Lucas
2,1-20
“El verdadero Jesús” es el título de la portada de la revista National Geographic de este diciembre de
2017, sobre un mosaico de nueve distintos retratos de Jesús, al centro de los
cuales se encuentra el rostro reconstruido el año pasado por un equipo de
forenses con base en unos restos del siglo I en la zona de Palestina; y por
cierto que para ser, como canta el salmo, el
más bello de todos los hombres, se trata de un hombre más bien mal
parecido. La periodista del reportaje central trata de recopilar el estado
actual de la investigación arqueológica respecto de lo que puede saberse sobre
la persona histórica de Jesús, sin dejar de señalar la posibilidad sostenida
por algunos, de que Jesús no haya existido. El diario El país, de España, en su edición digital de este día, habla de la
conmemoración litúrgica de esta noche en que la Iglesia celebra el “supuesto”
nacimiento de Cristo, aclarando desde el subtítulo que Jesús, al que refiere
como un “predicador judío”, habría nacido cinco años antes de nuestra era, si
es que nació, y de paso recuerda que la fecha del 25 de diciembre es una fecha
establecida por la Iglesia para cristianizar la fiesta pagana del invicto sol
naciente.
Ni duda cabe que ambos medios de comunicación buscan encender una
polémica en principio ya superada. Por supuesto que nos gustaría precisar las
coordenadas del tiempo y del espacio en que nació Jesús, pero aunque esto es
importante, no es esencial. Lo importante es que Jesús nació. Demasiado tontos
y temerarios tendrían que haber sido los primeros cristianos para inventar a un
Jesús traicionado por uno de los suyos, abandonado por sus primeros discípulos
y crucificado por Roma. Demasiados tontos y demasiado atrevidos para morir por
confesar como Mesías e Hijo de Dios a un hombre que no existió. Pero la Iglesia
no celebra en esta noche el cumpleaños de Jesús. Celebra su nacimiento. Parece
lo mismo, se parece de realidades distintas. Y aunque es verdad que, según
todos los estudios históricos Jesús no nació en el año uno, sino antes de la
llamada era cristiana, también es verdad que hoy ningún historiador serio duda
de la existencia histórica de Jesús. Así que, después de todo, ¿qué importa que
un viejo monje de nombre Dionisio, del siglo VI de nuestra era, se haya
equivocado en sus cálculos, si Jesús partió la historia en dos, de tal manera
que aun con errores, la historia se cuenta antes o después de Cristo?
Para conocer al verdadero Jesús se precisa de mucho más que de la
sola arqueología. Se necesita de fe, y de mucho amor por el Señor. El verdadero
Jesús fue el niño con el que un joven de nombre José, descendiente del
legendario rey David, soñó antes de que naciera. El verdadero Jesús fue el
pequeño al que sus padres cantaron y arrullaron con las manos de ambos en el
vientre de ella, y desde entonces lo amaron.
El verdadero Jesús fue el niño que nació un día o una noche, qué
más da, después de nueve meses de crecer en el vientre de su joven madre. Y
cuando nació, mientras su madre dormía, cansada por el esfuerzo del parto, imagino que José se recostaría junto al niño y junto a su
esposa. Ellos dormirían, mientras él los contemplaba. Se pondría de lado, apuntalaría el codo en
el piso y descansaría la barbilla sobre su mano izquierda. Luego de un rato de
velar su sueño, José se sentaría estiría las piernas, apoyaría la espalda en la
pared, tomaría nuevamente al niño; observaría detenidamente su rostro, y besaría sus
párpados.
—Que tus ojos vean siempre la llegada del sol,
y que la luz no decline nunca en tu corazón. Que tus ojos no vean nunca la
maldad, pero si ésta llega, que la luz de tu corazón te ayude a comprender.
Luego tomaría sus manitas y las besaría también.
