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"A mí también"

Marcos 1,21-28

Por supuesto que no es el único, pero el “me too”; es decir, “yo también” o “a mí también” más emotivo que he escuchado, es el de Oprah Winfrey, periodista, actriz y conductora de televisión, el pasado 7 de enero, en que recibió el Globo de oro como reconocimiento a su trayectoria. Semanas atrás, el 15 de octubre de 2017, la actriz neoyorkina Alyssa Milano lanzó un twitter cuya finalidad era la de ayudar a concientizar sobre la magnitud del acoso y el abuso sexuales que sufren día a día las mujeres. Ella lo hacía público e invitaba a mujeres víctimas de ello a responder con dos palabras, “me too”, “yo también”. En menos de dos semanas, un millón setecientas mil mujeres de ochenta y cinco países habían respondido “yo también”. La campaña en cuanto tal inició en 1996, con la activista afroamericana, también neoyorkina, Tarana Burke.

Esa noche del 7 de enero, en un bellísimo y conmovedor discurso de nueve minutos, Oprah Winfrey habló contra el racismo y el acoso sexual. Y contra el hostigamiento a la prensa en estos días, en Estados Unidos, ¡qué diría si viviera en México! “Hablar de la verdad es la herramienta más poderosa que tenemos”. Oprah habló del difícil tiempo en que las mujeres tenían que suportar todo esto para poder mantener a su familia. Sin embargo, reconocía que gracias a las mujeres valientes que narraron su historia o simplemente dijeron “yo también”, gracias también a los hombres que las escucharon y las apoyaron; gracias a las mujeres y hombres que lucharon juntos, ese tiempo se acabó. Y alentó la esperanza de un nuevo día en el horizonte en el que por fin, nunca más, ni una mujer tenga que decir “yo también”.

Pero ha pasado no sólo con las mujeres. También los niños han sufrido abusos y acosos, y muchos lo han callado por dolor y por vergüenza. Algunos quisieran pensar que se trata de una realidad que no sucede, o sucede apenas en algunas escuelas o en algunas iglesias, pero la verdad es que el ámbito donde más ocurre es la misma familia, y el perfil más frecuente de abusador es el de alguien que pertenece al entorno familiar. Por eso se prefiere el silencio, que se calle. Pero no porque se calle deja de existir.

Digo esto en primer lugar y básicamente porque es importante, porque es una realidad dolorosa y hay que hablar de ella, asumirla, reflexionarla, pedir perdón y trabajar juntos por evitarla. Porque no se espera menos de nosotros los creyentes, los bautizados, los que creemos en Jesús y su evangelio, en el Reino de Dios y su justicia, el compromiso por respetar la dignidad que cada persona tiene como sacramento, como imagen y semejanza del Dios en quien creemos.

Y en segundo lugar, en otro contexto y sin los anteriores matices de tragedia, porque leyendo la escena del evangelio, viendo lo que pasó a Jesús un día de aquel tiempo en la sinagoga de Nazaret, me vienen la misma frase. Veo que eso que pasó a Jesús, a mí también. Fue el 25 de septiembre de 2016, en la parroquia del Espíritu Santo, comentaba yo la parábola del evangelio de san Lucas, sobre el rico Epulón y Lázaro, el mendigo que comía de las migajas que caían de la mesa del rico. Hablaba yo de la necesidad que teníamos todos de comprometernos más con los que tienen hambre. Hasta ahí todo iba bien. Seguí reflexionando que desde el evangelio no se trataba sin más de un problema sólo de justicia social, de desigualdad económica, sino un problema del corazón. Porque el asunto está en que no hemos aún sabido vernos como lo que somos: hijos de Dios, hermanos; y tratarnos como tales. Hasta ahí, todo bien.

