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La cruz: Una historia de amor real

Viernes Santo 2019

“No hay ni una sola historia de amor real que tenga un final feliz. Si es amor, no tendrá final; y si lo tiene, no será feliz.” Lo dijo Joaquín Sabina. Y crudamente, humanamente hablando en el caso de Jesús, tiene razón. 

La cruz no es un final feliz. Ya sé que Jesús resucitó; lo creo con todo el corazón. Pero la resurrección no es un final, es un nuevo principio. Hasta la cruz la historia la escribieron los hombres, con propia sangre, incluso; a partir de la resurrección, la eternidad la escribe, la pinta, la colorea, Dios mismo. 

Cuentan las leyendas urbanas, que allá por 1986, el año del Mundial en México, los niños se preguntaban cómo Pique —¡un chile!—, podía hablar, usar sombrero y patear balones; los papás se afanaban en echar porras con la Chiquitibum; y los verdaderos aficionados al futbol debatían sobre la divinidad de la mano de Maradona, Joaquín Sabina comenzó a escribir una canción basada en hechos reales, pero que nunca la terminó y un buen día se la regaló a José María Cano, español también, quien finalmente la concluyó la y grabó, con su grupo Mecano. La canción se llamó “Cruz de navajas”. 

“Cruz de navajas” es una historia de amor trágico, del bueno, del que hacer sufrir, como decía el Viejo que leía novelas de amor. En la canción, ella extraña, noche a noche y mañana tras mañana, la intensidad en la intimidad de su frustrada y casi inexistente vida de pareja. Él, Mario, trabaja por las noches en un bar, y cuando vuelve a casa, sólo tiene ganas de dormir. Una noche, por una redada en el bar, vuelve a casa antes del amanecer. En el camino se topa con una romántica pareja de enamorados, de novios. Conforme rasga y penetra en el oscuridad, Mario descubre que la enamorada es su esposa, y algún amante. ¡A veces parece que la noche sólo sirve para esconder misterios!, por algo se parece tanto a la muerte. La esposa y el amante, o quizá sólo él, o quizá sólo ella, lo asesinan con una navaja. 

Sobre Mario de bruces tres cruces,
una en la frente, la que más dolió,
otra en el pecho, la que le mató.
Y otra miente en el noticiero:

“Dos drogadictos en plena ansiedad
roban y matan a Mario Postigo,
mientras su esposa es testigo
desde el portal.”

La primera cruz es en la frente, en la mente. La segunda, en el pecho, es la causa de la muerte, biológica y espiritualmente hablando. La tercera, la mentira de la esposa para esconder su culpabilidad y encubrir a su amante. La tradición de la Iglesia habla de las cinco llagas de Jesús. En esta tarde, yo pienso en Jesús desde las tres cruces de Mecano. La primera, de la mente, la de descubrir y comprender, en la soledad del abandono, que está solo porque nadie lo amó, quizá porque que nadie entendió su predicación del Reino de Dios, el mensaje de su amor. O fueron muy duros de corazón, y lo tuvieron por maldito; o fueron muy cobardes y huyeron justo cuando más los necesitaba. Hasta Dios, con quien oraba noche a noche, hasta Dios, al que con ternura llamó Padre, hasta Dios parecía estar callado y escondido. ¿Pasaría por su mente que el equivocado era él, que el ingenuo era él, que confiaba en sus amigos y en la irrupción gloriosa de su Padre? Es duro, y triste resistir cuando no hay “por quién vivir y a quién amar”. Canta Sabina: “Yo no quiero domingo por la tarde, yo no quiero columpio en el jardín. Lo que yo quiero, corazón cobarde, es que mueras por mí.”

La segunda cruz, la del pecho, es la cruz del corazón. La lanza del soldado rasgó el costado del Señor. Pero fue la falta de amor la que mató su corazón. ¿Por qué un soldado de Roma mató a Jesús?, ¿por qué la élite religiosa de Jerusalén pidió a Roma matar a Jesús?, ¿por qué lo traicionó Judas? ¿Por qué lo mataron? ¿Porque llevó demasiado lejos sus gestos y sus palabras de curación, de perdón, de compasión, de inclusión y de misericordia? ¿Porque su manera de amar desnudaba la hipocresía de la interesada y condicionada manera de amar de ellos, que muchas veces es la nuestra? ¿Por qué exhibía la oquedad de sus palabras, de las nuestras? 

Pero también se puede preguntar por qué murió Jesús. ¿Porque cómo podía, si no, hacer visible la incondicionalidad de su amor a los suyos y su fidelidad al Padre? Pero, ¿no lo mató también un poco la desilusión, el abandono de los suyos? Canta Sabina: “¿Y cómo huir cuando no quedan islas para naufragar?” En el musical de Jesucristo Superestrella hay una escena muy conmovedora, en la que Pedro y Magdalena, tras la aprensión de Jesús, se lamentan, afirman que finalmente han entendido y sólo piden poder empezar de nuevo. Pero en el evangelio, nada vale ya para ayudar al Maestro en la Cruz. ¿Por qué murió? En el evangelio la respuesta es una: Porque llevó el amor hasta el extremo. 

La tercera cruz, de las tres, es la más cruel, por injusta. Matar y mentir es matar dos veces. Mentimos cuando decimos que Jesús fue el precio exigido por el diablo al Padre; mentimos cuando decimos que es el sufrimiento y no el amor el que nos salva; mentimos cuando decimos que amamos a los demás, cuando en realidad amamos de ellos lo que nos sirve; mentimos cuando nos encerramos en el individualismo y volteamos la espalda a Dios y a los hermanos. Mentimos, y mintiendo matamos dos veces. “Lo niego todo”, dice Joaquín Sabina, “lo niego todo, incluso la verdad. La leyenda del suicida, y la del bala perdida, la del santo beodo, si me cuentas mi vida… lo niego todo.”

Dice José Mújica, el expresidente de Uruguay, que no cree en Dios pero respeta a las respeta a las religiones. Y las respeta porque dice que ayudan a morir en paz a la gente. La nuestra no es una religión de mandatos y rituales; la nuestra es una religión que nace y vive de su confianza radical en Aquel a quien Jesús llamó Padre. La misma confianza radical con que, a pesar del dolor, de sus miedos y de sus dudas, se puso en manos del Padre cuando las suyas estaban clavadas en la cruz. De esta confianza nacen nuestra fe, nuestro amor y nuestra esperanza.

Lo peor del amor, dice Sabina:

Lo peor del amor es cuando pasa, 
cuando al punto final de los finales
no le quedan dos puntos suspensivos.

Cielo y tierra pasarán, pero no el amor de Dios encarnado en Jesús. El de la cruz fue un punto final con dos puntos suspensivos, los de la gloria que mañana celebraremos. 

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