Juan 20, 19-23
Es la segunda vez que Juan narra la entrega del Espíritu Santo por parte de Jesús. La primera narración tuvo lugar en la cruz; al momento de morir, inclinando la cabeza, Jesús "entregó el Espíritu" (19,30). El evangelista está hablando del don del Espíritu Santo, no está queriendo decir simplemente que Jesús murió porque se le fue el alma. En esta segunda escena es el mismo Jesús, ya como Señor Resucitado, quien sopla sobre sus discípulos al Espíritu Santo. Antes los ha saludado, dos veces, con el don de la paz: "¡la paz con ustedes!"
No se trata de coincidencias. El narrador ha vinculado deliberadamente la muerte de Jesús en la cruz con la resurrección y la entrega del Espíritu Santo. Pareciera que se trata de distintos ángulos o dimensiones de una misma y simultánea experiencia: la muerte en la cruz, la resurrección, el don del Espíritu. Porque fue muriendo como Jesús resucitó; y fue resucitando que nos dio el Espíritu Santo prometido en la noche de la Última Cena. Porque el que resucitó fue el que murió en la cruz, y es el Crucificado Resucitado el que nos llena de la plenitud de vida por medio del Espíritu Santo. ¿Cómo se vive esta experiencia, cómo describirla? Creo que no estoy lejos de la verdad si digo que por medio de la paz. Ya también en la noche de la Última Cena había dicho Jesús a los suyos: "les dejo la paz, mi paz les doy. Una paz que el mundo no les puede dar" (14,27).
El Espíritu Santo se identifica con la Vida y con la Paz. Esta semana me ha emocionado mucho y me llena de esperanza la Caravana del Consuelo. Porque es una bellísima ilustración de lo que nos muestra el evangelio: un pueblo crucificado por la impunidad, la injusticia y la violencia, pero un pueblo que se levanta de la muerte, y da homenaje a la vida poniéndose en camino hacia donde hay heridas y dolor, para curarlas, para condolerse, para revitalizarse, para conquistar la paz que no nos ha podido dar el mundo, sabiendo que en el evangelio de Juan el "mundo" es la sociedad que se organiza según el imperio militar y opresivo de Roma, tan lejano del Imperio de Dios, que es vida, "justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo", como bien escribió san Pablo (Romanos 14,17).
Pienso en Javier Sicilia, siendo recibido en Saltillo por el Obispo de este lugar, fray Raúl Vera; la foto en que se ve al Obispo recibiendo al Poeta canta al mundo una bellísima nota de lo que es la misión de la Iglesia; un pastor que recibe a sus ovejas sedientas de vida, de paz y de justicia; un hombre que de pie lleva hasta sus labios de poeta la mano del pastor que ha sabido salir al frente del rebaño con su vara y su cayado, para marcar el camino y defender a las ovejas de los lobos. ¿Qué siente una oveja que así es acogida por su pastor, sino el gozo del Espíritu Santo?
Traigo a la mente las escenas de la Caravana llegando a Ciudad Juárez, el "epicentro del dolor", y a Javier Sicilia siendo recibido con un abrazo por aquella mujer del pueblo que perdió a sus hijos masacrados, la misma que llorando espetó al Presidente en su cara: "¡Si fueran sus hijos buscaría a los asesinos, pero yo no tengo los medios para hacerlo!" Su interlocutor de entonces no la comprendía. Pero ayer ella salió con un rosario para darle la bienvenida al hombre que también perdió a un hijo en esta estúpida guerra que nos mata entre hermanos. Seguro que por fin se sintió comprendida, seguro que sabía que venía alguien que había llorado sus mismas lágrimas y en el abrazo de bienvenida, entre sus corazones mutilados, ambos sintieron la esperanza que es el Espíritu Santo.
Pienso en las escenas de esta caravana, parábola bellísima y profética, de niños, hombres y mujeres bailando, cantando, compartiendo tortas y tacos, en medio de las calles nocturnas hasta entonces secuestradas por las balas y la sangre. Resistiéndose a que el luto sea el color de nuestra ropa y nuestra mirada, se inundan y riegan a este país con la alegría que es el Espíritu Santo. Recuerdo mi viaje a Cuernavaca con los prenovicios en la semana de Pascua; cientos de veladoras junto a los nombres de tantos asesinados y desaparecidos, muchas pancartas, brotadas de tantos corazones que no logran contener su dolor, su rabia. Una de ellas cita una canción de Caifanes: "¡No dejes que nos coma el diablo, amor!". La resistencia ante la muerte, la afirmación de la vida que es el Espíritu Santo.
Me imagino a la hermana Catarina; viajó a Cancún para estar junto a su madre, enferma. La imagino en la escena que me describió de ella misma: rezando el rosario a las cinco de la mañana, caminando sobre la arena blanca y junto al mar azul turquesa del Caribe. La imagino viendo retroceder las tinieblas ante la tenue y tibia luz del amanecer. La imagino sintiendo la certeza de que un día el sol amanecerá para no ponerse nunca más. La imagino sintiendo la paz que es el Espíritu Santo.
Creo que éste es el Espíritu de Dios que celebramos en Pentecostés. Creo en este Espíritu, recibido desde la Cruz y desde la Resurrección, y por eso lo llamo Santo. Creo que es Vida, Paz, Justicia y Gozo. En verdad lo creo. Amén.
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