Pero un día antes, en la Ciudad de México hubo una marcha de gente vestida de blanco en contra de los llamados “matrimonios igualitarios”, y se me ocurrió decir que ellos nos estaban desafiando, que rechazarlos sistemáticamente hablaba de la dureza de nuestro corazón para aceptarnos todos como hermanos y desde ahí buscar la manera de integrarnos todos para que todos nos sintiéramos igualmente amados, independientemente de preferencias. Entonces fue que una señora, sentada hasta adelante, se puso de pie y me increpó gritando: “¡A esas bestias no!” Dijo que era diabólico lo que yo estaba diciendo, que era nefasto; se paró, se fue a confesar, por si hubiera pecado de oído a causa de mis palabras; se fue a la entrada, regresó; se sentaba, se levantaba. ¡Con tanto ir y venir parecía endemoniada!

Parece que eso pasó con Jesús. Un hombre sentado en la sinagoga, como cualquiera, tan piadoso y tan tranquilo como los demás, hasta que escuchó a Jesús. Hasta que se sintió inquieto frente al anuncio del ilimitado amor del Padre que busca a sus hijos con la misma compasión y con la misma misericordia: a los hombres y a las mujeres, a los sanos y a los enfermos, a los leprosos y a las prostitutas, a los publicanos y a los fariseos. Y a los divorciados, y a los que se vuelven a casar, y a tantos excluidos de nuestros días. Su estructura religiosa se venía abajo. ¿Y si no hay malos a los cuales echar la culpa de los males que nos pasan? ¿Y si resulta, entonces, que a los enfermos no hay que abandonarlos porque su enfermedad no es un castigo por sus pecados, sino atenderlos, ayudarlos, amarlos? La enseñanza de Jesús le robó la falsa paz y la falsa seguridad con que hasta entonces había vivido. Y reaccionó con violencia. Violenta es también la criminalización de la víctima. Decir que las mujeres son abusadas por su manera de vestir descubre la misma mentalidad de quien quiso justificar el holocausto diciendo que los judíos mataron a Jesús; o el apartheid, argumentando que los negros apestan.

Es cómodo vivir con chivos expiatorios. Es cómodo buscar a quién culpar de las desgracias. Y así, hay quien sigue pensando que los sismos son castigos de Dios por las inmoralidades. Es cómodo. Y es grave y muy triste. Es una manera de pensar, de juzgar y de sentir que genera fanatismo, odio, intolerancia. Más aún en año electoral. Ya corren las campañas que generan eso mismo: odio, fanatismo, intolerancia para desgarrar más a nuestra desangrada nación. Ya corren los videos alertando contra “ya sabes quién”. Pero no me ha llegado ninguno en que pregunten al “otro ya sabemos quién” que explique cómo es posible que alguien robe de las manos y ante sus ojos al secretario de Hacienda miles de millones de pesos sin que se dé cuenta; ningún video que explique cómo encajar una realidad de doce periodistas asesinados en 2017; de niños que en lugar de quimioterapias recibieron inyecciones de agua destilada, para que eso no sea visto como un peligro para México. “Es que Ya sabes quién está enfermo de poder”, dicen algunos, pero no nos dicen cómo hacemos para que los escándalos de corrupción, como la Casa blanca, o a la desaparición de estudiantes que fueron subidos a vehículos de la policía y de ahí se perdieron sean vistos como un “saludable” ejercicio del poder.

Como creyente y como bautizado, a mí gustaría decir que Jesús me libró de mis propios demonios; de mis miedos y mis prejuicios. A mí gustaría decir que me siento orgulloso de formar parte de una Iglesia que a su vez se siente orgullosa de formar una familia que no se avergüenza de ninguno de sus miembros; como párroco y pastor me gustaría decir que gracias a Jesús y a su evangelio camino con los amigos y los hermanos con quienes vivo y celebro la fe, tratando de construir con ellos una sola comunidad, sin prejuicios, sin fanatismos, sin ascos y sin miedos, como pide el Papa Francisco. Y más me gustaría que muchos de los que caminan conmigo puedan decir: ¡A mí también!

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