Lucas 21,5-19
Estamos ante lo que se conoce como el "Discurso escatológico de Jesús", un largo discurso sobre las señales del fin del mundo. Estamos hacia el final del Evangelio, Jesús está ya en Jerusalén y su conflicto con la élite del poder político romano y religioso judío es más que abierto. Tras este discurso, comenzará la secuencia narrativa de su pasión, muerte y resurrección. De esta manera, dentro del relato entero del evangelio, este discurso prepara al lector para comprender "el fin del mundo" y sus signos a la luz del misterio pascual.
Por lo tanto, en realidad, los signos del fin del mundo no nos hablan simplemente de un final, sino del inicio de la plenitud del Reinado de Dios, alcanzada en la Resurrección de Jesús. Más aún, habrá que decir que en el Evangelio todo es buena noticia, y si Jesús nos alerta de un final del mundo no se trata de un anuncio de muerte y destrucción; Dios no quiere la muerte y la destrucción de sus creaturas, mucho menos de sus hijos. En Dios todo es vida y creación, lo único que Dios aniquila es el pecado, pero no a los pecadores, pues quiere que se conviertan y vivan.
Hay otro punto que también es necesario tener en cuenta. Y es que cuando en el evangelio se habla de "tiempo" y "fin de los tiempos", no se habla de "chronos", sino de "kairós"; es decir, en griego, lengua en que están escritos los evangelios, hay dos maneras para hablar del tiempo: chronos, que es el tiempo de segundos, minutos, horas, días, semanas... (de ahí "cronológico"); mientras que el kairós es el tiempo de plenitud o tiempo de la salvación. Jesús no habla del fin del tiempo cronológico, sino de la llegada del tiempo de la salvación o plenitud de los tiempos. Y en la Sagrada Escritura la plenitud de los tiempos irrumpió con Jesús, con su encarnación, su vida, su muerte y resurrección. De lo que se trata, pues, no es de esperar el fin del mundo, al estilo de las profecías catastrofistas, que han fracasado una y otra vez (la nueva cita para el fin del mundo es el 2012), sino de acoger la plenitud de la salvación aun en medio del mal, el dolor o el conflicto.
La ocasión de este discurso se presenta cuando los discípulos de Jesús expresan a su Maestro su admiración por la impresionante construcción del Templo de Jerusalén; Jesús anunció entonces su destrucción y los discípulos lanzaron la pregunta por el cuándo. Por la historia sabemos que el Templo y Jerusalén fueron arrasados por Roma en el año 70; pero aquí no hay profecía de Jesús, puesto que este evangelio se escribió varios años después, cuando el Templo ya estaba destruido. Lo que hay es más bien la constatación de que nada es eterno. Ni las construcciones, por grandes y majestuosas que sean.
Lo que el evangelio sí quiere transmitir es la certeza, sin embargo, de que la creación de Dios no tiene por destino último la muerte. El reino de Dios es vida, justicia y paz, y el reinado de Dios será la última palabra en la historia. Hay acontecimientos fuertes, extremos, que parecieran ser definitivos e irrovocables: la guerra, el hambre, las enfermedades, la persecución, la muerte. Todo ello lo vivieron los cristianos de los primeros tiempos, y era inevitable que se hicieran la pregunta sobre el retraso de la llegada triunfal del Señor Jesús. Con este discurso en labios de Jesús, el evangelista quiere comunicar a los suyos fuerza y esperanza. Lo que se anuncia no son guerras, hambre, persecución y demás, todo eso ya se estaba viviendo ayer como se vive hoy, lo que se anuncia es que eso sí será destruido y sobre eso se impondrá la vida plena del Señor. No hay que temer, hay que saber confian y esperar y, sobre todo, colaborar para que el reinado de Dios, que ya está en y entre nosotros crezca y fructifique la vida que contiene.
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