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Pagando el precio: tomar la cruz

Mateo 16,21-27

Vacío como una isla sin Robinson (dice Joaquín Sabina),
oscuro como un túnel sin tren expreso;
así estoy yo sin ti…

Perdido como un santo sin paraíso,
como el ojo del maniquí,
así estoy yo, así estoy yo sin ti…

Errante como un taxi por el desierto,
inútil como un sello por triplicado,
amargo como el vino del exiliado,
más triste que un torero
al otro lado del telón de acero,
así estoy yo, así estoy yo sin ti.

Como que me reflejan a los cristianos sin cruz. Viven así: vacíos, oscuros, perdidos, errantes, inútiles, amargos, tristes. No está de moda hablar de la cruz, y no abona mucho, al contrario, que cuando se habló de ella se la asoció casi en exclusiva al dolor y al sufrimiento, con los correlatos de la paciencia y la resignación. Pero ahora que hemos recuperado el valor del bienestar y la sana autoestima, pareciera que no hay lugar para la cruz, ni lo habrá si no la contemplamos con Jesús el Señor, crucificado en ella, por fidelidad al amor y al Reino de su Padre. Pero esto de hacer la cruz a un lado no es una tentación de ahora. El mismo Pedro quiso disuadir a Jesús de ella, y Jesús le respondió llamándolo Satanás. No había comprendido aún en qué consistía el mesianismo de su Maestro. Había respondido bien la pregunta del examen de mitad de camino, pero no comprendía aquello de lo que estaba hablando, como el que saca diez porque copió las respuestas del compañero. “Bueno…”, dijo Mafalda a Miguelito, “¡ha llegado el invierno!” Miguelito reflexionó en silencio, y preguntó a Mafalda: “¿Hay que tratarlo de usted?” Así nos pasa con la cruz. Nos hablan de ella, y no sabemos de qué nos hablan. Tampoco sabemos mucho hablar de la cruz, ni mucho menos hablar a Cristo crucificado.

El 16 de noviembre de 1989 fueron asesinados en la Residencia de la Universidad Centroamericana Ignacio Ellacuría, sus compañeros jesuitas de comunidad, así como la cocinera y la hija de ésta. La razón, su compromiso por la justicia en favor de los pobres y los desaparecidos en el violentado El Salvador de aquellos años. Frente a la brutalidad de esta masacre, la británica Teresa Whitfield se dio a la tarea de investigar y comprender para responder dos preguntas: por qué fueron asesinados, y cuál es el significado de sus muertes. El título de su investigación, reunida en casi setecientas páginas, resume perfectamente el sentido de la cruz cristiana: Pagando el precio, y lo obtuvo de los documentos de la XXXII Congregación General de los jesuitas, de 1975: “No trabajaremos, en efecto, en la promoción de la justicia, sin que paguemos un precio”.

La cruz es la consecuencia de seguir a Jesús. La cruz es sinónimo de entrega, de esfuerzo, de sacrificio, de inmensa generosidad; por eso es expresión de fidelidad y de fidelidad por amor. La cruz es el precio de entregar, como Jesús, el Maestro, continuamente la vida en favor de los demás, comenzando por los últimos, los más pobres, los excluidos, los indefensos. La cruz no es dolor y sufrimiento, sino amor aunque duela.

Malala Yousafzai estuvo en México los días pasados. Aunque digna hija del islam, su vida y su pensamiento reflejan también el sentido de la cruz cristiana. Luego del atentado que casi le cuesta la vida, del que médicamente sólo pudo recuperarse en un hospital Birmingham, cuenta en su autobiografía:

No pienso mucho en cuando me dispararon, pero cada día, mirarme al espejo es un recordatorio. La operación de los nervios ha mejorado todo lo posible. Nunca seré exactamente la misma. No puedo pestañear del todo y el ojo izquierdo se me cierra mucho cuando hablo. El amigo de mi padre Hidayatullah le dijo que debería estar orgulloso de mi ojo. “Es la belleza de su sacrificio”, dijo.

La cruz es la belleza del sacrificio de Jesús. Cruz gloriosa, la llamará san Pablo. Algunos dicen que así lo quiso Dios, ¡pero no es cierto!, Dios nunca quiere la cruz, pero llega el momento en el que se vuelve inevitable pagar el precio: tomar la cruz. Entonces hay dos opciones: hacerlo con amor y fidelidad sabiendo que la carga del Señor es suave como ligero es su yugo. O renegar de ella, hacerla a un lado, y desdecirnos del amor en que creíamos, porque no era enteramente de color rosa. Hay una tercera, que me asusta, la de quien se deja crucificar para presumir sus heridas, para lamérselas, para vivir siempre, resentidamente, como víctima. Y el victimismo destruye, y a quien destruye primero es a la víctima resentida. Pero en Jesús no hay lugar para el victimismo, sino sólo para la gratitud del que aún en la cruz, solo, abandonado, humillado y ajusticiado, con todo, se sabe y se experimenta amado por Dios.

La cruz no se presume, pero se lleva dignidad, del mismo modo que ni en la cruz, ni luego de ser levantado de entre los muertos, Jesús se lamió las heridas; sólo las mostró para que a los suyos quedara claro, sin lugar a dudas, que el que había muerto en la cruz estaba vivo. Jesús resucitado no tiene para los suyos palabras de reproche, ni tan siquiera de perdón. Lo que él ofrece es la verdadera paz, el abrazo de la reconciliación. Malala cuenta del árbol que su padre sembró en el patio de su casa, en Afganistán, que tuvieron que abandonar al ser ella trasladada al Reino Unido. Y se preguntaba: ¿es que un hombre que ha sembrado un árbol no tiene derecho a disfrutar su sombra? Pero no le importaba abandonarlo. Porque el amor desecha el resentimiento, el odio y el rencor. Quizá perdonar sea una cruz, pero no se puede seguir al Maestro sin cargar la cruz, también la del perdón. Por algo fue en una cruz donde todos fuimos perdonados.

Malala ganó muchos premios, incluido el Nobel de la paz, que aún no ganaba pero al cual ya había sido nominada cuando escribió su autobiografía. Sin embargo, queda mucho por trabajar: No quiero que se me vea como la joven a la que dispararon los talibanes, sino como la joven que luchaba por la educación.

Escribe san Pablo a los cristianos de Corinto:

El mensaje de la cruz es una locura para los que se pierden, pero para los que se salvan —para nosotros— es fuerza de Dios. Porque está escrito: Destruiré la sabiduría de los sabios y rechazaré la ciencia de los inteligentes. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el hombre culto? ¿Dónde el razonador sutil de este mundo? ¿Acaso Dios no ha demostrado que la sabiduría del mundo es una necedad?

Mientras los judíos piden milagros y los griegos van en busca de sabiduría, nosotros en cambio predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero fuerza y sabiduría de Dios para los que han sido llamados, tanto judíos como griegos. Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres.

Por algo san Pablo afirmaba sentirse orgulloso únicamente de la cruz gloriosa de Cristo Jesús, su Señor, el mismo que en ella, dice, “me amó y murió por mí”. Vale la pena no olvidarlo.

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