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"Aquí no es así": las bienaventuranzas

Mateo 5,1-12

Algún día del año 2014, caminaba yo de regreso a la parroquia, por Díaz Mirón, y al pasar por la alameda me llamó la atención un enorme letrero que decía: "Carpa Ivanova"; "Ivanova, pensé yo, como la esposa de Cantinflas". Nunca me enteré que nuestra colonia era uno de los escenarios del rodaje de la cinta Cantinflas, que narra la biografía del actor mexicano nacido en la Ciudad de México, algunos dicen que en nuestra colonia, el 12 de agosto de 1911, y fallecido el 20 de abril de 1993. Mucho menos me enteré que la cinta era polémicamente protagonizada por un actor español, al que yo admiro tremendamente por su personaje "Alfredo", protagonista de Noviembre, que trata del teatro alternativo. Por supuesto que vi la película en el cine tan pronto se estrenó. A mí me gustaron mucho, tanto la película como la actuación de Jaenada, pero vale decir que no soy ni con mucho crítico de arte; la disfruté de principio a fin. Recuerdo particularmente la secuencia de la filmación del baile con Mimí para la película El bolero de Raquel, de 1956, la primera película de Cantinflas a colores. 

En ella, Cantinflas, un bolero pobre, que decide hacerse cargo de Chavita, su ahijado, pues su padre, un albañil, fallece en un accidente de trabajo, y la mamá se va a trabajar a Guadalajara. Chavita es un niño pobre, que en el parque suspira por tener una pelota como la de los niños económicamente más acomodados. Veremos al bolero, perseguido por la policía por ejercer su chamba en el castillo de Chapultepec; llevar a Chavita al zoológico, y engañar a un niño gordo y rico para "darle baje" con su fruta y su botana, y tener algo para desayunar; viajar a Acapulco de raite, sobre una lancha ajena, haciendo como que la maneja, con el saco, la pañoleta y la gorra de marinero del verdadero dueño, hasta que llegan a Acapulco y continúan lo que falta de camino a pie; hasta las escenas últimas, elocuentes, sentimentales, en que después de sus peripecias, el bolero reúne la suficiente cantidad de dinero para comprar a Chavita su pelota, y va a una juguetería donde el dependiente, de traje, le ofrece la más fea y corriente de las pelotas, y Cantinflas pide algo mejor, que el dependiente le dice que acaba de recibir unas hermosas, pero son más caras. Como te ven te tratan, dice el dicho. Cantinflas no se molesta siquiera en preguntar cuánto cuesta, sólo pide que se la envuelvan. Pero al volver a casa, la mamá de Chavita ha vuelto, se ha conseguido un nuevo marido, rico, y viene para llevarse a su hijo con ella, "porque ni modo que viva como un pordiosero", y le trae una pelota, a las claras más chica y no tan bonita como la que ha comprado el padrino, pero fue la primera que recibió el niño y la que, por lo tanto, le ha causado una gran alegría. Cantinflas no le dará la otra, ha respetado la alegría de su ahijado.

Esa sensación de ser menos, de valer menos; de no poder, de no alcanzar; momentos de impotencia, de frustración; momentos de humillación, de pobres. De esos hemos vivido muchos, y hay muchos que los viven siempre. Habitantes de un mundo sometido y humillado por Roma, para los primeros seguidores de Jesús esto era el pan de todos los días. Roma era brutal con sus provincias. El orden era mantenido por la permanente presencia de sus legiones. A este falso orden así mantenido, Roma lo llamaba "pax", la paz. Por lo que podemos deducir de lo que san Pablo escribo a los cristianos de Corinto, éstos eran objeto de burla, porque eran vistos como un grupo de gente pobre y marginada que, sin embargo, se tenían por hijos de Dios, y esperaban la salvación de un tal Jesús que habría de volver pronto para jugar al imperio, hacerles justicia y dar sentido a la historia. Pero ellos sabían que era verdad.

Lo había dicho Jesús, el Señor. Sus palabras se guardaron en el corazón de quienes lo escucharon por primera vez, y pronto estas palabras corrieron de boca en boca y de corazón a corazón, y desde ellas y con ellas aprendieron a ser felices. Porque de eso les habló el Señor a ellos, a los pobres, a lo que sufrían a causa de la pobreza, a los que fueron desposeídos de su tierra, por quienes les exigieron tanto de impuestos para mantener el lujoso estilo de vida de las élites dominantes, en Roma y en Jerusalén, que no pudiendo pagarlo todo, terminaron entregando sus tierras; a los por eso, por siglos han padecido pobreza y explotación; a los que durante años han sido callados y ninguneados, a ellos que de siempre han tenido hambre y sed de justicia, a ellos Jesús les dio la certeza de ser los favoritos del Padre, no por ser los mejores, sino por ser los más necesitados de Él, de Él y de su amor, de Él y de su justicia. No gozan del favor de los reyes y señores de la tierra, pero Dios los ama, está con ellos, les ha dado su preferencia, y les promete su consuelo, su justicia y la posesión de su tierra.

Dios les da su amor y su presencia, pero también espera algo de ellos. Que vivan no de acuerdo con los valores de los imperios de la tierra, del imperio de Roma, sino de acuerdo con los valores del imperio de Dios. Por ello, les dirá Jesús, si los que son del imperio de Roma son violentos y explotan y humillan, ustedes, que son de Dios sean misericordioso, así obtendrán misericordia. Si a los que son de Roma la ambición, el poder, la vanidad, les enceguece el corazón, ustedes, que son de Dios, tengan el corazón limpio; a ellos el corazón sucio los hace ver a los demás como objetos a explotar, como esclavos, como gente marginal sin importancia, ustedes, en cambio, tengan limpio el corazón de ambiciones y mezquindades, para que vean en los demás a hijos de Dios, que es el Padre de todos; tengan limpio el corazón y verán en ustedes mismos la imagen y la semejanza de Dios. Ellos, los que son de Roma, son violentos y mantienen el orden a través de la fuerza, ustedes en cambio, que son hijos de Dios, construyan la paz desde la fraternidad; ellos, los de Roma, los persiguen cuando se sublevan y exigen justicia, ustedes, en cambio, sean perseguidos por cumplir la voluntad de Dios, por buscar su justicia, que no es venganza sino vida plena para todos, comenzando por los últimos. 

Pareciera que Jesús les dijera: para los que siguen los valores del imperio de Roma, la felicidad es el dinero, el poder, el odio y el elitismo; pero aquí, en el imperio de Dios, aquí entre los que son hijos de Dios, aquí no es así. El viernes pasado las estaciones de radio en la capital del país se pusieron de acuerdo para enviar un mensaje al presidente Trump, a través de una canción de Caifanes, reproducida a la misma hora: "Y vienes desde allá donde no sale el sol, donde no hay calor; donde la sangre nunca se sacrificó por un amor. Pero aquí no es así." Ellos,  los que no creen en el amor, en la misericordia, en la fraternidad, en la paz, ellos no son de Dios ni de su imperio, pero aquí no es así. Ellos no creen que hay gente que tiene hambre y espera el pan y la justicia, pero aquí no es así. Ellos no creen en la igualdad y en la fraternidad, pero aquí no es así. Aquí creemos en el amor, en la compasión, en la fraternidad, en la dignidad de cada ser humano. Aquí creemos en el Dios hecho pan y esperamos el día en que la comida alcance para todos. Aquí no creemos en las exclusiones, por eso no creemos en los muros. Porque Dios es amor, y nosotros creemos en Dios, y Dios nos hará justicia. 

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