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De la confianza, que no es lo mismo que la gratitud

Lucas 17,11-19

"¿Cómo se llama el video?", me preguntó un padre, ya mayor, que estaba en la reunión sentado a mi izquierda; un héroe en su tiempo y una leyenda en el nuestro en la Congregación. "No sé, pero si busca: 'Albert Einstein dijo una vez' en Youtube, le sale", le respondí. En el video, un joven abogado de raza negra, con barba tipo Abraham Lincoln, sin bigote, vestido con traje y chaleco gris y corbata dorada, situado en medio de una corte, en Estados Unidos, y sosteniendo una pecera esférica con un pez naranja tipo Nemo pero sin rayas blancas, comenzó su ataque contra la educación escolar tal como la conocemos, representada en un alto y elegante hombre blanco, mayor, de unos setenta años, con el pelo largo con partido y coleta,  a la usanza de los primeros colonizadores británicos. Su argumento comenzó con las palabras: "Albert Einstein dijo una vez: 'Todo mundo es un genio. Pero si juzgas a un pez por su habilidad para trepar un árbol, vivirá toda su vida creyendo que es estúpido'."

La esencia de la argumentación, apoyada en imágenes, es que mientras los teléfonos y los automóviles han evolucionado tremendamente en 150 años, el sistema educativo en las aulas sigue siendo el mismo. Y tomando en cuenta que es un video estadounidense no patrocinado por el magisterio mexicano, el abogado señala que esto es así porque la educación convencional no busca formar humanos sino trabajadores de la industria, que puedan estar en filas, bonitas y ordenadas, haciendo lo mismo ocho horas, diciéndoles qué pensar, levantando la mano si quieren hablar y con un descanso para comer, compitiendo por una calificación de calidad. Un día preguntó, abrumado, Manolo a Felipe: "Decime, Felipe, ¿es verdad que en la escuela los maestros pegan a los chicos?" 

En un mundo revolucionado que requiere no  zombis, sino personas independientes, críticas y creativas, dice el abogado, la educación sigue convirtiendo a las personas en robots, haciéndolas creer estúpidas e inútiles cuando no alcanzan las calificaciones convencionales. El crimen, dice él, educar a todos igual; enseñarles las mismas cosas de la misma manera, cuando todos somos diferentes, tenemos diferentes historias, diferentes fuerzas, diferentes necesidades, diferentes dones y diferentes sueños, matando de este modo la creatividad y la personalidad de cada uno. Y cuestiona al sr. Educación: "¿Aún así dices que preparas a la gente para el futuro?" Le respondió Felipe: "No, eso era antes; hoy las cosas han cambiado mucho." "¿Ahora son los chicos los que pegan a los maestros?", preguntó un eufórico Manolito. "¡No, hombre! ¡Tampoco!", replicó Felipe y se fue. "¡Como siempre! ¡Aquí los cambios nunca son de fondo!", concluyó Manolito.

Cuestionante el video. Y nosotros pensando simplistamente que el magisterio mexicano no quiere ser evaluado porque es flojo, y pasamos por alto la crítica de los especialistas, quienes nos han dicho que el problema de la reforma educativa en México es que se trata más bien una reforma de la gestión pública de la educación que en realidad no toca la educación en sí. Sobre el tema, afirma el abogado en el video, los maestros deberían ganar tanto como los doctores, pues un cirujano puede operar el corazón de un niño y salvar su vida, pero un maestro puede alcanzar la vida de ese niño y permitir que realmente viva. Héroes criticados, los llama el video, muy ilustrativo además para alcanzar el corazón de la escena del evangelio y hacer que tengamos vida de verdad.

La mayor parte de los estudiosos y comentaristas que conozco sintetizan el mensaje de la escena diciendo que sólo uno de 10 leprosos curados, que salieron al encuentro de Jesús mientras iba de camino, movidos por la fama del hombre bueno venido de Nazaret, fue agradecido con Jesús, y que era un samaritano, extranjero, pues, para mayor vergüenza. Visto de esta manera, el problema sería la ingratitud. Pero se trata de un punto de vista desenfocado, según deduzco gracias a una biblista española, Isabel Gómez Acevo. Lo que sorprende a Jesús no es la falta de gratitud de los nueve que no volvieron, sino ¡que no volvieron!; y lo que reconoce al final de cuentas no es la gratitud, sino la fe, la confianza en él del samaritano que sí volvió. 

Los otros nueve que no volvieron no lo hicieron no porque fueran malos, sino porque así estaban educados. Desde pequeños se les enseñó que la lepra era un castigo de Dios y que, por lo tanto, sólo Dios podía curarla; si la enfermedad era un castigo, la curación significa entonces el anhelado perdón de Dios. En la educación que todos ellos como judíos habían recibido, incluyendo Jesús mismo, los  leprosos debían vivir fuera de los poblados, vestir con harapos, y gritar "¡impuros!" cada vez que alguien se topara con ellos, para alertarlos. Pero si por alguna razón venía la curación, había que ir con el sacerdote al templo a cumplir con los rituales prescritos por la Ley para ser declarados limpios  y poder volver al pueblo o a la ciudad, primero fuera de casa y al cabo de una semana entrar en ella. Y así, Jesús se sorprende no de su ingratitud, dice Isabel Gómez que quizá los otros nueve estaban cantando alabanzas y cantos de gratitud a Dios en el templo... sólo no volvieron con Jesús. 

El samaritano, en cambio, educado de manera diferente, fue a agradecer a aquél en quien puso su confianza. Y ése es el núcleo del mensaje, creo yo. Que nueve de diez leprosos confiaron en Jesús como sanador pero no como Salvador. Que nueve de diez, por la manera en que habían sido formados en la religión, creían que Jesús era una persona excepcional con un gran talento para curar enfermedades diversas, aún la lepra, quizá buena persona, pero no tanto como para reconocerlo Señor y Salvador. Es bueno aquí agradecer a san José y a la Virgen María que en la educación de Jesús superan poner el acento no en la letra de la Ley, sino en su espíritu, que es la misericordia. Muchos, me parece y lo digo con tristeza, por la manera en que han sido educados en la religión, les sigue costando confiar en Jesús hasta el extremo de aceptarlo en la plenitud de vida, de amor, de misericordia que, como Dios encarnado, ha traído para nosotros.  Dicen que creen en Jesús, que confían en él, pero siguen practicando los rituales y la observancia de la antigua Ley, y han alejado su corazón de la compasión y la misericordia. Les es más cómodo juzgar y señalar, y pretender sumar méritos de obediencia, que hacer a un lado los puritanismos y acoger al otro, el que sea, con amor y misericordia, a pesar del miedo y del asco, como dice el Papa Francisco. Y así, lo triste es alabar a Dios y cantarle himnos de gratitud en el templo, y no confiar plenamente en Jesús, que ha pasado junto a nosotros a la orilla de nuestra historia; creer que Dios es el juez severo y vengador, y olvidar que en Jesús nos ha mostrado su corazón y nos ha revelado que su nombre es Misericordia.

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