Marcos 13,24-32
Todo comenzó con ocasión de una admiración, la que causó en uno de
los discípulos la majestuosidad de la construcción del Templo de Jerusalén.
Ello dio pie para que Jesús hablara del fin del mundo o, más probablemente, del
fin de la historia. Profetizó que llegaría el día en que del Templo no quedaría
piedra sobre piedra. Entonces los más cercanos a él, Pedro, Santiago, Juan y
Andrés quisieron saber cuándo ocurriría eso. La pregunta se la hicieron cuando
estaban ya en el Huerto de los Olivos, donde Jesús pasó las noches de la última
semana de su vida.
Habló de signos sociales, religiosos y cósmicos. De ello trató la
primera parte de su discurso. Hacia la mitad del mismo manifiesta una idea que
retoma una imagen de los profetas: la del Hijo del Hombre que viene entre las
nubes con poder y gloria, para reunir a sus elegidos desde el extremo de la
tierra al extremo del cielo. A continuación, Jesús invita a sus discípulos a la
vigilancia, a estar atentos, y les da la clave para interpretar los signos que
deben esperar: la higuera que reverdece cuando se acerca el verano.
Hambre, guerras, terremotos, engaños, el ídolo abominable y
destructor que se coloca donde no debe estar, un signo que el narrador invita
al lector mismo a interpretar, y quizá se trate de una dolorosa profanación y
burla del templo de parte de los romanos; y falsos profeta. Y para después de esos días de sufrimiento, Jesús
habla del signo del sol que se oscurece y la luna que no da resplandor y las
estrellas caen del cielo. Es entonces que vendrá el Hijo del Hombre, la
emblemática figura anunciada por el profeta Daniel para concluir la historia.
Uno podría pensar que los signos de que habló Jesús hace dos mil
años son los que vemos en estos días que vivimos. Hambre y pobreza hirientes y
ofensivos, violencia intensa y refinada; destrucción del medio ambiente en aras
del progreso tecnológico y del bienestar material de una minoría de la
población, que pone en riesgo la vida toda del planeta. Esta semana ha sido
particularmente triste y violenta, los múltiples asesinatos y desapariciones en
México; los continuos bombardeos de Siria, el atentado en Líbano, del que
Facebook no se enteró, los atentados de París. A mí todo eso me duele. A mí
todo eso me hace añorar el día en que por fin este sol se apague y esta luna
deje de brillar, como dijo Jesús. A mí todo esto, me lleva a buscar y clamar al
Señor en oración: ¡Ven, Señor Jesús!
El sol y la luna; Helios, el sol invicto con el que se
identificaba el emperador romano; y Selene, auriga de la noche, eran adorados
por griegos y romanos, dioses falsos cuya oscuridad, la verdad de su ser, queda
evidenciada con la llegada del Hijo del Hombre; dioses y rostros de un imperio
inhumano, violento y opresor, imperio de muerte. Sólo la llegada del Hijo del
Hombre, Luz verdadera sin sombra ni ocaso puede desnudar su oscuridad.
Vivimos días en que los imperios de la tierra siguen siendo, como
en su día la Roma imperial, detentores de un poder arrogante de violencia y
dominación. El dinero se impone su escala de valores, a todo le pone precio.
Hasta la vida humana de los pobres vale menos que la de los ricos. Facebook se
viste de azul, blanco y rojo, y es horrible lo que pasó, pero pareciera que al
mundo no le duele igual la muerte de los pobres de Beirut ni la de los
campesinos de Iguala o los migrantes de Centroamérica; y eso, la indiferencia,
mata más y de una manera más cruel y refinada que la violencia, porque la
violencia hace ruido y en su escándalo no puede ocultar los rostros de los
asesinados. En cambio, la indiferencia mata primero arrojando al anonimato;
primero asesina nombres y desaparece rostros, y cuando así los ha desaparecido,
mata humanos y esconde sus cuerpos, pero ya no importa, porque si no valían, si
no producían, si no cotizaban en la bolsa de valores, ¿para qué llorarles?
