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El camino de Emaús

Lucas 24,13-35

Eran discípulos de Jesús. Abandonan Jerusalén y al resto de los discípulos para ir al lugar donde se hospedaban, el pueblo se llamaba Emaús. Los discípulos se ponen en camino a comentar lo que han vivido en Jerusalén en las últimas horas: la muerte del Maestro. Mientras narran su historia, sin que sepan de quién se trata, Jesús se pone con ellos en camino. Les explica las Escrituras y a ellos les arde el corazón; hace ademán de seguir de frente, cuando llega la noche, pero los discípulos le piden que se quede con ellos. Se ponen a la mesa; siendo como es el invitado y no el anfitrión, de todos modos el forastero la preside. Toma el pan, lo parte y lo reparte, y en este gesto todo queda claro: ¡es Él, está vivo! Y reconociéndolo, dejan de verlo.

Este fin de semana, como aquellos discípulos de Emaús, México camina. Camina de Cuernavaca a la capital del País; camina en realidad de todos los rincones hacia el corazón de la Patria, que es el corazón de su gente. Porque no son unos cuantos, es México entero el que camina en los pies y en las miradas cansadas de sus hijos que están hartos de ver violencia y muerte; caminan en silencio para narrar el dolor de su historia. México quiere escucharse y ser escuchado, por todos. Junto a las pancartas, junto a las fotos de muertos y desaparecidos, bajo el sol, camina Jesús con su pueblo. No lo hemos visto y quizá no nos hemos dado cuenta de su presencia, pero Él va con los suyos, escuchando sus historias en el silencio. Quiere con su Palabra volver a dar vida a este pueblo herido, y quizá por eso, México camina y en el camino le arde el corazón.

"¡Quédate con nosotros!", le vamos gritando, le hemos gritado desde siempre, porque se hace noche, porque la luz se diluye y la esperanza con ella; porque llega la noche y con ella llegan la violencia y la muerte, el dolor y el llanto. "¡Quédate con nosotros!" Una vez y otra. Quédate siempre. México se ha puesto a la mesa contigo, en Coajomulco y Topilejo, en San Pedro Mártir, en Ciudad Universitaria, y tú le has compartido tu comida, tus tortillas, tu arroz, tus frijoles; el calor de una colchoneta, el afecto de una sonrisa, la luz de una mirada, la alegría de la música; la fresca sensación de que eres Tú, y estás vivo, que nos regalas tu vida, y que por ti nunca nos perderemos en la muerte.

Camina con nosotros, háblanos tu Palabra; quédate con nosotros y pártenos tu Pan. Que volvamos a nuestras casas y digamos a todos: "¡Hemos visto al Señor!"


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