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El lugar de Dios

Lucas 14,1.7-14 (Lucas 14,1-24)

Aparentemente estamos ante una enseñanza de tipo sapiencial de Jesús, algo así como las moralejas de las fábulas. Pero creo que estamos en el centro de una discusión mucho más profunda. Porque en primer lugar, no estamos ante una escena en la que Jesús se le haya ocurrido dar una lección en torno a la humildad. Más bien estamos frente a una escena de debate donde lo que está en juego es el actuar mismo de Dios. Y si como decían desde antiguo los filósofos, al hacer precede el ser, o el hacer se deriva del ser, entonces estamos asistiendo a un debate sobre el ser mismo de Dios.

La liturgia nos presenta sólo una breve selección de una escena mucho más amplia. Todo comienza cuando Jesús entra a comer en casa de uno de los jefes de los fariseos, y era un sábado. Había otros fariseos más, y todos estaban acechando a Jesús. Frente a él había un enfermo de hidropesía, y Jesús lanzó una provocadora pregunta: "¿Se puede sanar en sábado, o no? Se quedaron callados. Jesús tomó al enfermo de la mano, lo sanó y lo despidió. Después confrontó a los fariseos y expertos en la Ley preguntándoles quién de ellos, si un hijo o un buey suyo cae en un pozo, no lo sacaba inmediatamente, aunque fuera en sábado. Nuevamente, ninguno respondió.

Aquí hay varios puntos que no se pueden pasar por alto. Primero, el carácter adversativo de los escribas y los fariseos; no parece que hayan invitado a Jesús con sanas intenciones, más bien parece que quieren cazarlo a la primera oportunidad, dada su diferencia en la interpretación de la Ley, así que no podemos esperar un diálogo terso entre ellos y Jesús. Segundo, la ocasión se presta cuando Jesús ve frente a sí a un hombre enfermo de hidropesía. No sé qué hacía el enfermo ahí, si se coló a la casa, o fue invitado precisamente como parte de una trampa en contra de Jesús. Lo cierto que ahí estaba, y como enfermo que era, representaba, a los ojos de los fariseos, a un proscrito; su enfermedad se debía, o bien, a un castigo de Dios; o bien, a un espíritu impuro que lo poseía; en un caso o en otro, Dios lo había rechazado. Pero Jesús, que viene de Dios y conoce su corazón, lo toca, lo toma de la mano; es decir, no sólo no lo rechaza, sino le muestra su total cercanía y, a través de sus manos, la cercanía de Dios. Lo cura para mostrar que el deseo de Dios siempre es la vida de sus hijos y, finalmente, justifica la curación que ha realizado apelando al infinito amor paterno de Dios. Dios nos ama, al menos, como nosotros amamos a nuestros hijos; nos necesita, al menos, como el trabajador necesitaba a su buey. Si somos lo segundo será porque no creemos aún que somos lo primero; como sea, Dios nos ama y nos necesita, porque es Amor, y el amor necesita de su amado.

Después de esto continúa la escena de la comida. Jesús observa cómo los invitados se agandallan los primeros lugares, los de más honor, los más cercanos al anfitrión. Con su invitación a ocupar los últimos lugares, Jesús está revelando el actuar de Dios, que siempre viene a ocupar los últimos lugares. Hay que observar que esto de "primeros" y "últimos" son categorías nuestras, no de Dios, pero en todo caso, cuando nosotros las instituimos y las hacemos vigentes, Dios toma partido por los últimos, por los excluidos, por los proscritos, por los que, en nuestra visión, están fuera del orden y del sistema. Con esta lección, Jesús está subvirtiendo lo que para nosotros es el orden correcto; se está burlando del sistema de honor, para sustituirlo con el orden de la misericordia. El primer lugar no está en quien tiene más honor humano, sino en quien tiene más necesidad del amor y la misericordia. Ése es el primer lugar, porque es ahí donde está el Señor. Y en el corazón, todos tenemos un lugar que nos duele y avergüenza, el rincón donde Dios se hace presente en primer lugar para desde ahí desbordarnos con su amor, porque ahí es donde más lo necesitamos.

Por eso la parábola que invita a dar banquetes no para los que pueden retribuirnos, en dinero o en favores, pero siempre en honor, sino en favor de los que no pueden dar nada a cambio; los que incluso nos deshonrarían, los más desposeídos, que no hay que reducir a los pobres económicamente hablando, que en nuestra sociedad hay muchos a los que hemos excluido de nuestra comunión porque "no son de los nuestros", o "no son como nosotros", a los que vemos de lejos y por encima del hombro. Ellos, a los que les negamos su identidad de hijos, por eso mismo los prefiere Dios. Hace rato recibí una foto de lo que parece es la ventanilla de un microbús. Los carros de seguridad, los que transportan valores, portan una etiqueta que dice: "Unidad rastreada por satélite", les creemos porque tienen la capacidad económica para ello; el microbús de la foto, seguro de alguien mucho menos pudiente, trae una etiqueta que dice: "Unidad rastreada y protegida por el Señor de Chalma". Dios siempre está con los últimos, con los desposeídos, con los excluidos, con los necesitados, con los que sólo lo tienen a Él.

De ahí que, oyendo esto, uno de los invitados, quiso burlarse de Jesús ironizando: ¡Pues dichoso el que pueda participar en el banquete del Reino de Dios! Porque si el Reino de Dios es un banquete de pobres, ciegos, cojos y excluidos; de aquellos que conocemos elegamente como la raspa, ¡ni a quién se le antoje! Jesús responderá con una nueva parábola: la de una gran cena ofrecida por un hombre, a la que sus invitados no quisieron asistir con diferentes pretextos, razón por la cual el Señor envió a uno de sus criados a invitar a todos cuantos pasaran por el camino. Porque tal parece que nuestras convincentes razones para excluir y seleccionar a nuestras amistades, en términos de honor e influencia, son meros pretextos para no asistir al único banquete que de verdad importa, el de la mesa de los hijos de Dios, donde no hay últimos ni primeros, sino simplemente hermanos que comparten la vida junto al mismo Pan y al mismo Vino que a todos se nos ofrece para unirnos en la comunión de una misma Vida. Que llegue pronto la hora en que esta mesa se vuelva realidad en nuestra historia.

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