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Amar a Dios, amar al prójimo

Mateo 22,34-40

Un día preguntó Miguelito a Manolito, mientras éste iba con su canasta repartiendo mandados: "A ti qué te parece, Manolito, ¿uno crece más del ombligo para arriba, o del ombligo para abajo?" Le contestó Manolito: "¡No tengo tiempo de contestar a semejantes estupideces!" Y siguió su camino, pero luego se detuvo en la esquina, se giró hacia la dirección en que estaba Miguelito, y le gritó: "¡Además, del ombligo para abajo uno crece menos, bestia! ¿No ves que está el suelo?"

Como a Manolito, también a Jesús un día le lanzaron una pregunta; no era estúpida, pero sí  malintencionada, los fariseos que se la plantearon querían ponerlo a prueba. Estamos en el Templo de Jerusalén, tras la entrada mesiánica de Jesús, y los diferentes cuestionamientos que recibió por su acción de arrojar los puestos de los cambistas y vendedores de animales. No era la primera vez que los fariseos ponían a prueba a Jesús, y no era la primera vez que él los derrotaba. 

A semejanza de Manolito, la respuesta de Jesús fue desconcertante; a diferencia de Manolito, su respuesta fue por demás inteligente. Le preguntan por un mandamiento, el más importante. Y Jesús responde que el mandamiento más importante son dos. ¡Le piden uno y da dos! El primero, dice: "Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente. Éste es el primero y el más importante. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo." Los dos mandamientos que Jesús ofrece como respuesta están tomados de la Escritura. 

A mí me llama la atención que la primera cita proviene del libro del Deuteronomio, un libro de corte laical y de orientación liberal, haciendo uso de estos conceptos de la sociología contemporánea. Curioso, porque suele ser tentación conservadora espiritualizar la religión y quedarnos con el amor místico a Dios, y dejar que el mundo siga rodando. Sin embargo, en el Deuteronomio se pide amar a Dios intensamente, y este amor tiene una motivación muy clara: "Cuando te pregunte tu hijo el día de mañana: ¿Qué significan estas normas, estas leyes y preceptos que les mandó cumplir el Señor, nuestro Dios? Tú le responderás: Nosotros éramos esclavos del faraón de Egipto, y el Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte... Y a nosotros nos sacó de allí para llevarnos y darnos la tierra que había prometido a nuestros antepasados." Amamos a Dios porque es el Dios de la libertad, el Dios que salva a su pueblo del faraón, que los tenía esclavizados, y los llevó a una tierra que manaba leche y miel. La leche y la miel eran el alimento de los pequeños. Amamos a Dios porque es la madre buena que se preocupa del sustento de sus hijos. 

Sin duda, es fuerte la motivación. Por eso, estas palabras se recitaban solemnemente, y estaban en el centro de la confesión de fe de los israelitas: "Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Guarda en tu corazón estas palabras que hoy te digo. Incúlcaselas a tus hijos y háblales de ellas cuando estés en casa o cuando vayas de viaje, acostado o levantado, átalas a tu mano como signo, colócalas en tu frente como señal, escríbelas a la entrada de tu casa y en tus puertas."

El segundo mandamiento, sólo aparentemente segundo mandamiento, proviene, a su vez, del libro del Levítico, un libro sacerdotal de tipo conservador. Y eso mismo llama la atención, que ni siquiera en sus momentos más conservadores, y a pesar de contener la Ley de la Pureza, que tanto combatió Jesús en su vida pública, la Escritura deja de resaltar la necesidad de amar al prójimo. Y amar al prójimo, en el contexto del Levítico es la síntesis de una larga serie de preceptos: no robar, no mentir, no explotar al jornalero, no calumniar, no ser injusto, no burlarse del mudo ni poner tropiezo al ciego. Y la motivación: "Sean santos como yo soy santo, dice el Señor." Amar al prójimos nos asemeja con Dios. La santidad es la plenitud del amor.

En realidad, creo que aquí está la clave de la respuesta de Jesús. Yo pienso en el Génesis: "Y creó Dios a los seres humanos a su imagen, a imagen de Dios los creó." Amar al prójimo es semejante que amar a Dios, porque el ser humano es la imagen y la semejanza de Dios. Nos asemeja la libertad, y nos iguala el amor. Sólo son en apariencia dos mandamientos; en realidad son las dos expresiones del mismo mandamiento: amar; amar como somos amados por Dios, amar al que nos ama. Hace unos meses sufrimos el robo del Santísimo y nos dolió intensamente, porque para nosotros es el Cuerpo de Cristo. Hemos vivido días de horror social, de fosas clandestinas y estudiantes desaparecidos, y nos duele intensamente porque ellos son también Cuerpo de Cristo, su imagen y semejanza, para nosotros y para el Padre. Y mientras no los recuperemos, seguiremos siendo un cuerpo herido, un cuerpo mutilado, al que Dios ama intensamente.

Amar como ama Dios, amar al que nos ama. Un solo mandamiento que se despliega en el amor intenso de los padres a los hijos, en el amor cálido de los amigos, en el amor apasionado de los esposos, en el amor compasivo hacia la humanidad sufriente. En todos ellos nos ama Dios, y en todos ellos queremos, agradecidamente, amarlo a Él. Y así es como damos culto y gloria a su nombre.








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