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La ¿imposible? alegría

Lucas 1,26-38

La conocida escena de la anunciación del ángel Gabriel a María, y no se puede leer ni disfrutar sin tener en cuenta algunas otras escenas bíblicas del Antiguo Testamento, e incluso la escena de la anunciación de Juan por parte del ángel a Zacarías. 

La primera escena explícitamente citada en el texto de Lucas está en el libro del Génesis, y  se refiere al anuncio que hicieron los tres misteriosos hombres que visitaron un día a Abraham. Abraham y su esposa, Sara, ya eran viejos y no habían podido tener hijos. Los misteriosos visitantes fueron tan bien recibidos, que le prometieron a Abraham que al siguiente año lo visitarían nuevamente y que para entonces su mujer ya tendría un hijo. Sara, que estaba escuchando a escondidas detrás de la puerta, echó a reír en cuanto oyó el anuncio, pues pensó que era imposible ser madre siendo ya anciana. Pero el Señor, porque dice el relato que fue el Señor, dijo a Abraham que por qué se había reído Sara, y Sara lo negó, como los niños en la primaria. Y entonces aquí queda la impresión de que los tres misteriosos visitantes eran la Santísima Trinidad, o sea, el Señor, como decían los Padres de la Iglesia y el P. Nando, que se imaginaba la travesía turístico-religiosa y familiar del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, aunque para entonces el Pueblo de Dios no había alcanzado la comprensión de Dios como Trinidad, pero expresaba la presencia divina en el número tres. Y más triste, queda la impresión de que a Dios no le había gustado la incredulidad de Sara, a pesar de que era lo lógico, y peor aún que quizá no le había gustado la risa de Sara, como argumentaba el monje amargado de El nombre de la rosa.

La otra escena que se viene a la mente está en el Primer libro de Samuel, y es la que se nos muestra a la pobre de Ana, esposa de Elcaná, quien tenía otra esposa, llamada Feniná. Feniná tenía dos hijos, y Ana era estéril, así que Feniná la humillaba y se burlaba de ella. Ana sufría y oraba al Señor su dolor. Ana le pedía al Señor un hijo varón, y le prometía que si se lo concedía, ella se lo consagraría para siempre. Oraba en silencio, pero movía los labios, con tan grande expresión en ellos y en todo su rostro, que un día el sacerdote del santuario pensó que estaba borracha y la regañó. Y un sucedió que un día por fin Ana concibió, y su marido estuvo de acuerdo en que se cumpliera la promesa de Ana, y el niño creció en el santuario, junto al sacerdote Elí. Y Ana entregó a su hijo y alabó al Señor con un bellísimo canto de acción gracias, por haber levantado de la humillación a la que había sido estéril.

Una tercera escena es el anuncio hecho por el ángel a Zacarías, sacerdote del templo de Jerusalén. Su mujer, Isabel, también era estéril y los dos eran ya ancianos, también habían pedido insistentemente al Señor que los bendijera con un hijo. El ángel se apareció a Zacarías un día mientras ofrecía su servicio litúrgico, y le anunció el nacimiento de su hijo. Zacarías se sorprendió y pidió una señal. No se sabe si  fue por estar siguiendo el guión de preguntas que hay que hacer en el caso de apariciones de ángel, según el patrón de las escenas paralelas del Antiguo Testamento, como dice la amiga Uta; o bien, si su corazón dio paso a la duda de que su solicitud había sido debidamente requisitada y positivamente respondida, el caso que la señal fue que Zacarías quedaría mudo hasta el nacimiento de Juan. Y así fue. Mejor no hubiera pedido señal.

Llegamos así a la escena de María. El narrador se esmera en dar las indicaciones precisas para dejar en claro que está por comenzar el cumplimiento de la gran promesa de Dios, la llegada del Mesías esperado. El libro de Daniel describía la presencia de Gabriel en el inicio de los tiempos mesiánicos. Lucas nos dice que Dios envió a Gabriel ante la esposa de José, descendiente de David, con lo cual queda claro que Dios estaba cumpliendo la promesa hecha al rey David de que uno de sus descendientes ocuparía su trono para siempre. Y nos dice que el ángel fue enviado a Nazaret, ciudad de Galilea, lo cual no deja de tener cierta gracia, pues más que ciudad, Nazaret era un ranchillo que ni siquiera aparecía en los mapas, de tal modo que el Señor nuevamente cumplía sus promesas mostrándose grande con los pequeños y humillados, como Ana.

Gabriel saludó a María con la palabra: "¡Alégrate!" Y es maravilloso, porque queda disipada la duda del relato del Génesis, y hoy podemos decir no sólo que Dios no rechazó la risa de Sara, sino que la alegría y su tarjeta de presentación, la risa, son dones de Dios. Que Dios es alegre y sabe reír. Que se alegra de vernos alegres y sonríe cuando nos ver reír. Sara e Isabel son símbolos del pueblo viejo que, sin embargo, se puede llenar de vida nueva. Ellas pidieron tener un hijo, pero María no. María no era anciana, tendría los 13-15 años que solía tener toda muchachita en aquel tiempo cuando se desposaba. María es símbolo del pueblo nuevo, totalmente nuevo que se deja cubrir y llenar de la vida nueva y plena que viene de Dios. El hijo de María es totalmente don y gracia de Dios, es totalmente iniciativa divina. Si Ana dio su hijo a Dios, en María Dios da su Hijo a la humanidad, nos da a su Hijo como proyecto y esperanza de vida nueva, de vida plena, de vida divina.

María pidió una señal. No sabemos si fue una injusticia y favoritismo, como dice la amiga Uta; o si en ella sí había razón para la duda, pues ni lloraba una ancianidad estéril, ni andaba pidiendo a Dios un hijo, el caso es que cuando María pregunta cómo sería posible que ella tuviera un hijo sin conocer varón, el ángel lejos de dejarla muda por atrevida, como a Zacarías, responde a María lo que los tres misteriosos visitantes dijeron a Abraham: Que para Dios nada es imposible.

Y así, a mí esta escena me invita a confiar y esperar en que para Dios no hay imposibles. Que es posible que el pueblo viejo y estéril, lleno de miedo, de desesperanza, de violencia y de muerte, pueda dar el paso a un pueblo totalmente nuevo, fecundado por el Espíritu de Dios, que se llene de paz, de vida. Que se llene de alegría, somos un pueblo alegre, la alegría nos ayuda a resistir y a superar el dolor y la adversidad. Pero necesitamos motivos para estar alegres. Necesitamos fuerza para construir y defender la alegría. Necesitamos vida para disfrutarla. Para Dios nada es imposible.

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