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Lo sabrán enseguida: el pan que da la vida

Juan 6,41-51

Sir Kevin Robinson, en su libro El elemento, sobre el papel de la pasión en los procesos de creatividad, innovación y aprendizaje, cuenta la siguiente historia:

“Una maestra estaba dando una clase de dibujo a un grupo de niños de seis años de edad. Al fondo del aula se sentaba una niña que no solía prestar demasiada atención; pero en la clase de dibujo sí lo hacía. Durante más de veinte minutos la niña permaneció sentada ante una hoja de papel, completamente absorta en lo que estaba haciendo. A la maestra aquello le pareció fascinante. Al final le preguntó qué estaba dibujando. Sin levantar la vista, la niña contestó: «Estoy dibujando a Dios.» Sorprendida, la maestra dijo: «Pero nadie sabe qué aspecto tiene Dios.» La niña respondió: «Lo sabrán enseguida.»” 

¿Quién duda que esta niña no tiene confianza en sí misma? Algunos dirán que con Jesús pasa lo mismo, que lo suyo era una elevada autoestima. Hay un punto de inflexión en la frase del versículo 51, porque no hay que perder de vista que no estamos simplemente ante el “evangelio de hoy”, sino ante un fragmento de la sección del Pan de vida del evangelio escrito por el Discípulo Amado, que comienza con la multiplicación de los panes y de los peces, a la que siguen tanto discursos de Jesús como debates entre seguidores y oponentes sobre el sentido de dicho gesto, antecedidos por la escena de Jesús caminando sobre el agua como un fantasma; discursos y debates en los cuales Jesús se presenta a sí mismo como el Pan vivo y verdadero que ha bajado del cielo para que el mundo tenga vida. Y con mayor atrevimiento aun, dirá que este Pan es su propia carne.

“A mí me descuidas dos minutos”, dice un meme que me mandaron, “y ya me compré tres libros.” Esta semana, caminando por Tlalpan y tratando de pensar un poco, me topé con una librería del Fondo de Cultura Económica, y me compré algunos libros maravillosos; entre ellos, una larga novela escrita por el catalán Andrés Ibáñez, seductora no sólo por el dibujo de una mujer desnuda en la cubierta de la portada, sino por la variedad de personajes, entre ellos un obispo católico y una antropóloga mexicana. Según el resumen de la contraportada, todo arranca cuando “un avión de pasajeros que va de Los Ángeles a Singapur se estrella en mitad del Pacífico y los noventa supervivientes se ven atrapados en una isla paradisíaca, aparentemente deshabitada, donde quedan incomunicados y a merced de toda clase de peligros y misterios.” Será por el morbo de ver cómo se las arregla el obispo, será por la prosa fluida y divertida del narrador, será porque me seducen las ediciones de pasta dura, lo cierto es que no me resistí a este big brotherliterario.

Basta seguir la narración del evangelio con un poco de atención para preguntarse: ¿de dónde salieron los judíos?, ¿no se supone que Jesús estaba dialogando con galileos de la zona del Lago de Tiberíades, es decir del norte de  país, que cruzaron el lago en sabrá Dios cuántas barcas que salieron de sabrá Dios dónde?, ¿de dónde entonces los judíos, provenientes particularmente de Jerusalén, es decir, de la parte sur? Para Jaime Maussan no habría duda: llegaron en un ovni. Pero si Jesús es de la parte norte del país, de Nazaret, en Galilea, ¿cómo pueden los judíos cuestionar su procedencia, argumentando que conocen a su padre y a su madre, como si fueran vecinos de toda la vida? Pareciera que son muchos personajes, distintos personajes, como en la novela de Ibáñez. Pero no es el caso.