—Que tus manos reciban siempre la bendición del
Altísimo. Que tus manos trabajen, que no sientan miedo ni asco de los pobres ni
de los enfermos. Que con prontitud se estiren para curar a los enfermos,
acariciar las canas de los ancianos, y dar limosna a las viudas y a los
huérfanos.
A continuación acariciaría sus pies:
—Que el Señor te lleve lejos. Camina mucho,
hijo mío, nunca te canses de caminar, aunque vayas cuesta arriba y el sol caiga
pesado como el hierro, no te detengas. Camina descalzo alguna vez, para que
sientas la tierra y sepas de qué estamos hechos nosotros, aquéllos a quienes el
Altísimo modeló con sus manos.
Finalmente, con el dedo pulgar delinearía sus
labios y sus oídos.
—Que pronto el Señor te conceda escuchar y comprender
su Palabra. Que su Palabra lleve a tu corazón la fuerza del Altísimo y la
historia del pueblo del que formarás parte. Que tus labios se abran para decir
palabras de bendición, y que un día los tuyos se admiren y den gracias a Dios
por la fuerza de las palabras que salgan de tus labios.
Abrazaría al niño, cerraría los ojos y echando a
llorar, diría a su oído:
—Y que a mí el Señor me conceda vivir siempre
para ti. No sé si tú eres mío o si yo soy tuyo. Pero sé que te amo y que me
llenaré de orgullo el día que te pongas de pie en medio de los nuestros y
digas: ¡Yo soy Jesús, el hijo de José!
A su lado, despierta pero con los ojos
cerrados, por miedo a interrumpir las palabras y el gozo de su marido, María
escucharía y guardaría todo esto en su corazón.
Este es el verdadero Jesús cuyo nacimiento
celebramos. El verdadero Jesús es aquel que nos amó con el amor divino de su
corazón humano; el que cumplió los sueños de José y las esperanzas de María, el
que nos dio su Espíritu en la Cruz, el que está vivo y resucitado entre
nosotros, que nos hemos reunido en esta noche para celebrar su nacimiento en
nuestra historia y con nuestra carne. El verdadero Jesús es el que
ha hecho que una pareja de ancianos caminen con su imagen en los brazos y en su
corazón no sólo por el pasillo de este templo, sino a lo largo de su vida. El
verdadero Jesús es aquel que se hace camino para nosotros y nos invita a
caminar paso a paso, sin prisas, pero con decisión; con fidelidad, en lo
pequeño y en lo discreto. El verdadero Jesús es el que nos espera al final de
los días, en la Casa que para nosotros ha construído su Padre. ¡Gracias, Anita;
gracias, don Luis, por tantos años alabando al Hijo de María, al verdadero Dios
por quien se vive! ¡Gracias y felicidades!
El verdadero Jesús es el que da la fuerza a un
joven matrimonio y a su hijo, niño, para enfrentar juntos al cáncer. El
verdadero Jesús no nos ahorra las lágrimas, pero sí nos acompaña en el llanto;
lo mismo que viene a celebrar y a reír cuando el niño, que lleva su mismo
nombre, limpio del cáncer, toca la campana que canta la esperanza de una vida
que ha vuelto a nacer. ¡Gracias, Ángeles; gracias, Benjamín, por llorar en el
hombro del verdadero Jesús, por confiar en la gracia del que todo lo puede, por
no renegar del amor de Aquel que a nosotros vino de lo alto! ¡Gracias y felicidades!
De este verdadero Jesús, ¿qué van a saber las
piedras y los paisajes? De este Jesús no habla la arqueología. A este Jesús, a
este verdadero Jesús, sólo le puede cantar el corazón en el silencio de la
noche, como en las noches de hace muchos años, bajo el cielo del desierto,
cuajado de estrellas envidiosas de la luz nacida entre los hombres, le cantaron
María y José, antes de dormir ellos mismos, antes de soñar con el futuro del
Niño que el Señor les regaló.
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