Entiendo el dolor de los franceses. Y me gustaría compartir
plenamente lo que ha publicado un ex caricaturista de la revista francesa
Charlie Hebdo. Mucha gente y gente de buena voluntad, con el corazón doliente
por la humanidad herida oró y pidió orar por Francia. Le respondió con una
serie de cartones cuyo mensaje completo es el siguiente:
Francia es un país antiguo, donde los
enamorados se besan libremente.
“París es nuestra capital. Amamos la
música, la ebriedad, la alegría.
“Desde hace siglos, algunos enamorados de
la muerte han intentado arrebatarnos la alegría de vivir. No lo han conseguido.
“Aquellos que aman, aquellos que aman la
vida, al final son siempre los que ganan. "Fluctuat nec mergitur"
(fluctúa pero no se hunde).
“Amigos de todo el mundo, gracias por
#prayforParis, pero no necesitamos más religión. ¡Nuestra fe está con la
música! ¡Los besos! ¡La vida! ¡Champagne y alegría! #parisisaboutlife
“El terrorismo no es un enemigo. El
terrorismo es un modus operandi. Repetir "estamos en guerra" sin
encontrar el coraje para señalar a nuestros enemigos. Nuestros enemigos son los
que aman la muerte, bajo diversos uniformes están ahí desde siempre. La
historia los olvida bastante rápido. Y parís muere. Quien los manda a la
MIERDA.
“Los que han muerto esta noche estaban en
la calle para vivir, beber, cantar. No sabían que se les había declarado la
guerra.
“En lugar de dividirnos, nos han recordado
lo precioso que es esto: nuestra forma de vida.
“Enamorados de la muerte, si Dios existe,
los repudia. Y ya han perdido, así en la Tierra como en el cielo.
“Esto significa: a la mierda la
muerte."
Lamento, y mucho, que alguien diga a otro que le muestra su
solidaridad orante: “no necesitamos religión”. Quien dice eso a una persona de
fe, le dice: “no te necesito”, o “pobre de ti, tan atrasado”. Y esto también es
una forma de violencia. Porque del
corazón que no es humilde, del corazón autosuficiente, de la palabra que
desprecia, nace toda violencia.
Sé que hay muchos que matan en nombre de Dios, quienes así lo
hacen, no lo conocen. Pero también es verdad que hay muchos que se burlan de
Dios, y éstos tampoco lo conocen. Unos y otros son fanáticos de su falsa
religión. Sobre ambos y sobre los que son como ellos ironiza Quino a través de Susanita. Un día, apoyándose en
un árbol, confesó a Mafalda: “Lo sé, sí. Sé que mis derechos terminan donde
empiezan los de los demás. Pero… ¿es culpa mía que los derechos de los demás
empiecen tan lejos?”
El Hijo del Hombre, el hombre y Dios que vino para compartir el
vino y el pan con los excluidos y violentados; el Mesías que mostró su amor por
la vida rescatando de la marginación y de la muerte a los que llamó “sus
hermanos”: los proscritos, los publicanos, los enfermos, las viudas y las
prostitutas; el que pagó con su vida su oposición al Imperio de Roma y a sus
valores de muerte y de humillación, no merece que alguien le diga: “no te
necesito”. Jesús era también un enamorado de la vida y murió a manos de los enamorados
de la muerte. Y sí, como buen amante que fue de la vida, de la vida compartida,
de la vida verdadera, al final Jesús ha ganado.
Dios existe, y a los enamorados de la muerte, también los ama.
Porque aunque hieran su amor de Padre, nunca podría repudiarlos del todo ni
para siempre. Es verdad, han perdido en la tierra como en el cielo, aunque las
apariencias parezcan decir lo contrario. Pero ya nunca podrán volver a asesinar
a Dios. El Hijo del Hombre volverá en aquellos que como las ramas de la higuera
crean en la vida, se enamoren de ella, la cuiden y la gocen, tanto que nunca
nadie escuche decir: “no te necesito”. Tanto que un día a quien diga: oro por
ti, no se le diga: “gracias, pero no lo necesito”, sino simplemente: “gracias”,
y juntos abran su corazón al Hijo del Hombre que viene revestido de vida, de
misericordia, de alegría. A Él llamamos, a Él esperamos, a Él el sean dados
honor, gloria y alabanza por los siglos de los siglos.
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