo, Erri de Luca narra que la multitud de hebreos, al escuchar a Moisés el mandato de “no matarás”, el futuro de la prohibición los llevó a un futuro de más o menos 1,250 años, hasta Jerusalén, que aún no podían conocer, donde un forastero venido de Galilea cuestionó una condena a muerte, la de una mujer sorprendida en adulterio. La opinión de Jesús se expresó primero en símbolos. En sábado estaba prohibido trabajar, incluso escribir. Si era muy necesario, la Ley permitía escribir en tierra o en arena. Así que al escribir Jesús en la tierra, dice Erri de Luca, nos está diciendo que era sábado.
Pero después nos dice que no podía ser sábado, pues de lo contrario, no se podría haber juzgado a la mujer, ni tampoco ejecutar la condena. Así que, dice el poeta, Jesús está diciendo en realidad que, si se trata de matar, todos los días han de ser sábado, puesto que nadie puede disponer de la vida de nadie. De hecho, afirma Erri, los hebreos se preguntarán por qué nos ama Dios, y se responderán que es porque ellos no han matado a los egipcios, y dejaron atrás la venganza asesina. Así que lo que Jesús ha escrito es: “No matarás”.
En su conferencia La imagen que nos falta, el escritor francés Pascal Quignard, afirma: “Una imagen falta en el origen. Ninguno de nosotros pudo asistir a la escena sexual de la que es el resultado. El niño que proviene de ella la imagina interminablemente. Es lo que los psicoanalistas llaman Urszene. Una imagen falta al final. Ninguno de nosotros asistirá vivo a su propia muerte.” En cada imagen particular, sostiene, siempre falta una imagen particular. En la pintura rupestre más antigua, un hombre cae hacia atrás. Pero no sabemos por qué cae. Falta el antes.
También falta el después. Cuando comencé el ministerio, la misa del Jueves Santo por la tarde lavaba los pies de varones disfrazados de apóstoles para la representación del viacrucis. Después surgió la idea de que a ellos les lavara los pies el actor que representaba a Jesús, mientras yo lavaba los pies de doce feligreses. Cambió mi visión. Entendí que no conocía en realidad el camino que habían recorrido ellos, los obstáculos de los que se habían levantado, lo mucho que se habían casado y lo poco, quizá, que habían descansado. Entendí que nunca tendría derecho a juzgarlos, y sólo sentía el deber de comprenderlos y ayudarlos. En el caso del músico que se ha suicidado esta semana, en protesta por haber sido denunciado de manera anónima en un colectivo de twitter, de abuso sexual a una menor, sigo pensando que quien levante la mano debe dar también la cara y, si es un delito, que se presenten las pruebas donde deben presentarse. Pero no puedo juzgar lo que hubo antes en quien acusó. Tampoco puedo descalificar a quien se suicida por las misma razón.
Si nos falta la imagen del antes de alguien, no podemos juzgarlo; si nos falta la imagen del después de alguien, no podemos condenarlo. A todos nos falta la imagen de nuestro origen, que no es sólo un momento de este tiempo, sino también un momento de la eternidad del amor de Dios. Nos falta aún la imagen de nuestro después, cuando Dios sea todo en todo. Pero principalmente, nos falta la imagen de Jesús frente a nosotros, la de su misericordia frente a nuestra miseria, como decía san Agustín.
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