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Trigo y cizaña; dudas y contradicciones

No todos son como Miguelito. Un día dijo a Mafalda muy contento: "Mientras uno es chico, puede ser hijo, sobrino, primo o nieto." Luego dijo con cierta preocupación: "Pero cuando uno es grande, puede ser cosas espantosas." Y remató angustiado: "¡Te juro: si un día yo llego a ser el concuñado de la nuera de alguien, me suicido de asco!" Algunos, en cambio, les gusta la grandeza y desconfían de lo pequeño. Sin embargo, Jesús nos asegura que de lo pequeño nace el Reino de Dios, el gobierno de Dios sobre la historia. Lo triste, por un lado, es cuando los pequeños se dejan ganar de los sentimientos de impotencia e indefensión, en vez de alimentar en ellos su dignidad de hijos de Dios, habitados por el Espíritu de Dios, lo que les confiere una fuerza tremenda, la de la esperanza. Nace en su sano juicio habría creído y mucho menos apostado que un jovencito nacido casi esclavo en una aldea de Sudáfrica terminaría con el régimen del Apartheid. Cierto, no lo hizo en dos días, pero lo hizo. Ni siquiera los discípulos de Jesús, en el momento, comprendieron que en una cruz, en la tarde de aquel viernes, el imperio de Roma y los prejuicios religiosos estuvieran siendo vencidos por el amor de  Jesús. Hasta la fecha, lo que hace que la Iglesia sea grande no es el esplendor, sino la sencillez de los pequeños y la esperanza de los pobres. 

Nelson Mandela vivió además un muy interesante proceso de maduración y crecimiento en lo que él mismo llama su largo camino hacia la libertad. Escribe Mandela: 

No nací con hambre de libertad, nací libre en todos los aspectos que me era dado conocer. Libre para correr por los campos cerca de la choza de mi madre, libre para nadar en el arroyo transparente que atravesaba mi aldea, libre para azar mazorcas de maíz bajo las estrellas y cabalgar sobre los anchos lomos de los bueyes que marchaban por las veredas con andar cansino. Mientras obedeciera a mi padre y respetara las costumbres de mi tribu, ni las leyes de Dios ni las del hombre me afectaban.

Sólo cuando empecé a comprender que mi libertad infantil era una ilusión, cuando descubrí, siendo aún joven, que mi libertad ya me había sido arrebatada, fue cuando comencé a añorarla.

Ahí comenzó el camino. Del activismo social en favor de la igualdad pasó a la lucha armada clandestina, de ahí a una resistencia civil pacífica que vivió mayormente en veintisiete años de prisión, tras los cuales concluyó:

Durante aquellos largos y solitarios años, el ansia de obtener la libertad para mi pueblo se convirtió en un ansia de libertad para todos los pueblos, blancos y negros. Sabía mejor que nadie que es tan necesario liberar al opresor como al oprimido. Aquel que arrebata la libertad a otro es prisionero del odio, está encerrado tras los barrotes de los prejuicios y la estrechez de miras. Nadie es realmente libre si arrebata a otro su libertad, del mismo modo que nadie es libre si su libertad le es arrebatada. Tanto el opresor como el oprimido quedan privados de su humanidad.

Mandela comprendió que la historia es algo mucho más complejo que el dividirnos en buenos y malos, trigo y cizaña, donde nosotros y los que son de los nuestros, somos siempre el trigo; y los demás, los otros, los distintos, la cizaña de la que hay que librarnos. Jesús no pidió esta división. Jesús no pidió ninguna división. Al contrario, luchó contra todas ellas, especialmente las divisiones que nacen de los prejuicios religiosos. No se requiere mucho esfuerzo para imaginar lo que supuso para la gente que lo escuchó, en una sociedad machista y patriarcal, que la acción de Dios se parece a la de una mujer. Lo que supuso decir, en un pueblo que se creía privilegiado por ser el pueblo elegido, que se reconocía a sí mismo en la pureza del pan sin levadura y tenía a la levadura por símbolo de impureza, escuchar que la acción de Dios es como la de una mujer que echa un poco de levadura a la masa; más aún, que la masa fermenta y se vuelve pan gracias a la acción de la levadura.

Mientras no se los enseñemos, los niños no tienen los prejuicios que desembocan en la exclusión. Pero así como Jesús salvó al mundo perdonando a Roma en vez de contaminarse de su violencia homicida, así como Mandela comprendió que la libertad del pueblo negro pasaba por la liberación del pueblo blanco, esclavo de inhumanidad, nosotros también tendríamos la tentación de creernos trigo puro y pretender eliminar cizaña; tendríamos que tener la humildad de dejarnos fermentar por la levadura de los excluidos de nuestro tiempo. Por algo Jesús no predicó pureza ni purificación, sino amor y conversión; conversión y purificación.

Esta semana comentaba yo al amigo Adrián, mientras nos preparaban un sándwich para acompañar nuestra plática con una cena ligera, yo le decía que si Javier Duarte sale de la cárcel, yo saldría del país. Porque en la lógica de Mandela, que comparto, Duarte es esclavo de inhumanidad, y como ha mostrado la experiencia, un esclavo de inhumanidad como él, en las calles y con poder, es sumamente peligroso. Y mi expresión significa que con esclavos de inhumanidad como él, el país no es un lugar habitable. No porque yo sea perfecto. De mí puedo decir lo que canta Alberto Plaza:

Yo prefiero darme tal y como soy,
con todas mis dudas y contradicciones;
yo no quiero fabricar una mentira,
para retenerte para estar contigo.
Yo no puedo ser perfecto,
tengo miles de defectos
tengo lágrimas
y tengo corazón.


Si me pides que mejore
mis fracasos, mis errores,
dame tiempo,
para ver si puedo andar.

Sin embargo, las contradicciones que todos tenemos, tendrían que llevarnos a ser más comprensivos y más comprometidos con la conversión y la reconciliación. Que en todo caso, la separación del trigo y la cizaña es tarea de Dios y no de nosotros, para el fin del tiempo y no para ahora. Es triste constatar que haya gente adulta que sienta placer religioso en el uso de palabras feas como condena, pureza, juicio, que llevan a realidades que se nombran con palabras más feas aún: fanatismo, violencia, exclusión, muerte. Habiendo, palabras como los que usó Jesús: amor, conversión, reconciliación, misericordia, compresión, fraternidad, inclusión. ¿O es que no son, como decía Miguelito, palabras lindas?


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