Mateo 2,1-12
Etgar Keret es un escritor israelí nacido en 1967. Es una de las gratas sorpresas que me regaló el Señor de navidad un poco anticipadamente en las pocas horas que pasé en Guadalajara de camino a la boda de mi compadre, horas que coincidieron con la venta nocturna de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, donde nunca ha habido saqueos; en las librerías nunca los hay porque la gente que lee no es gente que fácilmente pueda ser engañada ni, mucho menos, manipulada. De Keret compré un libro de cuentos, De repente un toquido en la puerta. Hay uno en particular que me ha hecho ruido en los últimos días, llamado "Mentirilandia". En el cuento, un niño de siete años Robi, miente a su madre; ella lo manda a comprar cigarros, pero él prefiere comprarse un helado y al volver a casa se excusa mintiendo que un niño pelirrojo de aspecto horroroso al que le faltaba un diente delantero le dio una bofetada en la calle y le quitó el dinero. Y así comenzó una vida casi de mentiroso profesional. Ya de adulto, a raíz de un sueño en el que su madre le pide un chicle, Robi descubre que, a través de la máquina expendedora de chicles podía acceder a una dimensión oculta, en la que se encuentra con sus mentiras... ¡hechas realidad!
Vivir las propias mentiras como si fueran realidad. Vivir, por ejemplo, las enfermedades que inventamos para no ir a la escuela o no ir a trabajar. Pienso en gobernantes que mienten. Un gobernante, por poner un ejemplo, que asegura comprender el malestar que sienten sus gobernados ante un desmesurado aumento en el precio de las gasolinas; si ese gobernante nunca toca un peso de su sueldo, de casi medio millón de pesos al mes, porque recibe vales para gasolina; si además tiene detrás de sí una larga estela de acusaciones de corrupción que, a pesar de estar documentadas evaden la justicia, seguro está mintiendo. No estaría nada mal que poder entrar con él en esa extraña dimensión donde uno se encuentra con las mentiras para verlo comprender a su pueblo, y verlo trabajar tanto que pueda darse los lujos que en esta otra dimensión de la historia no podrían conseguirse sin acudir a la corrupción.
A pesar de lo que puedan decirnos los medios de comunicación, los ricos también roban y los políticos también mienten; algunos, no todos, es cierto, quizá la minoría, es cierto; el problema es cuando se trata de alguien que ocupa el puesto clave; por ejemplo, el número uno. A veces el número uno miente de tal manera que manipula a la opinión internacional; miente para ocultar sus desmedidas ambiciones, a las que se aferra aún a costa de la violencia, que deriva en la muerte de sus gobernados, los más pobres e inocentes. Al menos es la historia de Herodes. Mintió a los hombres sabios, paganos, extranjeros, venidos de lo que actualmente es Irán o Irak, que es a lo que entonces se llamaba Oriente. Los manipuló, les entregó una verdad en la que creía pero le estorbaba, lo referente al lugar del nacimiento del nuevo rey de los judíos, cargo que él ocupaba y del que a todas luces ha quedado deslegitimado con el nacimiento de Jesús, mintió diciendo que también quería adorar al rey recién nacido. Y a pesar de que la fiesta de hoy esté marcada por la alegría de los magos y la emoción de los regalos, tras la partida de los sabios viene la muerte de los inocentes, a manos de Herodes; viene la huida de la Sagrada Familia a Egipto, con Jesús niño; niño inocente en quien se anticipó el duro destino de los niños de Siria con sus padres, si es que no los han perdido en la guerra o no los pierden en el camino, en busca de una tierra donde la paz no sea un sueño sin consistencia, y un lugar donde comer y dormir no sea un lujo; y por qué no, un lugar donde también puedan jugar.
Y claro que el lado oscuro de la historia se pone de manifiesto y entenebrece el paisaje si hacemos protagonista del relato a cualquier otro personaje que no sea Jesús. Herodes, como encarnación del poder homicida, es claramente el antagonista, el contrario al plan salvífico de Dios; ni siquiera los hombres sabios venidos de Oriente, con todo y sus buenas intenciones, porque de ellos no se pusieron en camino por sí mismos, sino que, estimulados por la estrella se pusieron en camino para buscar y hallar a Jesús. Algo nos enseña la estrella, la luz venida de Dios para señalar el camino de los magos: desapareció cuando éstos llegaron ante Herodes, como si la luz de Dios se desapareciera, como si el camino se torciera o, peor aún, se terminara cuando buscamos entre los de arriba, entre los que corrompieron el poder y lo separaron del servicio. La luz desaparece cuando los de arriba se corrompen y se arrogan el poder de ser violentos y de mentir. En cambio, la luz de la estrella baja sobre el hogar de Belén, donde está Jesús niño, pequeño y débil. La estrella baja tanto que puede posarse sobre la casa, pero es que es abajo donde hace falta la luz; abajo es donde hace frío y no se ve; abajo es donde cala el hambre, abajo es donde las fuerzas flaquean, donde el dinero no alcanza. Por eso los obispos de México invitan a los gobernantes a traducir la comprensión que sienten frente al pueblo en políticas públicas construidas desde abajo, no desde arriba.
Que el Señor nos regale, pues su luz, la luz que nace de la compasión, la luz que ilumina el camino de la misericordia, la que nos hace falta cuando la noche es la larga, cuando la mentira gobierna, cuando la violencia, que no nace de abajo pero que puede contaminar a los de abajo, se desata. Que el Señor nos ayude a caminar hasta Él, no importa que sea un camino de cruz, que para nosotros la cruz no es resignación, sino residencia y esperanza activa; clave y puerta de vida verdadera, de vida de libertad.
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