Me sucedió cuando entré al aspirantado, el 12 de diciembre del año 2000. El P. Canche, rector de nuestro seminario josefino, nos organizó en pequeños grupos para acompañar a los sacerdotes a las diferentes misas en honor a la Virgen de Guadalupe, por toda la colonia. A mí me tocó acompañar al P. Carlos al mercado de Mixcoac. Terminando la Eucaristía, los diferentes vendedores pidieron al Padre bendijera sus puestos. Mientras bendecía uno de revistas y periódicos, me dijo el Padre Carlos, en tono de confidencialidad:
—¡Bendije una revista pornográfica! ¿Qué hacemos, la compramos? ¡Ya está bendita!
Este año iluminamos la liturgia con el evangelio de san Lucas. Pero en su versión de la entrada de Jesús a Jerusalén no aparecen los ramos ni las palmas. ¡¿Y ahora qué hacemos con nuestras palmas?! ¡Ni modo que las tiremos, ya están benditas! San Lucas es una de las cuatro miradas que la Iglesia conservó sobre Jesús. Me refiero por mirada a cada uno de los cuatro evangelios canónicos, que en sí mismos son muchas miradas. Si falta una, nuestra percepción sobre Jesús estaría incompleta.
El club Dumases una novela de Arturo Pérez Reverte, escrita en 1993; yo la habré leído por 1997, 1998. Hace unos días me encontré una edición conmemorativa de los 25 años. La disfruté tanto entonces, que no me resistí a comprarla. Lucas Corso, el protagonista, trata de entender cuál es el misterio del libro Las nueve puertas, que contendría la clave para convocar al diablo. El autor del libro, quemado por la Inquisición en el siglo XVII, habría gritado antes de morir que un ejemplar de su libro había sido escondido para garantizar su existencia. En realidad, el libro estaba repartido en tres ejemplares, en los cuales se habían distribuido una serie de nueve láminas aparentemente idénticas, aunque con ligeras variaciones; la clave estaba en tales diferencias.
Ya llevaba más de la mitad de mi relectura, cuando caí en la cuenta que, más que adentrarme en el mundo de la narración, la narración me estaba llevando al encuentro conmigo mismo, con el que fui hace unos veinte años. Todos libros tienen un alma, afirma Carlos Ruiz Zafón enLa sombra del viento, el alma de quien lo escribe y el alma de quien lo lee. Leyendo las narraciones de los evangelios, también he podido encontrarme a mí mismo y, más aún, he podido encontrar al Señor Jesús, cuyo Espíritu está contenido en ellos. Yo le he encontrado también en las particularidades de san Lucas.
Recuerdo que a final del ciclo escolar 2000-2001, del seminario nos llevaron a ver el musical de Jesucristo Superestrella, basado justamente en la narración de san Lucas. Recuerdo que me impactó fuertemente la escena en la que Jesús es ridiculizado, vestido con una túnica chillante, como si fuera un payaso, para comparecer frente a Herodes, que quería conocerlo para que le hiciera milagros, como si fuera un mago. Así es nuestra vida de creyentes. Con frecuencia alabamos y vamos detrás del Señor Jesús con todas nuestras ilusiones, como los galileos que lo acompañaron en su entrada a Jerusalén. Pero a veces, ridiculizamos a Jesús exigiéndole milagros como si fuera un mago. A veces somos nosotros mismos los que hemos sido ridiculizados a causa de nuestra fe.
A veces sentimos que las metas están a nuestro alcance; y luego cualquier tragedia, grande o pequeña, nos lanza al fracaso con todos nuestros sueños. Nos preguntamos entonces por qué Dios nos ha abandonado. Al final, en la cruz, donde nos encontramos a nosotros y encontramos a Jesús, tenemos el desafío de seguir confiando en Dios y, como Jesús, decir al Padre que ponemos nuestra vida toda en sus manos.
Cuando las hermanas de Lázaro, en la narración de Juan, mandaron aviso a Jesús de que Lázaro estaba muy enfermo, Jesús dilato su decisión de ir a Jerusalén. Cuando se decidió, algunos de sus discípulos trataron de disuadirlo, pues sabían que ahí buscaban al Maestro para matarlo. Tomás, el gemelo, fue enfático: “¡vayamos a morir con él”, dijo. Puede que vayamos a morir con él. Pero a la vamos también a resucitar con él. En la cruz, la derrota es victoria y el fracaso vida nueva. Desde la cruz, nos sigue diciendo: “¡vengan y lo verán!”
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