Marcos 1,1-8
Los libros de Luis Sepúlveda se parecen al evangelio. Al menos en
su manera de construir el título. Por el título sabemos de qué tratan, de quién será la
historia que nos cuenten, y se antojan. Por ejemplo, Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar. O Historia de un perro llamado Leal, que
honrará su nombre hasta el extremo. O la primera que leí de este escritor
chileno nacido el mismo año que mi padre, en 1949, Un viejo que leía novelas de
amor.
Antonio José Bolívar Proaño vive en la selva del Amazonas, viudo
de Dolores Encarnación del Santísimo Sacramento Estupiñán Otavalo, sabía leer
pero no escribir, y como gustaba de leer novelas de amor, “del verdadero, del
que hace sufrir”, que le suministraba cada seis meses Rubicundo Loachamín,
dentista itinerante. Tenía como segunda pertenencia más querida una lupa; la
primera era su dentadura postiza. No conocía la palabra libertad, pero la
disfrutaba. Tuvo que enfrentar y padecer el absurdo de un alcalde foráneo y
ambicioso, gordo y necio que suda sin descanso, y que pronto se ganó el
sobrenombre de “la Babosa”.
Hacia el año 70 de nuestra era, en la ciudad siria de Antioquía,
al norte de lo que hoy llamamos Tierra Santa, cuando el Imperio de Roma había
destruido ya Jerusalén y su templo; cuando los seguidores de Jesús huyeron
perseguidos lo mismo por judíos fariseos, que los consideraban herejes que por
romanos, que los tenían por desestabilizadores; cuando los primeros cristianos
que conocieron y anduvieron con Jesús habían muerto; cuando los cristianos ya
ni siquiera hablaban arameo, la lengua de Jesús, sino griego, la lengua
comercial del imperio, que se hablaba en Antioquía, un hombre llamado Marcos o
quizá Juan Marcos, conocedor de las tradiciones que contaban de Jesús quienes
lo conocieron y siguieron desde Galilea; y poseedor de un relato escrito en
Jerusalén que conservaba el recuerdo de la pasión, muerte y resurrección de
Jesús, se atrevió a escribir la primera narración sobre la vida de Jesús. No le
importaba tanto saber exactamente qué hizo Jesús, cuanto saber quién era Jesús.
Así fue como escribió una pequeña narración a la que llamó Comienzo de la Buena Noticia de Jesús, el
Mesías, el Hijo de Dios. Como en Un
viejo que leía novelas de amor, ya por el solo título de esta obra sabemos
que el protagonista de la misma es Jesús. Y así como en la novela de Sepúlveda
nos preguntamos cuáles son las novelas que leía el viejo, para tener como
segunda posesión preciada una lupa, también el título de la narración escrita
por Marcos nos deja la duda de saber en qué consiste la Buena Noticia de Jesús.
Y así como en Coco, la película, al
inicio una voz nos cuenta los antecedentes que necesitamos conocer para
comprender la trama valiéndose de la secuencia animada en papel picado, así
también los primeros versículos de la narración de Marcos son una voz que nos pone
en antecedentes.
Así es como comprendemos que el comienzo de la Buena Noticia de
Jesús no está sin más en la aparición de Jesús en escena, sino en la voluntad
de Dios, de quien Jesús es Hijo, voluntad expresada en los textos de los
profetas, especialmente en Isaías. La profecía mostrará la voluntad de Dios
caminar siempre con su pueblo, pero también la necesidad de que el Pueblo
prepare el camino para el Señor. Como en la novela de Sepúlveda, en la
narración de Marcos también habrá historias de amor, del bueno, del que hace
llorar, el amor entre un hombre llamado Jesús, que es el Mesías, que ha venido
como el Esposo de la Iglesia, a compartir una fiesta de amor y de vida en
plenitud. Pero no siempre lo comprendemos.
En nuestras bodas mexicanas es común que después de la comida o de
la cena, además del ramo que avienta la novia y de la fortuna que tiene la
solterona que lo atrapa; además de la víbora de la mar, que todos bailan
pasando por el arco que forman los novios tomados de la mano subidos en sendas
sillas; es común que los varones carguen al novio y lo eleven sosteniéndolo
acostado en vilo y mientras lo pasean por el lugar de la fiesta con fondo de
marcha fúnebre, los amigos le van quitando los zapatos y en ocasiones algunas
otras prendas antes de aventarlo con fuerza para sostenerlo sin que caiga al
suelo, mientras la novia gime espantada, temiendo por la integridad física de
su esposo. Rituales semejantes tenían las bodas antiguas, de tal manera que los
amigos del novio terminaban atando las correas de las sandalias de éste.
Y por eso es reveladora, estremecedoramente reveladora, la
referencia que hace Juan el Bautista de sí mismo como indigno de desatar las
correas de las sandalias del que había de venir como Mesías, no sólo por la
superioridad de éste, sino porque no comparte la alegría con él. Más adelante
en el evangelio veremos a los discípulos de Juan reprochando a los discípulos
de Jesús que no ayunen. Jesús los defenderá diciendo que los amigos del novio
no pueden ayunar si el novio está con ellos. A veces así nos pasa, creemos que
Jesús se complace en los ayunos y en las abstinencias y en las mortificaciones;
y lo que Jesús nos ofrece es una fiesta de vida compartida entre todos y para
todos, en la que los primeros no son los que ayunan, sino los últimos, los que
tienen hambre, los que están enfermos, los que han sido proscritos, humillados
y excluidos.
Juan pensaba en los pecados y en los méritos insuficientes para
alcanzar la salvación. Por eso predicaba un bautismo de arrepentimiento. Jesús
en cambio ofrece un bautismo en el Espíritu, un bautismo de conversión, de
cambio; de cambio en nuestra manera de ver a Dios y de vernos; un cambio de la
tristeza al gozo, del sinsentido a la esperanza, a las ganas de vivir y de
hacer fiesta; un cambio del egoísmo a la fraternidad, porque Dios viene a
nosotros y viene como la segunda oportunidad que creíamos perdida.
Que en Jesús Dios venga no a perdernos sino a salvarnos; que venga
a hacer fiesta, una fiesta en la que los primeros en comer son los pobres; en
la que los primeros en bailar son los paralíticos y los lisiado; en la que los
primeros en reír son aquellos que han perdido la esperanza, eso sin duda es una
muy buena noticia. Que Dios es vida y amor para todos es una muy buena noticia,
una excelente noticia.
El viejo de la selva se sabía uno con el pueblo de la Amazonia.
Jesús se sabe uno con el pueblo del desierto que es el pueblo de Dios, un
pueblo que dice amar al Señor pero es infiel; un pueblo siempre herido en su
libertad, un pueblo que tiene sed y busca el consuelo en el agua del
arrepentimiento, pero lo encuentra en el agua nueva de Jesús, y en el amor de
Dios comunicado en él, en sus gestos y en sus palabras. Y lo mismo que Antonio
José no conocía la palabra libertad pero la disfrutaba, también Jesús lo hará.
Aunque no utilice Jesús la palabra libertad, Jesús hará pleno uso de su
libertad, lo veremos libre para amar por encima de los prejuicios, libre para
amar incluso por encima de la Ley; libre para tocar a los leprosos, libre para comer
con los publicanos y las prostitutas, libre para perdonar a los pecadores,
libre incluso para entregar su vida en la cruz. Y esto es apenas el comienzo.
Del evangelio y de la salvación.
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