Lucas 13,22-30
Una escena que tiene lugar mientras Jesús va de camino a Jerusalén. Alguien le pregunta por el número de los que se salvan. Me imagino que en aquel ambiente de expectación mesiánica, donde la llegada Mesías estaba asociada al fin del fin del mundo, era muy parecido al de nuestros días, en los que hay gente que creído de verdad en las diferentes fechas que se le han puesto al apocalipsis final, la última apenas el pasado viernes 23, según las profecías del ruso Rasputín, que no por nada es el prototipo del monje loco. A más de uno en estas circunstancias se le habrá venido a la mente la pregunta por el número de los que se van a salvar.
La pregunta en sí es todavía más particular. No le preguntan a Jesús cuántos son los que se van a salvar, así que no vale la apocalíptica respuesta de 144 mil. Le preguntan si son pocos los que se salvan. Para dar una respuesta correcta y educada, Jesús sólo tenía que decir "sí" o "no", pero Jesús no dijo ni "sí", ni "no". Lo que dijo fue: "¡esfuércense por entrar por la puerta angosta!" Y añadió: "Porque les digo que muchos intentarán entrar, pero no podrán. Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, ustedes se quedarán afuera."
A mí la respuesta de Jesús me da muchas luces, y la primera tiene que ver con el hecho mismo de la salvación. Porque solemos pensar que la salvación sólo puede conseguirse después de morir, y hay que esperar al juicio final para saber si la conseguimos o no. Pero para nosotros los bautizados la vida eterna comienza precisamente en el bautismo, ahí se nos ha dado la vida eterna y con ella la salvación. Lo cual significa que la salvación no espera hasta la hora de la muerta, porque ya se nos ha entregado. La respuesta de Jesús refuerza la idea de que la salvación tiene que ver tanto con el presente como también con el futuro: ¡esfuércense por entrar por la puerta angosta!, esfuércense hoy, se entiende.
Pareciera que la salvación es entrar por la puerta angosta, pero para mí que la salvación es más bien el camino de esfuerzo para entrar por la puerta angosta. Con frecuencia solemos imaginar la creación como un momento, el momento de partida; y la salvación, como otro momento, el momento de llegada. Para mí que más bien creación y salvación son dos puntos de vista del mismo proceso, el largo proceso de vivir, de caminar cristiana y evangélicamente, fraternalmente, hacia la Casa del Padre. Creación y salvación no son dos cosas distintas, sino las dos caras de la misma moneda: nuestra propia vida. Dios nos ha regalado el ser, la vida, y con su amor nos sostiene en ella y nos impulsa, nos empuja, para no quedarnos estancados en el conformismo o la indiferencia; salvación es la acción de Dios en nosotros, que nos, atrae, nos jala hacia sí.
Cuando somos bautizados, nos vestimos de blanco. Quizá nos imaginemos que la salvación es el proceso de vivir sin cometer pecado alguno, de manera que cada pecado nos mancha y cada mancha nos aleja de la salvación, cuando no nos la quita definitivamente. Si éste es el esfuerzo que pide Jesús, su invitación sería simplemente a no pecar, y el peso de la salvación estaría en el pecado, y a mí francamente esta interpretación me parece pobre e injusta. A mí parece que la invitación al esfuerzo tiene un sentido positivo. Dios ha puesto en nosotros su gracia y la ha puesto como se pone una semilla en la tierra, no para conservarla íntegra, sino con la esperanza de que se rompa y de ella surja una planta y que la planta dé sus frutos.
Un día le preguntó Mafalda a su mamá, mientras ésta bordaba un pañuelo: "Mamá, ¿para qué estamos todos en este mundo? La mamá interrumpió su bordado y no vaciló en responder: "Para trabajar, para amarnos, para hacer de éste un mundo mejor." Mafalda se quedó pensando, y luego volvió la mirada a su mamá para replicarle: "¡Picarona!, ¡eres buena humorista y nunca me lo habías dicho!" Y es que todos tenemos en el corazón el anhelo de ser mejores, pero no parece que creamos en él, mucho menos creemos que en este anhelo está contenida la salvación que Dios nos regala. Que de salvarse, lo que se dice salvarse, nadie se salva; es Dios el que salva, y la salvación es un regalo que Él ya ha puesto en nuestras manos.
Si su mamá le hubiera dicho a Mafalda que estamos en este mundo para salvarnos, también le habría dado la respuesta correcta. Trabajar para amarnos, para hacer de éste un mundo para todos, son maneras de darle otro nombre a la salvación. La salvación exige esfuerzo, y más porque es para todos. La verdad es que no importa que la puerta de la salvación sea angosta; lo que importa es que está abierta, el Padre no la ha cerrado, y por ella puede entrar cualquiera. Si Jesús dice que no todos podrán entrar en ella no está profetizando, para eso están los charlatanes; creo sencillamente que está alertándonos contra el conformismo o las falsas seguridades en las que caemos con frecuencia, para que nos entreguemos a la esforzada tarea de vivir como salvados, todos; especialmente aquellos que viven en este mundo lejos de experimentar la salvación, los que tienen la vestidura blanca de su bautismo manchada por el pecado social del hambre, de la violencia, de la injusticia; por la mancha de haber entregado el propio corazón a un dios falso que no es el Padre de Jesús; los que siguen lejos del ideal de humanidad y fraternidad del reino de Dios, cuya plenitud alcanzaremos cuando hayamos entrado, con la fuerza del Espíritu por la puerta siempre abierta de la Casa del Padre, que es el Corazón del Hijo.
"Fortalezcan, pues, sus manos cansadas y sus rodillas temblorosas, y preparen caminos planos, a fin de que el pie torcido sane y no vuelva a dislocarse." (Hebreos 12,13)
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