Mateo 14,13-21; Romanos 8,35-39
Hubo una vez en la que Miguelito se cansó de ser como era, y decidió estrenar personalidad, aunque nadie notaba el cambio. Un día Mafalda le preguntó: "Hola Miguelito, ¿cómo marcha tu transformación en el nuevo Miguelito?", "¡cuesta! ¡hay sectores que intentan mantener las viejas estructuras!", respondió él con mucha determinación. "Uno de ellos opina que o voy a comprar el pan como siempre, o no veo más TV, ¿no me acompañarás a la panadería?" La escena del evangelio nos habla también de panes y de viejas estructuras.
La escena tiene fuertes contrastes con escenas anteriores, especialmente con la inmediatamente anterior, que es el banquete en el palacio de Herodes en que se decidió la muerte de Juan el Bautista. Narrativamente, la vinculación está destacada por la indicación que da el evangelista de que al enterarse Jesús de la noticia, se retiró a un lugar desierto, apartado; ahí lo siguen las multitudes, a las que mira con compasión. Y es esta mirada la que desatada las acciones que culminarán en la multiplicación de los panes. Que Jesús se retire implica dos cosas: que el imperio querrá dar muerte a Jesús, nuevamente si continúa creyendo que se trata de Juan; y que en Jesús, Dios se deslinda de este imperio de hambre y de muerte.
Herodes vive en el centro del poder, en la capital Jerusalén; Jesús marca su distancia del poder retirándose a los márgenes. Herodes tiene poder sobre la gente, incluso sobre su vida, pero la gente busca a Jesús, y Jesús se deja encontrar por ella, y la mira con compasión; ve que la gente anda como ovejas sin pastor, porque los pastores viven alejados de ella. Y cura sus enfermedades. Y cuando la noche se avecina, siente como propia el hambre de quienes lo han buscado. Pero sus discípulos aún viven bajo la mentalidad del poder, tejida desde el dinero. Y por eso se asustan ante el hambre de la gente, y le piden a Jesús que la despida, imposible que ellos puedan comprar pan para todos.
Jesús, por su parte, les devuelve el reto: "¡denles ustedes de comer!" Para que la gente coma no se necesita dinero. Se necesita de la compasión, que no es lástima, sino el sentir como propio del dolor del otro. La narración del evangelio cuenta que los discípulos sólo cuentan con cinco panes y dos peces. La posterior versión del evangelio de Juan anotará que fue un muchacho quien los ofreció. Para que ocurriera el milagro de los panes, no se necesitaba de dinero, sino de compasión y generosa solidaridad, no porque cinco panes y dos peces fueran mucho, pero quizá eran todo lo que alguien llevaba para sí, y ese alguien lo puso para todos. Dinero hay mucho en el mundo, y no ha destruido el hambre. Al contrario, en el rico palacio de Herodes, palacio selectivo y excluyente al que ingresan sólo los invitados del rey, la comida es un banquete de muerte, que segó la vida del Bautista. A campo abierto, sobre el escenario de la comunión, el espacio abierto donde todos son acogidos, la comida de Jesús es una comida que celebra la vida, sobre todo la vida de los pobres.
El sistema de compraventa es una vieja estructura en la que vivimos y que poco a poco mata el corazón. Nos hace creer, y en muchas ocasiones lo logra, que somos lo que tenemos y valemos lo que compramos. De ahí al egoísmo sólo hay un paso. Las viejas estructuras, las que sostienen la envidia y el egoísmo, nos separan del amor con que nos ha amado Dios en Cristo Jesús. Coherente con las enseñanzas de Jesús, los cinco panes y los dos peces sólo pudieron ser ofrecidos por alguien cuyo corazón no estaba ahogado por la preocupación de lo que se tendrá para comer; ofrecidos por un corazón que aprendió a confiar en Dios, que da de comer a las aves que no siembran ni almacenan en graneros, y a las que el Padre alimenta todos los días; ofrecidos por un corazón que aprendió a pedir y esperar de Dios el pan de cada día. Así fue como Jesús pudo multiplicar los panes y los peces, y así fue como Dios pudo hacer cumplir su voluntad, de que sus hijos tuvieran el pan de cada día.
No es del dinero de quien hay que esperar el milagro de la multiplicación de los panes, sino de la generosa solidaridad nacida de la compasión, nacida del hombre y de la mujer que ven a sus hermanos con la mirada de Jesús. De la compasión brotó el milagro: el pan multiplicado fue el pan compartido, y éste es el pan que salva y da vida. No es verdad que lo pobre y lo poco sea inútil y despreciable; crecemos cuando lo que somos, que nunca es poco ni pobre, lo ponemos al servicio del bien común. Esto es lo que nos libera de las viejas estructuras, y nos permite acercarnos con esperanza a la mesa de los hijos de Dios, en la que comemos el Pan que nos libera y nos hace hermanos.
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