El cuarto evangelio es bastante peculiar, por eso algunos lo han tildado de haber surgido en medio de una comunidad mistérica y elitista. No es eso. Pero sí es verdad que el evangelio reconoce un hecho que se presenta en todos los grupos humanos: la diversidad y la disparidad. Como en las canciones de Cri Cri: “Corren los caballitos, los grandotes y los chiquitos, porque allá en la caballeriza doña Paja los llamó.” Hay cristianos cuya comprensión de Jesús es más profunda que la que tienen otros. En el cuarto evangelio, los judíos son los rivales de Jesús. No es sólo una cuestión de geografía, de su procedencia, sino principalmente del rechazo o aceptación de Jesús. No es que de pronto hayan aparecido judíos. Su entrada en escena significa más bien el desencanto de algunos frente a las palabras de Jesús: “me buscan porque comieron pan hasta hartarse”, “yo soy el Pan vivo que ha bajado del cielo”, “no es Moisés, sino mi Padre quien les da el pan del cielo”. Judíos en esta escena son quienes se han desilusionado de Jesús, y en la desilusión han preferido no sólo alejarse, sino cuestionarlo y rechazarlo. Desde siempre ha pasado. 

Los Obispos de la zona del Valle de México, donde sobresale la capital del país, han decretado un proceso más amplio de formación y maduración en la fe, que busca formar el corazón de los niños y los jóvenes de nuestras familias para disponerlos a recibir la gracia de los sacramentos; algunos lo han entendido bien; otros han puesto el grito en el cielo, y los medios de comunicación se han hecho eco de estos últimos, que parece que son los más aunque son como los caballitos, los más pequeños y los más lentos en la fe. Para todos se ha servido la misma comida, pero algunos, los que menos han profundizado en ella, contaminados de la mentalidad del mercado, exigiendo más a cambio de menos, despotrican alegando que la Iglesia ha “endurecido” los requisitos para recibir la Primera Comunión y la Confirmación, ¡como si se tratara de mercancías! Son los que piensan que los sacramentos son como las medallas olímpicas, corres el rally de la catequesis, te ganas la medalla, y la conservas para presumirla el resto de tu vida, aunque jamás vuelvas al estadio. Son cosas que se adquieren una vez y listo. Su natural respuesta ahora es la misma de siempre: ¡por eso se cambia uno de religión!, ¡por eso pierde uno la fe! ¡ahora resulta que recibir la comunión hay que estudiar lo mismo que para una maestría!

Otro ejemplo extremo es el de Argentina. Frente al rechazo en el senado argentino de la ley que permitía la despenalización de la muerte, muchos, miles, han llevado a cabo públicamente un acto de renuncia a la Iglesia católica, como si la Iglesia fuéramos un club social o un partido político, porque no se sienten ya representados por ella. Recuerdo mis clases de moral, con quien al final sería mi director de tesina, el Dr. Jorge Domínguez, cuando alguno lo cuestionaba: “¡es que la Iglesia dice esto!” Y el profesor respondía: “Yo también soy Iglesia, y no digo eso.” “Bueno, pero el obispo fulano o el documento tal”, precisaba el alumno”, “¡Ah”, interrumpía el profesor, “ya nos vamos entendiendo”. Es cierto que a todos cuanto formamos la Iglesia hemos de preocuparnos por conocer y comprender el evangelio, y hacer el esfuerzo de vivir conforme a él. Es cierto que debemos preocuparnos y cuestionarnos por el hecho de que cada día el número de los creyentes sea menor, no menos que debemos de cuestionarnos por qué el número de practicantes no se corresponde con el número de bautizados, es decir, el por qué de la incongruencia, superficialidad o inviabilidad de nuestra fe. Podemos rechazar un discurso, una norma, una idea. Pero lo primero es vivir animados y movidos por el Espíritu de Jesús y a eso no se puede renunciar. Y, por supuesto, debo aclarar que estoy convencido que la profundidad en la vivencia del Evangelio por medio del Espíritu, no depende del lugar que ocupe uno en la jerarquía eclesiástica.

Un día, un señor se secaba las manos en el baño de su casa cuando escuchó el timbre. Se asomó a la puerta, vio hacia un lado, hacia el otro, y no había nadie; cerró enojado de un portazo. A la vuelta de la esquina, escondido, Miguelito se decía: “Lo que aún no logro saber es si esto lo hago de auténtico travieso o de estúpido costumbrista.” Habría, sin duda, qué preguntarnos siempre si nuestra vida cristiana es auténtica, o somos simples costumbristas. Lo que es un hecho, sin duda, es que el Pan bajado del cielo con el que Dios alimenta al mundo no es un conjunto de tradiciones, rituales o mandamientos, sino la carne de su Hijo Jesús. Cómo es que la carne de Jesús es pan es algo que no sabremos enseguida, sino hasta el próximo domingo.

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