Lucas 2,16-21.
Otra vez año nuevo. A pesar del fin del mundo, que no llegó; y de los mayas, que ni sabían de sus profecías, se acaba un año y empieza otro. Y en el corazón traemos una sensación parecida a la de aquellos lejanos días en que íbamos a la primaria y veíamos con alegría y emoción los cuadernos nuevos en los que por fin íbamos a escribir siempre con letra bonita, íbamos a hacer todas las tareas y, en premio a nuestros afanes y esfuerzos, el cuaderno nuevo luciría para siempre y para envidia del compañero de pupitre, el famosísimo garabato colorado que tanto le gustaba a nuestros papitos, diría Chabelo, el anhelado e impactante 10. Ajá.
Quizá para otros la sensación sea más bien la contraria, la del fin de curso, con el cuaderno viejo, el espiral guango y estirado, la portada casi arrancada, las hojas hechas taquito, con sello de perico en una de cada tres, y de oso perezoso y tache en las otras dos; y en el corazón la cuenta regresiva para recibir la boleta de calificaciones en la junta de padres de familia. Es natural, todo ciclo que termina y da paso al siguiente trae consigo el juicio, la evaluación, o el examen de conciencia. A veces le echamos la culpa a los demás, como cuando por más que estudiamos, en el examen nos preguntaron lo que no alcanzamos a estudiar; en otras, somos inocentes por no tener lo que nos pedían, como cuando, por más que entrenamos y nos hicimos vecinos inseparables de la tortícolis, nunca conseguimos la triple rodada perfecta para adelante, mucho menos para atrás, pero pasamos Educación Física por llevar los tenis limpios. A veces la vida nos regala sorpresas: preferimos irnos de vacaciones a Acapulco en la semana previa a los exámenes, el cuaderno que nos llevamos para estudiar se cae al mar y vuelve como los Arcos del Milenio de Guadalajara, y para envidia de todos, recibimos nuestro diez final, que presumimos con nuestra piel bronceada a los que sus ojeras sólo dio para un ocho.
En otras ocasiones, el año nuevo se parece al término de la primaria o la secundaria. Luego de años y años de contestar chismógrafos y de posar para la foto oficial, y luego de haberle agarrado el modo a la Tippy, inolvidable maestra de matemáticas, nos tenemos que despedir de los que fueron nuestros compañeros y amigos fieles. Porque la vida es así, y hay que seguirle en diferentes escuelas; porque se buscan diferentes profesiones, o porque ya no alcanza para la colegiatura; hay quien ya no puede seguir estudiando. Cada cierre tiene sus "adioses". Y el año nuevo es la expectativa de la nueva escuela, de nuevos compañeros, nuevos maestros, nuevos desafíos, más tareas; pero también nuevos conocimientos y nuevas vacaciones.
En este día en que el año viejo termina, y el nuevo comienza, la Iglesia nos ofrece, por un lado, la imagen de José, como padre de Jesús, que circuncida a su hijo. La circuncisión de Jesús es, en la tradición de la Iglesia, el tercero de los siete dolores de san José, aunque estrictamente hablando es más bien el primer gran dolor de Jesús, y no era para menos. Y aunque los dolores de esa edad no llegan a la conciencia, quedan las marcas, las cicatrices que cuentan la historia de la sangre perdida. Por el otro lado, la imagen de María como madre de Dios, misterio tan grande, que guarda en el corazón lo que vive con su hijo y con su esposo.
Las dos imágenes iluminan la realidad del año que termina y la esperanza del que empieza. Por un lado, la necesidad enorme de guardar en el corazón el recuerdo de lo que hemos vivido, y meditarlo. Guardar el recuerdo de nuestro cuaderno para saber leer en él lo que de verdad importa: las ilusiones, los esfuerzos, los rostros de los amigos, los juegos, las aventuras, el trabajo en equipo, las fiestas del fin de semana, las caídas, las llamadas de atención, el recreo salvador, las tortas de mamá, la maqueta o el dibujo que papá hizo por nosotros; las heridas y fracturas, los compañeros que se fueron. Guardar y meditar en el corazón, hasta comprender que un cuaderno usado no es un cuaderno viejo, sino la vida de quien se ha escrito en él.
Por otro lado, la imagen de Jesús circuncidado en brazos de José, nos recuerda que los humanos somos carne y sangre porque somos vida. Y porque somos vida somos historia, tenemos pasado, pero también futuro. El rito de circuncisión introducía al varón en la historia de su pueblo, en el Pueblo de la Alianza. En nuestra historia personal, y sobre todo en la historia de nuestro país, ha habido mucho dolor y mucha sangre. Yo espero que logremos curarnos las heridas y honrar las cicatrices para no perder la memoria de las vidas que nos fueron arrancadas, hasta que llegue la hora de gracia en que el Señor de la Historia, que los ha rescatado de las garras de la muerte, nos reúna con ellos nuevamente en la Fiesta de la Vida.
Yo los invito a llenar el corazón con el cuaderno que hoy acaba y sentir gratitud hacia él, por cada una de sus páginas, por cada una de las personas que dejaron su firma o su sello en él; hay páginas con nombres y rostros que no escribirán en el cuaderno nuevo, hay que marcarlas con un separador, para que no se pierdan, para que desde ellas nos sigan llegando sus voces y sus miradas. Un día, en la luz del corazón, a la luz de las velas que encendemos el día primero de cada mes, veremos en ella el rostro de Dios, que nos mira y nos acoge como María a su niño. Los invito a recibir el cuaderno nuevo con nuestro nombre en la portada forrada del color que más nos guste, con valentía y sin ingenuidad; que no nos espante ni nos detenga la posibilidad del dolor, del fracaso o de la muerte. Que hagamos bien y a tiempo nuestra tarea como personas, como sociedad y como Iglesia; que demos la bienvenida a los que llegan, y que a los que llegan les guste nuestra escuela; que gocemos de la hora del recreo; que ningún niño se quede sin escuela y sin tortas; que abracemos a los que comparten la vida con nosotros, que salgamos en muchas fotos, que sepamos despedirnos de los que se van, y sepamos esperar la hora del reencuentro. Estamos en las manos del Padre, como Jesús en las manos de José, que duerme y sueña. Y eso les deseo: vivir y soñar el 2013 bajo la mirada materna de Dios en María, y entre la cálida protección de Dios en José.
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