Mateo 14,22-33
Circula por las redes sociales cierto video en el que una mujer observa su departamento por la cámara de su teléfono celular, como que estuviera grabando algo. Por el celular observa tirado en el suelo lo que parece un cadáver, pero cuando ve la realidad de frente, no hay nada. Sigue filmando, en la pantalla el cadáver es arrastrado, en la realidad, nada; la mujer entra a su cuarto, no hay nada; pero viendo por el celular, unas manos de cadáver suben por la cama; ella retira el celular, no hay nada; vuelve a mirar por el celular, las manos siguen subiendo; retira el celular, ¡y entonces se le viene encima el cadáver! Con la narración del evangelio sucede en cierta medida lo mismo que con este video, se precisa de una lente para ver lo que de otra manera no se percibe, algo que al final se aparece como plenamente real.
El primer lente es el del sentido del mar, que le dan el hipopótamo y el lagarto. Cuando Carlitos Meza y yo formábamos la comunidad del Filosofado Josefino y san José de los Poetas, el domingo libre que tenían los formandos cada mes, comíamos fuera o comprábamos algo para comer en casa; cuando era así, decía Carlitos al final: "No te hagas, tú lavas y yo enjuago." Y es una vez, contaba Carlitos, hubo una fiesta en la selva, y al final los animales no querían lavar los trastes, y entonces dijo el León, en su calidad de rey: "Que laven los dos animales más feos"; y dijo el hipopótamo al cocodrilo: "No te hagas, tú lavas y yo enjuago", y yo entendía que a mí me tocaba ser el cocodrilo. El hipopótamo y el cocodrilo eran dos animales que desconocía el pueblo de Israel, y con los que se toparon en el destierro en Babilonia. Les parecían tan feos, que los pensaron la encarnación del mal, y llamaron Behemot al hipopótamo; y Leviatán al cocodrilo. Y como ambos vivían en el agua, el agua, sobre todo el agua de mar, fue vista como la casa del mal.
La segunda lente a tener en cuenta es el relato de la creación. Comienza el Génesis: "Al principio, Dios creó el cielo y la tierra. La tierra era caos y confusión, y la oscuridad cubría el abismo, mientras el Espíritu de Dios soplaba sobre las aguas." Y esto es exactamente lo que vemos en la narración del evangelio: Al Espíritu de Dios soplando sobre el agua, creando una nueva comunidad de discípulos que aprenden a confiar en Dios a pesar del caos y la confusión en que a veces se convierte nuestra vida, que parece una barca surcando el mar en medio de la noche. Por encima de todo ello, del caos, de la confusión y de la oscuridad, por encima del horror, de la violencia, del dolor, del mal, el Señor Jesús, el Señor Resucitado, que no es ningún fantasma, camina mostrando la fuerza del amor, la fuerza del Espíritu, dominando el mal, creando vida nueva.
Puede que no siempre o, al menos, no en el momento, veamos al Señor que está creando vida nueva, pero así es. Jackie Robinson, el primer beisbolista negro de la historia, fue contratado por los Dodgers de Brooklyn. El directivo que lo contrató le advirtió que sería hostigado por los insultos, el desprecio, la humillación y aun la violencia física de sus compañeros blancos, y finalmente le preguntó si podría aguantar eso. Jackie Robinson respondió que desde niño se había defendido de los golpes; el directivo le reviró que, precisamente, eso era lo que no esperaban de él, sino si podía aguantar la violencia sin responder con violencia. Robinson, que era cristiano y creía en Jesús y en su Evangelio, respondió con la caridad cristiana del silencio y la no violencia. A partir del caos y la confusión, de la oscuridad del racismo de un equipo de beisbol, Dios creó para sus hijos la posibilidad de compartir no sólo el vestidor y la cancha, sino la vida y la historia. He sido testigo de dos personas que, enfermas de cáncer, acuden a quimioterapia, con la consecuencia de la pérdida de cabello; en solidaridad con ellas, sus hermanos se han rapado. A partir de un hermano enfermo, Dios creó una familia más unida.
Todos somos Pedro. Pedro que duda: "si eres tú, Señor...", Pedro que pide pruebas: "mándame ir a ti...", Pedro que avanza y da un salto, para luego sentir miedo y caer. A pesar de la duda y de la petición de pruebas, Jesús dio su invitación a Pedro: "ven". Pero Pedro tuvo miedo y comenzó a hundirse; no es la duda ni la petición de pruebas a Dios lo que nos hunde, sino el miedo. Y con todo, la narración tiene dos impresionantes detalles: que esta escena de noche y de miedo sucede inmediatamente después de la multiplicación de los panes, como si con ello nos quisiera dar a entender que si nos hemos sentado a la mesa con Jesús, si hemos comido de su Pan y bebido de su Copa, ¿por qué tenemos miedo? También hemos recibido su Palabra, la Palabra que nos ha dicho que Él es Dios con nosotros, la misma que nos dice "¡ánimo!" y "¡no tengas miedo!", ¿por qué, entonces, seguimos sin confiar plenamente en Él? En Él, que camina sobre el agua, porque es el Señor Resucitado y no un fantasma, y ha vencido para siempre al mal y a la muerte; en Él, que nos alimenta con su Cuerpo y con su Sangre; en Él, que nos ha dado su Palabra; en Él, que pasa por alto nuestras dudas y exigencias; en Él, que se apiada de nuestro miedo y nos extiende, como en los días de Moisés, su brazo fuerte, su mano poderosa, para abrir el mar y dejar que su pueblo camine en seco hasta la prometida tierra de la vida y la libertad; en Él, que transforma la fuerza del Viento en la ternura de una brisa suave con la que Dios acaricia el rostro de nosotros, sus hijos muy amados.
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